Los residentes de la ciudad de Urumchi, en la región Sinkiang (China) denuncian que las autoridades les están obligando a tomar medicinas tradicionales chinas y que los están esposando a edificios en los que deben quedarse internados durante semanas, según han publicado en algunas redes sociales.

La capital de esta región semiautónoma, conocida por sus draconianas medidas de seguridad, lleva más de un mes en un confinamiento versión “estado de guerra” tras los nuevos casos surgidos en julio, cuando en otras partes de China los brotes ya habían sido contenidos en su mayor parte.

Desde el viernes, internautas de Sinkiang han llenado las redes sociales de quejas contra la extrema dureza de las medidas y contra las prolongadas cuarentenas en casa o en lugares habilitados para ello, incluso cuando los casos ya han disminuido. La ciudad tuvo más de 531 casos a mediados de agosto, pero lleva ocho días seguidos sin informes de contagios.

Una de las quejas de los internautas es que los encadenaron a edificios cuando intentaron salir de sus casas. Uno de ellos dijo que los mantuvieron durante dos meses en un centro de cuarentena y que les hicieron tomar Lianhua Qingwen, la medicina a base de hierbas que China impulsa como tratamiento para la COVID-19. Una persona con familiares en Urumchi cuenta al periódico The Guardian que a sus parientes les habían dado la medicina todos los días, pero que no les habían obligado a tomarla.

Vídeos publicados en Internet muestran lo que parecen ser residentes gritando desde las ventanas de sus apartamentos en protesta por el encierro. Las filmaciones no han podido ser verificadas pero un complejo residencial publicó en Internet una advertencia: todo el que haya participado en el “estruendo” del 23 de agosto cometió un “acto ilegal”.

“Los residentes deben reforzar su sentido social de responsabilidad para evitar ser utilizados por malintencionados, contribuyendo a llevar a la opinión pública por el camino equivocado”, decía el aviso. En otras advertencias se comunica a los residentes que todo podía verse afectado, desde su calificación crediticia social hasta la admisión de sus hijos en el colegio.

Las autoridades de Sinkiang, una región en el foco por los arrestos y mecanismos de vigilancia masiva contra minorías musulmanas como los uigures, están acostumbradas a controlar la información. Los internautas también subieron a la red imágenes de otros comunicados de sus complejos residenciales, como unos en los que les exigían borrar o dejar de utilizar sus cuentas de Weibo debido a la “divulgación de información incorrecta”. Los hashtags relacionados con Sinkiang y con Urumchi parecieron estar bloqueados el pasado fin de semana y hay internautas diciendo que les ordenaron publicar mensajes positivos sobre la reacción de Urumchi a la COVID-19.

Pese a todo, se han seguido subiendo imágenes y mensajes a Douban, otro foro de Internet, así como a Twitter. Un usuario de Weibo escribió el siguiente hilo en la red social (luego fue eliminado): “Cuando las cosas llegan a cierto punto, ya no se puede callar la voz de la gente. Si la bloquean en un lugar, se mudará a otro. Si la bloquean ahí, se mudará de nuevo y se encontrarán nuevas formas. No se puede borrar la memoria colectiva”.

El lunes, los medios de comunicación estatales chinos intentaron dar una imagen más positiva, con informes de algunos complejos residenciales de Urumchi permitiendo a la gente salir de casa para “actividades al aire libre”. Aparentemente, las autoridades locales de la ciudad han publicado sus números de teléfono para “escuchar las preocupaciones de los residentes y ayudarles a resolver sus problemas”.

Según el periódico estatal Global Times, en Urumchi se adoptaron medidas más extremas que en ciudades como Beijing o Shanghai debido a las “normas culturales en Sinkiang, donde a la gente le gusta reunirse y disfrutar de salir al aire libre”.

Zhang Yuexin, del grupo de control de la epidemia en Sinkiang, ha declarado al Global Times que la enfermedad tiene un comportamiento diferente al de “los contagios concentrados por zonas de Pekín, donde se adoptaron medidas antiepidémicas acotadas confinando a las comunidades afectadas y permitiendo una vida normal para la mayoría de los residentes”. “Las mismas medidas no pueden encajar en Sinkiang”, ha añadido.

Traducido por Francisco de Zárate