“Esto no es Irak ni Libia, esto es otra cosa. Por ahora, bienvenidos a Turquía, pero tómense su tiempo, dos o tres días, para decidir si quieren entrar en Siria. Los pueden matar”.
Esa fue la presentación que, a finales a 2011, me dio Nadir, un antiguo profesor de baloncesto sirio reconvertido a traficante, antes de ayudarme a ingresar de manera ilegal en Siria junto a mi colega y compañero Javier Espinosa.
Meses después, los grupos extremistas secuestrarían la revolución ciudadana, muchos de ellos respaldados por otros países que tenían su agenda propia en Siria, lo que ha provocado el mayor conflicto desde la II Guerra Mundial, con más de 500.000 muertos y 6 millones de refugiados.
Y esta es la historia de cómo, mientras intentaba cubrir este feroz conflicto, en menos de un año fui secuestrado por Estado Islámico, dos veces.
Y sobre todo, por qué decidí volver a entrevistar a las personas que supuestamente lo hicieron.
Puntos de control
Ya adentro de Siria, y una vez que los grupos yihadistas estuvieron consolidados en el país, era normal ser retenido por uno de estos grupos durante unas horas o unos cuantos días.
Yo mismo fui víctima de ello, en 2012 en Qasir (Homs, la segunda ciudad del país y reducto de las fuerzas rebeldes sirias) y durante tres días, pero fue algo que no pasó a mayores.
Lo cierto es que, con buenos contactos en la zona, podías trabajar sin problemas a pocos metros de al Qaeda o incluso ir a combates como periodista “empotrado” entre sus filas, ya que la ciudad estaba bajo su influencia, compartida por entonces con el dominante Ejército Sirio de Liberación (FSA, por sus siglas en inglés).
Sin embargo, el punto de inflexión llegó cuando el autodenominado grupo Estado Islámico comenzó a ganar terreno y poder en Siria.
Mi primera experiencia directa con ellos fue a finales del 2012 en la ciudad de Alepo, cuando aún no estaban unidos en un solo grupo.
Por aquel entonces yo dormía en casa de un amigo, Yasser, uno de los pocos médicos que se quedó atendiendo en el hospital Deir Al Shiffa de Alepo.
El ambiente en aquella época ya estaba enrarecido con el avance de aquel nuevo grupo, pero después de varios meses viviendo allí mis contactos eran lo suficientemente buenos como para no tener que preocuparme por ello.
Sin embargo, una noche, Estado Islámico se presentó abruptamente en casa de Yasser.
Tuve unos pocos segundos para esconder el material y dinero debajo del sofá del comedor. Ese fue mi primer secuestro.
Me tuvieron en cautiverio durante 11 días.
A pesar de estar en retenido, el FSA era aún muy poderoso dentro de la ciudad, así que ellos se comunicaron con Estado Islámico y les dieron las dos opciones que tenían: o me dejaban ir libre o los matarían a todos.
Los de Estado Islámico optaron por la primera opción.
Perder la revolución
Tras el secuestro en Alepo, me quedé tres semanas más mientras planeaba la siguiente parte de mi recorrido: Idlib y Deir ez-Zor, en el este de Siria, en 2013.
Allí, sabía, el FSA aún era muy fuerte, aunque compartía terreno con los otros grupos yihadistas como el frente al Nusra y Estado Islámico.
Por esa razón yo confié de nuevo mi vida al FSA, con la seguridad de que si ellos aceptaban esa responsabilidad harían honor a esa confianza como en todas las demás ocasiones desde 2011.
Pero en Deir ez-Zor las cosas no fueron así.
Durante los días que estuve en esa ciudad se estaba gestando un desequilibrio de poder… y la balanza se empezaba a inclinar hacia Estado Islámico.
Entrar en Deir ez-Zor no fue mucho más difícil que en otras ciudades. Sin embargo, en el camino desde Turquía, desde donde volvimos a entrar a Siria de forma ilegal en 2013, hasta esta ciudad tuvimos que sortear varios retenes de Estado Islámico.
En uno de ellos vimos cómo asaltaban un bus. Y un hombre nos interrumpió en el camino porque Estado Islámico acababa de secuestrar a su hermano un par de minutos antes.
En mi segundo secuestro me di cuenta que los sirios no solo habían perdido su revolución, sino también su país”
No obstante, nosotros pudimos llegar a destino sin problemas.
Pasamos un par de semanas en aquella ciudad fantasma. Los ataques de tanques y morteros eran constantes y utilizaban un parque infantil para enterrar a los muertos.
Cuando salíamos de Deir ez-Zor, nos pararon en un retén de Estado Islámico y nos metieron en un edificio adyacente a la carretera.
Allí pasamos 15 días donde se podía haber repetido la escena de aquel ultimátum de Alepo.
Pero no ocurrió. Yasser logró localizarnos y se presentó de nuevo con sus credenciales de médico.
Pero su influencia terminaba en Alepo. Los sirios habían perdido su revolución y ahora, su país.
Segundo cautiverio
Pasamos alrededor de ocho meses por diversas cárceles de Estado Islámico en Siria, donde se torturaba y se asesinaba de forma diaria.
Y fui de un testigo en el universo tenebroso de EI donde, por ejemplo, se daban descargas eléctricas a un niño con una pistola por haber fumado, o se torturaba hasta la muerte a un simple recepcionista del hospital principal de Raqa.
Fue una mirada en una dimensión distinta, de enajenación inhumana y sadismo.
Nunca dudé un momento en avanzar: era preferible arriesgarse a recibir un balazo que volver atrás con aquellos lunáticos”
En medio de nuestra movilización carcelaria, coincidimos con otros rehenes.
Éramos 19 personas metidas dentro de un cuarto. A uno de ellos lo había conocido en la guerra de Libia y me había reencontrado con él en Siria en 2011, pero de repente había desaparecido en Alepo.
Él, sin embargo, no sobrevivió al cautiverio: fue asesinado por EI.
Ahora, el día de mi liberación fue igual de surrealista que todos los meses que pasamos allí.
Me llevaron a la frontera con Turquía y, poco antes de llegar a la línea fronteriza, ellos se quedaron atrás y yo comencé a avanzar.
Por supuesto cuando los turcos me vieron, dispararon, supongo pensando que era un yihadista que trataba de cruzar la frontera de forma ilegal.
Nunca dudé un momento en avanzar: era preferible arriesgarse a recibir un balazo que volver atrás con aquellos lunáticos.
El regreso
Después de nuestra liberación, en 2014, decidí continuar el trabajo fotográfico que había iniciado en 2011 en Siria. Pero éste ya no trataba de la revolución: era sobre Estado Islámico.
¿La razón? Esta organización se había convertido en el principal enemigo del país.
Sus tentáculos estaban ya en muchos países y controlaban tres capitales, que formaban su califato: Sirte en Libia, Mosul en Irak y Raqa en Siria.
Así, en los últimos siete años he fotografiado el éxodo masivo de miles de personas y las batallas de Sinjar, Kobane, Tall Mar, Sirte, Mosul y Raqa.
Y esa es la razón por la que, en mi cuarto viaje a Siria este año, decidí acompañar a la BBC para ver a los hombres de ser sospechosos de ser los “Beatles” de Estado Islámico.
Durante años he hablado con militantes yihadistas árabes y europeos y con sus mujeres, pero esta vez tenía la oportunidad de hablar con Alexanda Kotey y El Shafee Elsheikh.
Y eso era completamente nuevo. Ambos pertenecieron a un grupo militante de Estados Islámico que torturó y secuestró a varias personas mientras ejercieron el control en algunas ciudades de Siria.
Y lo que llamó mi atención es que mientras vi a muchos yihadistas que dieron su vida por algo en lo que creían, lo que ocurrió con Estado Islámico es que muchos de ellos trataron de huir cuando el califato cayó.
Kotey y Elsheikh, que se suponía hacían parte de la élite de EI, trataron de salvar sus vidas traicionando sus propias convicciones y tratando de escapar a Turquía.
No todos son capaces de morir en la forma que se supone eligieron vivir. Esos, son los más cobardes y despreciables de todos.
La guerra saca lo peor y lo mejor de las personas, porque los códigos de conducta que establecemos en una sociedad normal, que asimila unas leyes y castigos para quien no cumple esas normas, quedan destruidos. No es que las guerras nos transformen, es que simplemente nos dejan mostrarnos tal como somos en realidad.
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