La justicia llama a veces a la puerta de modo tardío. El alemán Oskar Gröning, de 96 años, un antiguo miembro de las SS nazis que en el campo de exterminio de Auschwitz se ocupaba de expoliar a los judíos destinados a la muerte, irá a la cárcel a cumplir la condena de cuatro años que le impuso en el 2015 un tribunal de su país, condena que el nonagenario había intentado eludir invocando su avanzada edad y precaria salud.
El Tribunal Constitucional de Alemania rechazó el pasado 29 de diciembre su último recurso. El conocido como contable de Auschwitz –así le apodó la prensa alemana, pues entre sus funciones estaba transferir a Berlín lo robado a las víctimas– será recluido en las próximas semanas, probablemente en una cárcel de Baja Sajonia donde otros reos ancianos cumplen pena bajo control médico.
El proceso a Gröning ha hurgado en la cuestión de la culpabilidad de quienes, como miembros segundones del régimen nazi, no ejecutaron u ordenaron de modo directo los asesinatos del Holocausto, pero sin cuya cooperación la maquinaria de muerte no habría podido avanzar. Los crímenes nazis no prescriben en Alemania, pero antes del 2011 la justicia apenas perseguía a los vigilantes de los campos, porque era muy difícil encontrar pruebas directas que les incriminaran.
Oskar Gröning, que había entrado voluntario a los 21 años en las SS, estuvo activo como vigilante en el campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, en la Polonia ocupada, entre 1942 y 1944. Sin embargo, el tribunal de Lüneburg que en una sentencia de julio del 2015 le condenó a cuatro años de prisión, lo hizo por un periodo concreto del año 1944 en el que tuvo lugar la denominada Ungarn-Aktion, es decir, la deportación y asesinato de la población judía de Hungría. Entre el 16 de mayo y el 11 de julio de ese año llegaron a Auschwitz unos 137 trenes con 425.000 personas, de las cuales al menos 300.000 fueron gaseadas.
El cometido de Oskar Gröning era retirar los equipajes que los recién llegados dejaban en las rampas tras bajar del tren para que, según iban llegando otras futuras víctimas, no sospecharan y procedieran con calma. Ya en la oficina, Gröning contaba el dinero y otros bienes sustraídos a los judíos, para su posterior envío a la central de las SS en Berlín.
El tribunal de Lüneburg arguyó que Gröning había optado en tiempo de guerra por “un trabajo de oficina seguro” dentro de “una maquinaria destinada enteramente a matar personas”. En el proceso, Gröning admitió que cometió “una falta moral”, y pidió perdón a las víctimas y a sus familias. “Lo que usted ve, señor Gröning, como una falta moral es exactamente lo que la ley ve como complicidad en asesinato”, le dijo entonces el juez Franz Kompisch.
Tras esa sentencia del 2015 y su ratificación por el Tribunal Supremo en el 2016, la defensa de Gröning presentó apelaciones, que fueron rechazadas en cascada el año pasado. El TC corroboró el pasado diciembre todas esas decisiones, y subrayó que, en caso de registrarse “cambios negativos considerables en el estado de salud” del condenado durante su estancia en prisión, existe siempre la opción de otorgarle la libertad condicional.
A Gröning, que tras la guerra estuvo en un campo de internamiento británico y volvió luego a la vida civil como contable en una fábrica de vidrio, se le había abierto sumario en 1977, pero quedó sobreseído en 1988. De hecho, él nunca ocultó que había sido vigilante en Auschwitz, si bien siempre se consideró a sí mismo inocente de los crímenes. En el 2005 dio una entrevista al semanario Der Spiegel en la que relataba que vio cómo un hombre de las SS estrellaba la cabeza de un bebé contra un vagón para que cesara de llorar. También habló de aquella época para las cámaras de la BBC británica.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la justicia germana perseguía sólo a los autores materiales de los asesinatos del nazismo, o a quienes habían dado las órdenes de asesinar; eso hizo que la mayoría de implicados en el engranaje no fueran nunca procesados. La nueva doctrina que ha permitido condenar a Gröning, basada en el concepto de cooperación en la maquinaria de la muerte, arrancó tras la condena en el 2011 al ucraniano nacionalizado estadounidense John Demjanjuk, que había sido guardia en el campo de Sobibor, y que murió antes de que se dictara la sentencia de apelación. Ahora, Oskar Gröning podría convertirse en uno de los últimos encarcelados por crímenes nazis.