BOGOTÁ.- Las marchas pacíficas regresaron a las calles de Colombia, por segunda vez en solo siete días, para ratificar que el descontento nacional es mucho más profundo que el enfado de un solo día. El país que “cacerolea” con tanta fuerza como Venezuela, reparte abrazos a los policías, entona protestas sinfónicas y reclama por una vida mejor es muy distinto al que durante décadas llenaba páginas de diarios y reportajes televisivos con las batallas de película que se sucedían en selvas y montañas. Llegó la paz y con ella nuevas aspiraciones.
Ayer no se alcanzaron las cifras multitudinarias del 21 de noviembre, pero en Bogotá varias avenidas y la simbólica Plaza de Bolívar, corazón político del Estado, volvieron a llenarse con gente y con proclamas. En Medellín, Cali, Barranquilla, Cartagena, Bucaramanga y otras ciudades se repitieron escenas parecidas: protestas numerosas en una sociedad activa que recobró buena parte de su pulso laboral.
Sobre el segundo paro nacional gravitó la muerte de Dilan Cruz, cuyo rostro incluso ya se exhibe en caretas. El espíritu pacifista de la familia del joven, muerto tras recibir el impacto de una granada de gas lanzada por la policía antidisturbios, marcó la jornada desde la primera hora en un país que de tanto sufrir la violencia la detesta. Violencia que durante varios días desplegaron radicales, vándalos y subversivos, como demostró el ataque del martes en Neiva contra un contingente policial.
La gobernación ofreció una recompensa para encontrar al enmascarado que lanzó un artefacto explosivo contra el patrullero Arnoldo Veru, que lucha por su vida tras ser operado. Más de 340 policías resultaron heridos o lesionados durante la semana, según datos oficiales. La fuerza pública también publicó carteles con los rostros de los vándalos más buscados.
A la misma hora de la marcha capitalina, a muy pocos metros de la estatua de Simón Bolívar, los líderes del Comité Nacional del Paro discutían con los partidos políticos en el interior del Congreso. Y lo hacían para buscar “soluciones inmediatas” en doble sentido: en la agenda legislativa del Parlamento y con las reivindicaciones adelantadas al presidente Iván Duque el día anterior. El comité le exigió que negocie directamente con ellos, pero al margen del resto de invitados a la “conversación nacional”.
“Ellos decidieron retirarse, pero me parece un mensaje equivocado. Conversar no es llegar con el reclamo unilateral y poner una exigencia sobre la mesa”, criticó por su parte el presidente. Realmente no se trató de una sola exigencia, sino de un largo rosario de 16, algunas de ellas inasumibles para el gobierno conservador, como la supresión de la polémica Esmad (la brigada antidisturbios) y la toma de decisiones gubernamentales mano a mano con las organizaciones.