Mantuvieron en secreto el motivo durante mucho tiempo, pero hay un escaño del Senado estadounidense que es especialmente popular tanto entre republicanos como demócratas.
Está en la última fila, junto a una de las puertas de acceso, y actualmente lo ocupa Pat Toomey. Consciente de la responsabilidad que conlleva la plaza, el senador por Pensilvania ha mantenido viva la tradición iniciada en 1965 por un goloso colega de Florida y, antes del comienzo del juicio político al presidente Donald Trump, se ha ocupado de llenar su cajón con el único capricho que les está permitido durante las largas sesiones del juicio político al presidente Donald Trump: caramelos, gominolas, galletitas y chocolatinas de la marca Hershey, entre otras.
El escaño de las golosinas es hoy uno de los pocos vestigios del bipartidismo que antaño definió al Senado estadounidense
Aunque hay pausas cada dos o tres horas, no hay que olvidar que EE.UU. es el país con mayor ¢ ¢per cápita y los senadores están sometidos a una estricta dieta durante las históricas sesiones. La dulce mercancía del escaño de Toomey, conocido como candy desk , es la única excepción a la prohibición de introducir alimentos en la Cámara. Los senadores sólo están autorizados a beber agua (con o sin gas). Nada de bebidas excitantes, como café o te, aunque sí leche, un derecho reconocido años después de que dejara de operar el contrabandista de cabecera del Capitolio durante la ley Seca , George Cassiday. Están además obligados a permanecer en silencio, “so pena de prisión”, como les advirtió (retóricamente) el sargento de armas al inicio del proceso.
Más difícil de digerir que la falta de alimento puede ser la dieta tecnológica a la que se somete a los legisladores, en especial para quienes se presentan a las inminentes primarias demócratas a la Casa Blanca. Para garantizar su absoluta concentración y evitar interrupciones, los senadores deben dejar sus móviles, ordenadores portátiles y relojes inteligentes fuera de la Cámara, en armarios habilitados para la ocasión (tampoco están permitidos a la prensa). Y el único material de lectura autorizado es el relacionado con los debates del impeachment , no siempre particularmente excitantes.
“Si es la primera vez que escuchas los argumentos contra el presidente, cuando tienes que estar allí sentado, sin teléfono móvil, sin el portátil… Es una manera muy diferente de vivirlo”, comentaba ayer antes del inicio de la sesión Chuck Schumer, el líder de la minoría demócrata en el Senado, que no pierde la esperanza de que los esfuerzos persuasivos de su grupo calen en los republicanos. Desde la tribuna de prensa, esta cronista pudo constatar que el entusiasmo genuino de Schumer cuando Adam Schiff, en el papel de fiscal, desgranaba los principales episodios del Ucraniagate apoyándose en vídeos que hicieron resonar la voz de Trump en la cámara no se apreciaba en cambio en las caras de los conservadores. El escepticismo y el tedio eran evidentes en la cara del senador tejano Ted Cruz. Todo lo contrario que la actriz y activista Alyssa Milano, que tomaba notas con aire entusiasmado desde la tribuna de invitados, mezclada entre estudiantes, jubilados y curiosos en general. Pasadas las dos de la tarde, el republicano Bill Cassidy endulzó discretamente el momento con una chocolatina.
El escaño de las golosinas es hoy uno de los pocos vestigios del bipartidismo que antaño definió al Senado estadounidense, cuyos miembros sirven por seis años para blindarles teóricamente de las presiones cortoplacistas de la política . “Se están dirigiendo a la mayor cámara deliberativa del mundo”, recordó anteanoche a los senadores el presidente del Tribunal Supremo, el juez John Roberts, alarmado por el tono de los debates, recurriendo a la famosa definición acuñada por el quinto presidente de Estados Unidos, James Buchanan. Bajo el mando del líder republicano Mitch McConnell, el Senado se ha convertido en un campo de batalla más.