La tensión dialéctica entre el Brasil de Bolsonaro y la Venezuela de Maduro ha ido ganando amperios con el paso de los meses, y fue parte fundamental de la campaña electoral del nuevo presidente brasileño. En el momento de la verdad, con la crisis venezolana entrando en un punto de no retorno, ha tenido que ser el Ejército brasileño el que ha salido a contener su deseo de endurecer posturas.
En Brasil, también Venezuela ha sido utilizada como arma política arrojadiza. Bolsonaro lo ha usado durante años para golpear al Partido de los Trabajadores, siempre cercano al chavismo, y fundador del Foro de São Paulo, el espacio de pensamiento de la izquierda latinoamericana, que según él es la amenaza comunista para la región, así como cuna de criminalidad.
Estos días de tensión en aumento le han sorprendido a Bolsonaro en el hospital Albert Einstein (São Paulo) recuperándose de su última intervención quirúrgica, tras el ataque sufrido en septiembre. La primera línea la ocupa su vicepresidente, el general Hamilton Mourão, que ya pronosticaba antes de llegar al poder que “la próxima operación de paz del Ejército brasileño” sería dentro de Venezuela.
Mourão, en un tono más conciliador que Bolsonaro, ha declarado que más allá de las sanciones que puedan llegar contra Venezuela, la clave es que las Fuerzas Armadas venezolanas sean conscientes de cuál es el límite, y puedan ofrecer una salida para Maduro y su grupo. Esta postura meditada de los mandatarios brasileños no siempre ha existido. El autocontrol de Bolsonaro brilla por su ausencia, testigos de ello son las comunidades indígenas, la población afrodescendiente, el colectivo LGTBI y los propios venezolanos.
El ejército brasileño viene trabajando duro para intentar que entren en razón él, su clan y sus ministros más osados. Unas de las primeras críticas llegó tras la primera aparición internacional de Ernesto Araújo, ministro de Relaciones Exteriores. Tuvo lugar a principios de enero en la reunión en la que el Grupo de Lima exigía a Nicolás Maduro no tomar posesión de su cargo, que consideraban ilícito. En la declaración firmada en aquella reunión, y sin que ni Araújo ni Bolsonaro lo hubieran consultado con sus Fuerzas Armadas, se sugería la suspensión de la cooperación militar con el Gobierno de Maduro. El gesto molestó profundamente al Ejército brasileño. Según declararon fuentes militares al diario Folha de São Paulo, precisamente son las Fuerzas Armadas las únicas que tienen algo de información de primera mano sobre los pasos de Maduro, y la información proviene directamente de los propios militares venezolanos.
Pero ha habido más pasos en falso. Tras la reunión con Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, que viajó a Brasilia para la toma de posesión el pasado 1 de enero, Bolsonaro volvió a plantearse seriamente la habilitación de una base militar del Ejército estadounidense en territorio brasileño. Los rumores, de nuevo, no fueron bien encajados por las Fuerzas Armadas. Se lo hicieron saber en privado y el general Fernando Azevedo e Silva, nuevo ministro de Defensa, llegó a cuestionarlo en público, ante los medios de comunicación: “Es un asunto muy complejo. No veo cuál sería el motivo para una base como esa”. Una semana después el presidente ya había descartado la idea.
La manera con que el Ejército brasileño esquiva cualquier debate que tenga que ver con una intervención directa o indirecta en Venezuela recuerda a las palabras del candidato Fernando Haddad (Partido de los Trabajadores) en la campaña electoral. Se escandalizaba el sustituto de Lula con la fervorosa retórica de Bolsonaro y su clan respecto a un posible conflicto con el país vecino. “Venezuela tiene condiciones bélicas superiores a las de Brasil”, indicó el candidato. “Si Brasil declara la guerra y manda jóvenes brasileños a la frontera con Venezuela, o pide ayuda a un imperio internacional, probablemente Estados Unidos, o vamos a mandar jóvenes, pobres seguramente, para morir en un conflicto que no es el nuestro”.
En su día las declaraciones hirieron a la cúpula militar. Las consideraron una falta de respeto. Lo cierto es que tanto en Brasil como en Colombia, aunque los datos oficiales no lo muestren, se desconfía del verdadero potencial del Ejército venezolano, asesorado durante años por el Ejército ruso, y con una gran inversión en las dos últimas décadas.
Ahora el control militar de la estrategia diplomática de Brasil pasa porgarantizar la llega de ayuda humanitaria a Venezuela y, sobre todo, por seguir de cerca los pasos del ministro de Relaciones Exteriores para que una declaración suya o una decisión arriesgada no coloque a Brasil en una encrucijada arriesgada, arrastrada por el ímpetu de los Estados Unidos.
En la última rueda de prensa, el 1 de febrero, Araújo mantuvo su estilo provocador, pero el sistema militar de contención funcionó. No faltaron, eso sí, apelativos duros y directos hacia Nicolás Maduro. El canciller habló de “terrible tiranía izquierdista”, y de un país “traumatizado por décadas de dictadura, de hambre y de miseria”. Acusó a Maduro de dirigir un “genocidio silencioso”, sometiendo a su pueblo “a las peores humillaciones”.
Araújo aseguró que en Venezuela se había puesto en práctica “una política deliberada”, haciendo “que el pueblo pase hambre, que el pueblo pase necesidad”, y negando “tratamientos médicos, servicios públicos, para subyugar, para humillar, para garantizar su dominio sobre una población sumisa”.
No olvidó Araújo una referencia al mensaje oficialista, el de inculcar el miedo a la población afirmando que la estrategia de Maduro formaba parte de un esquema para que la izquierda dominara América Latina, instigado –siguiendo la línea de Bolsonaro– por el Foro de São Paulo.
Nada hizo indicar, no obstante, que Brasil pueda ir más allá, incluyendo una intervención militar. El canciller señaló que un comité interministerial dictará los pasos a seguir, que pueden pasar por la congelación de bienes del Gobierno venezolano en Brasil o pueden estar relacionados con la deuda bilateral. Siempre dentro de la legislación brasileña y de las normas internacionales.