El ejército de Mali arrestó el martes al presidente y al primer ministro del país en un golpe de Estado tras semanas de protestas desestabilizadoras por una elección en disputa, la corrupción gubernamental y una insurgencia islamista violenta que ha durado ocho años.

Las calles de Bamako, la capital, estallaron en disparos y júbilo después de que el presidente Ibrahim Boubacar Keïta y su primer ministro, Boubou Cissé, fueron detenidos junto con otros funcionarios gubernamentales. Alrededor de la medianoche, el presidente anunció en la televisión estatal que renunciaba.

Los efectos de la agitación podrían extenderse más allá de las fronteras de Mali, un país cuya ubicación estratégica tiene implicaciones políticas para África occidental, el Sahel, el mundo árabe en general, la Unión Europea y Estados Unidos.

Francia se ha mantenido profundamente involucrada en los asuntos de Malí, su antigua colonia, décadas después de que el país obtuvo la independencia.

Para las fuerzas francesas que luchan contra los islamistas en la región, Mali es parte de lo que algunos llaman la “Guerra eterna” de Francia en el Sahel, la zona que se extiende por debajo del Sahara.

Estados Unidos también tiene asesores militares en Mali, y los funcionarios estadounidenses tienen un gran interés en un gobierno maliense estable cuyas tendencias se alineen con las de Occidente.

“Los desafíos de seguridad y gobernanza interna de Mali generan inestabilidad en todo el Sahel”, dijo Kyle Murphy, exanalista sénior de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos que ahora trabaja en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.

“Esto es importante para Estados Unidos”, agregó Murphy, “porque la inestabilidad en la región permite que los extremistas violentos se aprovechen de las poblaciones y promuevan sus objetivos, y desplaza a millones de civiles”.

En 2012, después de un golpe militar anterior, los rebeldes islamistas, algunos con vínculos con Al Qaeda, aprovecharon el desorden para tomar el control de grandes áreas del norte del país, incluida la antigua ciudad de Tombuctú.

Bajo su gobierno brutal, los malienses de las zonas bajo control yihadista se vieron forzados a seguir un estricto código religioso o se arriesgaron a sufrir un castigo severo. Las mujeres fueron obligadas a contraer matrimonio y los lugares históricos fueron demolidos.

Los rebeldes perdieron el control de sus territorios después de que las fuerzas francesas intervinieron para ayudar a los militares malienses a expulsarlos. Pero los grupos armados continúan aterrorizando a los civiles en el campo, y la violencia se ha extendido a través de las fronteras hacia los países vecinos de Burkina Faso y Níger.

Más de 10.000 africanos occidentales han muerto, más de un millón de personas han huido de sus hogares y las fuerzas militares de África occidental y Francia han sufrido muchas bajas.

“Esa es la mayor preocupación aquí”, dijo Chiedo Nwankwor, investigadora y conferencista en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de Johns Hopkins. “Estos diversos movimientos yihadistas en África no auguran nada bueno para ningún gobierno occidental”.

En los años posteriores a su independencia de Francia en 1960, se consideró que Mali había logrado un buen historial de gobierno democrático.

En 1996, un corresponsal de The New York Times en un viaje de reportería en Mali resaltó la pobreza generalizada que aflige a la ciudadanía, pero dijo que el país de África occidental, no obstante, se había convertido en “una de las democracias más dinámicas de este continente”.

Pero Mali, alguna vez citado como un modelo democrático a seguir en la región, ha pasado de una crisis a otra desde el golpe de 2012 que derrocó al presidente Amadou Touré un mes antes de la celebración de las elecciones.

Los factores detrás de ese golpe, en parte consecuencia de la Primavera Árabe, subrayan la posición de Mali que conecta el norte de África con el resto del continente. Después de la caída del coronel Muamar Gadafi en Libia en 2011, cientos de rebeldes malienses fuertemente armados que habían luchado por el líder libio regresaron a casa y atacaron pueblos del norte, lo que ocasionó el caos que precedió a la toma del poder militar.

Keïta, el mandatario arrestado en el golpe del martes, llegó a la presidencia de manera contundente en 2013. Pero pese a las esperanzas que Keïta podría haber despertado cuando obtuvo el 78 por ciento de los votos, su protagonismo y popularidad genuina se desvanecieron gradualmente.

Prometió “tolerancia cero” a la corrupción, pero los malienses lo vieron con desconfianza.

Cuando se postuló para un segundo mandato, en 2018, Keïta ganó la reelección, pero solo después de haberse visto forzado a pasar por una segunda vuelta. En semanas recientes, los manifestantes se quejaron de que aquellos al mando no habían hecho lo suficiente para abordar la corrupción y el derramamiento de sangre que han plagado al país. Y acusaron al presidente de robar una elección parlamentaria en marzo e instalar a sus propios candidatos.

Después de que las fuerzas de seguridad dispararan y mataran al menos a 11 manifestantes a principios de este verano, las demandas de reforma solo crecieron.

Un equipo de mediadores regionales llegó a Bamako para tratar de calmar los disturbios.

Entonces los militares intervinieron.