Durante 120 años hubo una verdad difícilmente controvertible: que Thomas Alva Edison había sido la primera persona en grabar la voz humana.
El inventor de, entre otras cosas, la bombilla y la cámara cinematográfica, famosamente lo había logrado en 1888 con otra de sus creaciones, el fonógrafo de cilindro de cera, y hubo muchos testigos de la hazaña, incluidos los asistentes a un concierto que grabó en el Festival Handel en Crystal Palace, Londres.
Sin embargo, más de un siglo después, dos miembros de First Sounds Initiative -un colectivo que “se esfuerza por hacer que las primeras grabaciones de sonido de la humanidad estén disponibles para todas las personas de todos los tiempos”- empezaron a sospechar que había una realidad alternativa.
Sus sorprendentes descubrimientos llevaron a que en 2008 la historia fuera reescrita… dos veces. Cuando el estadounidense Patrick Feaster, un historiador de audio, empezó a leer sobre un pionero del sonido anterior a Edison, un francés llamado Édouard-Léon Scott de Martinville, no se entusiasmó mucho; su invento no parecía ser más que un precursor técnico del fonógrafo que sólo se usó para experimentos científicos.
Pero su opinión fue cambiando a medida que investigaba más, particularmente tras ver unas malas fotocopias de la patente de un aparato llamado fonoautógrafo, que el francés había registrado el 25 de marzo de 1857.
Poco después, en una visita a París, su colega David Giovannoni consultó en persona los documentos de Scott de Martinville en la Oficina de Patentes de Francia y encontró dos fononautogramas… nada menos que grabaciones de sonido fechadas en 1860, 28 años antes de las de Edison.
Eran hojas de papel cubierto en hollín que habían sido marcadas por la vibración de una cerda de jabalí provocado por sonidos; gracias a que habían sido sumergidas en un fijador, esos rastros de algo que sucedió una decena de décadas atrás estaban perfectamente preservados.
El desafío consistía en traducir esas marcas en ondas sonoras. Giovannoni le envió los papeles a Feaster a Estados Unidos, quien, con su computadora, se abocó a la tarea apenas los recibió.
“Terminé quedándome despierto toda la noche”, le contó Feaster al programa “La orquesta de los sonidos perdidos” de la BBC.
Tuvo que ajustar manualmente las ondas de sonido usando como referencia las vibraciones inscritas por un diapasón que Scott había grabado en los mismos documentos precisamente para tal fin.
“Cuando salió el Sol, finalmente pude escuchar la grabación. Era (la canción folclórica francesa) Au Clair de la Lune. Sentado allí, me di cuenta de que era la primera persona en escuchar a alguien cantar antes del estallido de la Guerra Civil estadounidense: se me puso la piel de gallina“.
No sólo eso: Feaster fue además el primero en escuchar esa grabación. Punto.
Édouard-Léon Scott de Martinville nunca la había reproducido; de hecho, ni siquiera lo intentó.
Otro sueño
Scott era editor y tipógrafo de manuscritos en una editorial científica de París. Como buen hombre de letras, su sueño había sido otro.
¿Qué tal si un escritor -se preguntó- pudiera “dictar un sueño fugaz en medio de la noche y al despertar descubrir no sólo que ha sido escrito, sino regocijarse en su libertad de la pluma, ese instrumento con el cual lucha y que enfría la expresión?“
Básicamente, lo que quería crear era un aparato que cumpliera una función similar a los programas de reconocimiento automático del habla modernos, una herramienta capaz de procesar la señal de voz emitida por el ser humano y convertirla en símbolos que pudieran ser leídos con facilidad.
“La imprudente idea de fotografiar la palabra” se le había ocurrido un día de mediados del siglo XIX tras leer un texto sobre fisiología humana: si la fotografía podía capturar imágenes fugaces con lentes que imitaban el ojo, ¿no podría una réplica del oído capturar las palabras habladas?
Su inspiración dio a luz el fonoautógrafo, un autoescritor de sonido, y volvió a soñar con que la caligrafía escrita en hollín, que consideraba como una taquigrafía natural, algún día se leería con la misma facilidad que los símbolos que habíamos inventado, como las letras.
Por lo pronto, había realizado su visión de hacer del sonido, desde siempre invisible y pasajero, algo visible y permanente.
Después de que su fonoautógrafo captara la atención de SEIN (Société d’encouragement pour l’industrie nationale), una asociación de expertos que evalúa las nuevas tecnologías y sus posibles contribuciones a la industria francesa, Scott tuvo apoyo para mejorar su invento.
Más tarde, se asoció con Rudolph Koenig, un constructor de instrumentos científicos de precisión, para comercializarlo, ofreciéndolo en el catálogo como un aparato capaz de llenar un vacío en la acústica, que -decía- “está un siglo atrás de otras ciencias experimentales, careciendo de instrumentos de observación, medición y análisis, como la astronomía antes de la invención del telescopio“.
El fonoautógrafo era “un medio de diseccionar los fenómenos sonoros, un microscopio que no solo muestra los sonidos sino que conserva su huella”.
Mostrar sonidos, más que reproducirlos, fue siempre su intención y con ello en mente, Scott hizo varias decenas de grabaciones de fragmentos de canciones, poesía y teatro en varios idiomas que yacieron en silencio, a salvo, pero casi olvidadas en varias venerables instituciones francesas.
Hasta que en 2008, con la tecnología actual, una de esas grabaciones cobró vida como “un fantasma atravesando una cortina velada de tiempo“, como le dijo Giovannoni a la BBC.
Presentación en sociedad
La grabación de Au Clair De La Lune en la voz de una niña que Giovannoni y Feaster pensaron podría ser la hija de Scott -“¿No sería dulce?”- fue revelada al público y pronto se hizo viral.
No a todos les pareció tan dulce.
A Charlotte Green, periodista de BBC Radio 4, le provocó un ataque de risa incontrolable al escucharla en el noticiero que estaba presentando en vivo, un clip que también se volvió viral.
Green dijo más tarde que sonaba como “una abeja atrapada en una botella”.
A algunos los conmovió, a otros les pareció espeluznante.
En cualquier caso, la historia se reescribió: quizás Edison había sido el primero en reproducir la voz humana, pero ahora sabíamos que Edouard-Léon Scott de Martinville había sido la primera persona en grabarla.
Sólo que…
Encore une fois
Seis meses después del lanzamiento de lo que ahora se reconocía como la primera grabación de voz del mundo, Giovannoni y Feaster estaban trabajando en otro audio cuando se dieron cuenta de que habían cometido un tremendo error: habían reproducido Au Clair De La Lune al doble de velocidad.
Cuando lo corrigieron, la voz no era la de una niña, sino la del propio Scott de Martinville.
¡La historia tuvo que ser reescrita una vez más!
Scott murió de un aneurisma en virtual anonimato un año después de conocer el fonógrafo de Edison.
Fue enterrado en una tumba sin nombre, pues su familia no pudo pagar una lápida. En su testamento, Scott pidió a sus hijos que se aseguraran de que él y su invento no fueran olvidados.
En 2015, la UNESCO inscribió en su Registro de la Memoria del Mundo “Las primeras grabaciones de la humanidad de su propia voz: los fonautogramas de Édouard-Léon Scott de Martinville (c.1853-1860)”.