Eran las 14.45 de la tarde del jueves 17 de octubre cuando Culiacán vio despertar a la bestia con la que convive desde hace décadas: el cartel de Sinaloa. Se había dicho que ese animal estaba adormilado, afectado y disminuido tras las disputas en su cúpula y la anulación de uno de sus líderes históricos, Joaquín El Chapo Guzmán. La bestia, acorralada, mostró los dientes en un despliegue de fuerza nunca antes visto en su cuna. Las calles de la capital se convirtieron en un campo de batalla. Soldados fueron retenidos por narcotraficantes en las carreteras y sus familias amenazadas por delincuentes. Medio centenar de presos escapó de la prisión local para sumarse al caos que dejó desierta una de las principales ciudades del noroeste mexicano por más de 24 horas. La bestia de Sinaloa goza de una salud menospreciada por el Estado mexicano.
“Nunca nos habían faltado al respeto. Nos dijeron ‘yo controlo’ ¿Y qué puede hacer uno?”, se pregunta Ana Félix, dueña de una panadería artesanal en el centro de Culiacán. Supo que algo raro estaba pasando en su ciudad por la cara de terror de su empleada, que comenzó a recibir videos de los tiroteos en su teléfono. Nunca imaginó que la batalla iba en su dirección. Los soldados y militares cruzaban disparos de alto calibre a menos de dos cuadras de su restaurante. Era uno de los 14 tiroteos registrados la tarde del jueves. “Vimos a mucha gente corriendo. Bajé las persianas, atrancamos las puertas con unas mesas y nos fuimos a la parte de atrás”, relata.