Los recursos naturales son finitos, pero el consumo desbocado planetario no tiene límites. Prueba de ello es que, cada año, la humanidad consume todos los recursos que el planeta genera durante un año, antes de que ese lapso termine. Hoy (28.07) se ha alcanzado el conocido como el Día del Sobregiro o Sobrecapacidad, aunque hay países que llegaron hace meses a ese límite. Es el caso de Alemania y varios países de América Latina.
“Los países de América Latina han aumentado su huella ecológica porque han incrementado su consumo de bienes y servicios, sus emisiones de gases de efecto invernadero y las importaciones, en las últimas décadas”, explica a DW Yohan Yugar, de la organización boliviana Reacción Climática.
Gloria Lillo, coordinadora de programas de la Oficina Regional para el ConoSur, de la Fundación Heinrich Böll, apunta a que ello se debe al papel de la región como proveedora de recursos naturales en el mundo. “El aumento no solo responde a la demanda doméstica de los países, sino también a una demanda mundial que aumenta año a año”, sostiene.
Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay y Panamá ya están viviendo ‘a crédito’ de sus recursos, según datos de la organización Global Footprint Network. “En el caso de Argentina, Bolivia o Paraguay, esto se debe a que tienen emisiones per cápita de gases de efecto invernadero muy altas, mientras que en el caso de Chile, la pesca tiene una huella ecológica importante”, detalla Yugar.
Otras fechas clave en Latinoamérica: Chile (15 de mayo), Argentina (24 de junio), Bolivia (5 de julio), Paraguay (8 de julio), Panamá (17 de julio), Costa Rica (25 de agosto), Venezuela (30 de agosto), México (31 de agosto), Perú (3 de septiembre), El Salvador (12 de octubre), Colombia (8 noviembre), Guatemala (14 de noviembre).
“Latinoamérica ha aumentado la superficie de plantaciones agrícolas y la deforestación en países como Bolivia, donde, a pesar de estar entre los 10 países con mayores reservas de biocapacidad, mantiene un descenso acelerado y continuo de sus reservas”, detalla Lillo, apuntando que se trata de una tendencia regional, a pesar de que cada país tiene sus particularidades. “En Chile se asocia a un aumento sostenido del Producto Interno Bruto, lo que acelera el aumento en el consumo y la extracción de recursos. Argentina y Paraguay viven una crisis económica muy profunda, lo que ha significado una profundización del extractivismo en búsqueda de divisas extranjera”, agrega.
Jaramillo recuerda las características del caso argentino. “Argentina produce alimentos para 400 millones de personas, cuando su población es solo un 12 % de esa cantidad de habitantes”, recalca, recordando los problemas que ello conlleva: demanda de agua y nutrientes y generación de energía a través de la quema de combustibles fósiles, entre otros. Todo ello, “impacta directamente sobre la huella ecológica de nuestro país; de esta manera, el día del sobregiro se manifiesta más temprano en el calendario”, lamenta.
En la otra cara de la moneda se encuentran Colombia, Guatemala, Cuba y Ecuador, que terminarán sus recursos entre noviembre y diciembre. Según Jaramillo, esto se debe a “los modelos de tenencia de la tierra, apropiación de los recursos naturales, reconocimiento de la cosmovisión de los pueblos indígenas y las comunidades rurales, y patrones culturales de consumo de alimentos”. Igualmente, “Cuba o Guatemala consumen menos bienes, y, por tanto, demandan menos recursos que los países con huellas ecológicas más acentuadas”, subraya Yugar.
“El respeto por la naturaleza y las personas debe ser central en la reformulación de un modelo socioeconómico que permita a la humanidad continuar acompañando a nuestro planeta por mucho tiempo más”, reclama Jaramillo. No obstante, para Lillo, eso debe abordarse de manera global, ya que “la intensificación de la extracción de recursos naturales en dichos países no solo responde a demandas internas, sino a un aumento en la demanda global de recursos”. En ese sentido, Gloria Lillo hace referencia al incremento de la búsqueda de minerales como el litio, a raíz del crecimiento del requerimiento mundial de vehículos eléctricos, y aboga por “incluir una perspectiva de transición justa” que tenga en cuenta esos parámetros.
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