Como primer plato, carimañolas de posta con suero y menta, o encocado de camarón con tubérculos de temporada, tiradito con salsa de tamarindo y mayonesa de rocoto. De plato fuerte, posta cartagenera con ensaladilla y arroz titoté, o pesca del día en salsa de coco quemado, o ensalada con vegetales ahumados. Los postres pueden ser el jardín de cocadas, el arroz de leche con reducción de frutas cítricas o el helado de Kola.
Con ese menú —en el que participaron chefs estrellas como el español Koldo Miranda—, el restaurante Interno se puso de moda en Cartagena, Colombia, pero algo más lo distingue de las otras opciones gastronómicas de la ciudad amurallada sobre el mar Caribe: se halla en la Cárcel Distrital de San Diego, un penal de baja seguridad para mujeres que cumplen el final de sus condenas y lo atienden.
Las reclusas cocinan, administran, sirven al público, limpian. Aprenden diferentes oficios para generar “segundas oportunidades desde adentro del establecimiento, que faciliten su proceso de resocialización y reconciliación con la sociedad”, sintetiza su página web.
No sólo se trata de un proyecto que resultó auto-sustentable: su cocina es de tan alta calidad y el ambiente genera una experiencia tan recomendable que la revista Time lo listó entre los 100 mejores lugares del mundo para visitar hoy. Desde la perspectiva de las detenidas, es el primer taller productivo abierto al público en el continente.
Todo comenzó cuando la actriz Johanna Bahamón entró a una cárcel por primera vez en su vida. Le habían pedido que fuera jurado de un concurso de belleza que se realizaba en el centro de detención de mujeres El Buen Pastor y había aceptado con gusto, sin sospechar que la experiencia le cambiaría la vida.
“Por el cine, todo el mundo cree que sabe cómo es la vida en una cárcel“, dijo poco después. “Pero la realidad es diferente”. Quedó muy impresionada por el esfuerzo cotidiano que las mujeres hacían —en un establecimiento superpoblado— para sobrevivir en un ambiente tan duro.
En 2012 creó un grupo de teatro en El Buen Pastor de Bogotá; al año siguiente, la Fundación Teatro Interno. Por fin su trabajo se expandió tanto que la organización cambió su nombre a Acción Interna, y hasta el presente ha ayudado a que más de 30.000 personas privadas de su libertad tengan una mejor oportunidad al recuperarla. Interno, inspirado en el proyecto InGalera, de Milán (el primer restaurante del mundo en una prisión, la de Bollate), es uno de sus instrumentos.
En la prisión de San Diego hay unas 150 detenidas, aunque el lugar sólo podría albergar a 100. Las celdas donde muchas veces se hacinan hasta 20 mujeres por cada una se hallan al otro lado de una reja que separa un salón pintado con imágenes de plantes y flores, donde suena música latina. Un poco más allá, la entrada a la calle tiene un cartel rosa que dice “Segundas oportunidades”.
“Esperamos poder romper las barreras que separan la vida en la prisión de la población civil“, dijo Bahamón, a NBC. “Estamos en una ubicación perfecta porque recibimos muchos turistas en Cartagena. Quise mostrarles a todos los visitantes que creo en estas mujeres, y que no hay que temerles“. Al restaurante de 60 plazas han asistido figuras reconocidas, como el ex presidente Juan Manuel Santos y el cantante Carlos Vives.
La primera impresión de los clientes, cuando comprenden que las personas que prepararon y sirvieron su comida están presas, es el asombro. Algunos no lo pueden creer. A lo largo de la comida se relajan, explicó Bahamón, y aceptan que son personas normales, que no van a atacar a nadie, que se equivocaron y esperan poder tener perspectivas mejores en el porvenir.
Johanna Guevara cumplió 28 años e ingresó a la cárcel como cómplice de tráfico de drogas. “Pago el precio de los delitos que cometió mi ex novio”, dijo a NBC. “Soy inocente, pero el sistema judicial no lo ve como yo”. Le costó mucho adaptarse a la vida en el penal: con los sueños rotos, pasó dos meses en estado de conmoción. Un día se presentó como voluntaria para el equipo del restaurante, y hoy es parte de lass 15 mujeres que lo atienden, como mesera.
“Queremos mostrarle a la gente que merecemos una segunda oportunidad”, dijo. “Este no es un restaurante común, aquí todas las mujeres han luchado con sentimientos de culpa y vergüenza, así que realmente nos exponemos, estamos orgullosas de usar estos uniformes”.
En la cocina, Karen Paternina, de 29 años, detenida por estafa, recordó: “Llegué aquí sin nada, pero ahora tengo un propósito. Soy asistente de chef y estoy aprendiendo a cocinar”. Quiere que su hija, Sofía, tenga una vida mejor que la de ella, y para eso sueña con utilizar sus nuevas habilidades: “Cuando salga, voy a abrir mi propio pequeño restaurante de pescados y mariscos”.
En esta suerte de espacio intermedio entre la celda y la libertad se enfatizan tres valores: igualdad “para que todos tengan las mismas oportunidades en una sociedad y puedan vivir en paz”; responsabilidad para “afrontar las oportunidades de la manera más positiva e integral para ayudar en un futuro” y respeto “a las diferencias, los derechos humanos y la libertad de expresión”.