Ser reconocido mundialmente por crear una obra maestra es un hecho notable. Que un único detalle de una de tus pinturas sea trascendental para la historia del arte es algo solo al alcance de un puñado de elegidos. Hablamos del espejo más fascinante jamás pintado, hablamos del espejo de Jan van Eyck en El matrimonio Arnolfini.
El Matrimonio Arnolfini es un perfecto ejemplo de la maestría que había alcanzado su autor con la pintura al óleo: los pliegues de las ropas, los detalles del candelabro, la talla de los muebles… Es una de las obras más estudiadas de la historia y, sin embargo, todavía no está claro su significado.
El prestigioso historiador del arte Erwin Panofsky sostenía que representaba el enlace entre Giovanni Arnolfini y su esposa Giovanna Cenami.
El sacerdote y el testigo indispensables para celebrar la ceremonia aparecerían… en el espejo. Pero, hoy por hoy, ni la propia National Gallery, museo donde se encuentra el cuadro, mantiene esa teoría.
De todos modos, no hemos venido aquí a hablar de algo sobre lo que ya han vertido ríos de tinta. El protagonista de este artículo será exclusivamente el objeto circular que se alza entre los brazos que unen el hombre y la mujer.
Todo un mundo en 5 cm de diámetro
Comencemos por decir que el espejo que van Eyck pintó difiere un tanto de la idea originaria que tenía. La reflectografía infrarroja nos permite saber que en una primera instancia el artista dibujó un espejo ligeramente más grande, por lo menos en cuanto al marco se refiere. Gracias a esta técnica analítica podemos contemplar la silueta del aspecto que pudo haber tenido.
Cabe destacar que, además de un tamaño mayor, el marco iba a tener tan solo ocho segmentos en lugar de los diez que ahora tiene y que sirvieron al pintor para dibujar escenas del Vía Crucis.
Pero la parte más fascinante del espejo no es su marco, sino su reflejo. Gracias a ese recurso van Eyck introdujo en la pintura a otros dos personajes que se encuentran fuera de la escena principal. Quizás esto os recuerde a algo que hizo un tal Velázquez 222 años después.
¿De dónde tomaría la inspiración? Yo solo digo que El Matrimonio Arnolfini estaba en poder de la Corte española cuando don Diego era pintor de cámara. Aunque tampoco tenemos que realizar viajes tan largos en el tiempo: otros pintores flamencos explotaron el recurso del espejo pocos años después de que van Eyck lo hiciese (como vemos en la imagen inferior).
Recurso compositivo
Como podéis ver, los espejos sirven para completar la composición, bien sea mostrando elementos nuevos, bien sea mostrando una perspectiva diferente. Y ahí es donde sobresale la creación de van Eyck. Dentro de esa circunferencia de apenas cinco centímetros de diámetro el pintor recrea la lujosa habitación en la que se hallan los protagonistas. ¡Aparecen hasta las naranjas!
Si os fijáis detenidamente veréis que los objetos reflejados sufren una distorsión y las líneas rectas se curvan. Esto es un fenómeno comprensible si tenemos en cuenta que nos encontramos ante un espejo convexo.
La pregunta que nos podríamos hacer es si esta distorsión obedece a los principios de la óptica. Como suele suceder en estos casos, hay gente que se lo ha preguntado antes que nosotros. Lo bueno es que así conocemos la respuesta.
Análisis algorítmico del reflejo convexo
En el año 2004 se publicó un artículo titulado Reflections of Reality in Jan van Eyck and Robert Campin (Reflejos de la realidad en Jan van Eyck y Robert Campin). En este trabajo los autores pretendían indagar en el realismo de los artistas flamencos a través del estudio de los espejos convexos.
Para ello se valieron de herramientas informáticas (uno de los firmantes trabajaba para Microsoft) y emplearon un algoritmo para estudiar la “exactitud geométrica” de las imágenes reflejadas.
Para simplificar las cosas diremos que el proceso consiste en tomar la imagen distorsionada del espejo y transformarla mediante diferentes modelos matemáticos para obtener una nueva imagen corregida. Cuanto más se acerque la imagen corregida en su totalidad a la “perspectiva correcta” más exacta se considera la recreación.
Estas transformaciones se hicieron siguiendo tres modelos para cubrir diferentes posibilidades: que el espejo fuese parabólico, que fuese esférico o que provocase una distorsión radial.
Al aplicar esta metodología en El retrato Arnolfini las diferencias entre los tres modelos fueron mínimas, pero podemos ver que en ningún caso se puede obtener una imagen “correcta” de la realidad (imagen inferior). El lugar más fácil para observar ese hecho es la ventana.
Mientras casi todas las distorsiones del espejo se corrigen y se obtienen objetos más o menos rectos, la parte izquierda del marco de la ventana sigue teniendo un aspecto curvado.
Por lo tanto, ahí van Eyck se alejó un tanto de la imagen que en realidad hubiese proyectado el espejo. Teniendo en cuenta que lo pintó hace casi seiscientos años, se lo podemos perdonar.
“Corrigiendo” a Van Eyck
Ahora bien, la ciencia es implacable y, si se encuentra un fallo, hay que intentar arreglarlo. Los investigadores tomaron el espejo una vez transformado y retocaron aquellas zonas que todavía mostraban distorsión: el borde izquierdo de la ventana y de la mesa y la parte inferior del vestido de la mujer.
Una vez hecho estos cambios, hicieron el proceso inverso: revertieron la transformación y obtuvieron el espejo más realista posible. O, por lo menos, el que mejor obedece las leyes de la óptica.
Como podéis ver en la imagen inferior, no difiere en exceso de lo que pintó van Eyck. Quizás lo más destacable, además de la mencionada ventana, es que la mesa original no toma la forma curvada que le correspondería por estar en el borde del espejo.
Para concluir el artículo, solo me queda parafrasear a los autores de este interesantísimo trabajo, ya que comparten la visión de este blog: “Esta investigación representa un nuevo intento de construir un dialogo entre dos disciplinas diferentes: las ciencias de la computación y la historia del arte.
A pesar de sus diferencias fundamentales, pueden aprender una de la otra y enriquecerse mutuamente”.
Este artículo fue publicado originalmente en la sección Kimikarte del Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHU
*Oskar González es profesor en la Facultad de Ciencia y Tecnología, Universidad del País Vasco
**Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Haz clic aquí para leer la versión original.