Se sabe que Albert Einstein leía El Quijote. Era la novela que llevaba en sus viajes y siempre la tenía en su mesilla de noche. Sentía verdadera atracción por el personaje cervantino; un hidalgo manchego para el cual la caballería era “una ciencia que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo.”
A su vez, para Einstein, la literatura no sólo iba a ser una manera de relacionarse con el azar, sino una forma de identificarse con las matemáticas puras, a las que definió, en su forma, como la poesía de las ideas lógicas.
Desde un punto de vista siempre creativo, Einstein mantuvo su falta de respeto hacia las estructuras rígidas. Lo hizo a la manera quijotesca, creando la irreverente Academia Olympia junto a un grupo de amigos; una hermandad con rituales propios de las novelas de caballería y de la que el científico fue nombrado presidente.
Tal como le fueron las cosas, puede decirse que la aventura científica de Einstein fue quijotesca ya que tuvo que enfrentarse a los molinos del mundo académico de su época. “Ahora también yo soy un miembro oficial del gremio de las putas”, escribió en una carta, tras conseguir su puesto de profesor en la Universidad de Zúrich.
Quijoterías aparte, es posible que, llevado por su condición científica, Albert Einstein se preguntase alguna vez por la velocidad de las aspas de los molinos que aparecen en la novela de Cervantes. Es posible, incluso, que hiciese sus cálculos acerca del valor de la fuerza normal entre Rocinante y el suelo manchego que, al ser tan horizontal, coincidiría con el peso del caballo sumado a los huesos de su jinete, en el momento exacto de embestir contra los gigantes. Seguro que Einstein analizaba los episodios de la novela desde las abstracciones que nos proponen las leyes de la Física. Es posible también que disfrutase con la manera rústica de hacer operaciones aritméticas que tenía Sancho Panza.
El cálculo mental que hace Sancho casi al final de la segunda parte del libro nos demuestra que Cervantes era un autor que completaba sus personajes con los más ínfimos detalles. En este caso, don Quijote propone a su escudero que ponga precio a cada azote que va a recibir. Sancho contesta que “a cuartillo”, es decir, cuarta parte del real por cada azote. Echando cuentas, Sancho asegura que no se llevará menos de tres mil trescientos cuartillos. De seguido, expone su cálculo mental, separando millares de centenas, los tres mil de los trescientos para luego ponerse a hacer mitades y medias mitades; resultando un juego numérico:
(3.300: 4) = (3.000 + 300) : 4 = 3.000: 4 + 300 : 4 = 750 + 75 = 825
“Son por todos ochocientos y veinticinco reales”, replica Sancho, con ganas de llegar con el dinero a su casa “rico y contento, aunque bien azotado”.
La novela cervantina no sólo esta llena de guiños aritméticos como el citado, sino también algebraicos, geométricos e incluso lógicos. Sirva como ejemplo el de la famosa paradoja del ahorcado, cuando a Sancho, gobernador de la Ínsula Barataria, le viene un forastero con un cuento que, al final, se hace contrario a toda lógica por presentar dos opciones iguales en lo que respecta a su posibilidad.
Según el forastero, un río dividía dos términos de un mismo señorío y sobre este río había un puente y también una horca. La ley decía que si alguien pasaba por el puente, tenía que jurar primero hacia dónde iba y a qué iba. Si decía la verdad se le dejaba pasar y si mentía moría ahorcado.
Entonces, sucedió que un hombre fue a cruzar el puente jurando que iba a morir en aquella horca. Si se le dejaba el paso libre, mentiría en su juramento y, por mentir, debería ser ahorcado, pero, si se le ahorcaba habría jurado la verdad y, por eso mismo, por decir la verdad, tendría que haber quedado libre.
Sancho se enfrentó a una paradoja que al final resolverá dejando al hombre con vida. Hiciera lo que hiciera, si le ahorcaba o si le dejaba libre, con cualquiera de las dos opciones, Sancho quebrantaría la ley.
Por eso tuvo una salida lógica en la que demostró su habilidad a la hora de resolver la paradoja. La misma lógica que combinó con astucia cuando le tocó azotarse. En vez de pegar azotes sobre su cuerpo, lo hizo contra el tronco de un árbol.