Al tiempo que lidia con el dolor humano y la devastación económica que deja a su paso el coronavirus, Estados Unidos se enfrenta en este momento excepcional de la historia a comparaciones y preguntas dolorosas que revelan hasta qué punto su orgullo nacional y sentimiento de excepcionalidad se están viendo magullados por este primer envite.
“Somos el mejor país del planeta y, aun así, tenemos el mayor número de casos y muertes por Covid-19 del mundo. ¿Por qué?”, planteó en una audiencia del Congreso la demócrata Anna Eshoo. “Sólo unos pocas países han gestionado esta crisis peor que EE.UU. ¿Qué nos ha pasado? ¿Cómo nos hemos vuelto tan disfuncionales e incompetentes”, ruge Eugene Robinson, columnista de The Washington Post.
Visión desde HARVARD
“Decir que Estados Unidos podía haber estado mejor preparado es quedarse muy corto”
“Damos lástima al mundo.¿Podrá el prestigio americano recuperarse de esto?” (Timothy Egan, The New York Times) . La Covid ha destapado “un virus político propio de EE.UU.: una cepa letal de división y disfunción que infecta la política nacional”, reflexionan en el Atlantic Council. “No tenía que haber sido así”, martillea la revista Time : “No hay razón para que el país más rico del mundo, el que reconstruyó Europa, llegó a la luna y proclama la excepcionalidad como su seña de nacimiento deba elegir entre salvar la economía o proteger vidas”.
Que las cifras per cápita ofrezcan una imagen más matizada (su tasa de mortalidad es más alta que la de Canadá o Suiza pero inferior a la España, Italia, el Reino Unido o Francia) no es consuelo para la primera potencia económica mundial. Con 328 millones de habitantes y una densidad de población tres veces menor que la de la UE, 1,4 millones de personas han contraído el virus en EE.UU. y 88.000 han muerto.
En la prensa, los debates (virtuales) y papeles académicos abundan las comparaciones poco halagadoras con países con los que el gigante norteamericano no acostumbra a medirse: la rápida respuesta de Corea del Sur, los éxitos de Singapur y Nueva Zelanda, la capacidad de Alemania para reforzar a tiempo su capacidad para hacer tests… Mientras Angela Merkel maravillaba al mundo con sus dotes de comunicación, el planeta entero se carcajeaba con la sugerencia Donald Trump de inyectar desinfectante a pacientes para matar el coronavirus.
Dos meses después de la declaración del estado de emergencia, casi todos los estados de EE.UU. han empezado a reabrir partes de su economía antes de poder hacer la cantidad de tests diarios que gobierno y epidemiólogos consideran necesaria (alrededor de un millón), sin reglas claras sobre cómo reaccionar si hay rebrotes y sin un buen sistema de rastreo de contagios.
“Estamos liderando la respuesta mundial”, afirma Trump, que asegura que así se lo han dicho Merkel y otros líderes. “América es líder mundial en tests”, se leía el lunes en una gran pancarta en la Casa Blanca. En dos meses el país ha pasado de hacer 3.500 a unas 300.000 pruebas diarias. Pero, cifras absolutas aparte, lo cierto es que dista aún de ser el país que más hace per cápita. Los datos son escurridizos pero está más bien a la altura de España.
Reflexiones incómodas
“El país que levantó a Europa y viajó a la Luna no debería elegir entre la economía y la vida”
Aunque ahora realiza más que Corea del Sur, su porcentaje de positivos es mucho mayor que el del país asiático, donde los nuevos casos se cuentan por decenas, no por miles, diferencia que no se explica sólo por su menor población. “Todos los caminos para volver al trabajo y a las aulas pasan por hacer tests”, lo hecho hasta ahora “es impresionante pero ni mucho menos suficiente”, lamentó el martes el senador republicano Lamar Alexander. Días después, Trump se declaró “escéptico” sobre su utilidad.
“Decir que EE.UU. podía haber estado mejor preparado es quedarse muy corto”, sostiene Mary Travis Bassett, directora del Centro de Salud y Derechos Humanos de Harvard, en una entrevista por e-mail. “La respuesta ha sido una chapuza y es un ejemplo del estilo favorito del ejecutivo de liderar mediante el caos”, afirma. Pero hay problemas que preceden a Trump: “Había vulnerabilidades estructurales que hacían probable que tuviéramos un gran brote”. Como ella misma advirtió el uno de marzo, un día después de la primera muerte por Covid en el país, “las epidemias hacen emerger patrones de marginalización, exclusión y discriminación” de las sociedades y esta tendría un terreno fértil en EE.UU. La elevada mortalidad de los negros y latinos ante el virus le ha dado la razón.
La necesidad de un “plan federal” para hacer tests masivos y comprar material de protección ha sido un clamor en las intervenciones de expertos esta semana en el Capitolio. Harto de sus quejas, el presidente Trump acabó diciendo a los gobernadores que se las arreglaran por su cuenta. “La comparación más cercana en cuanto al esfuerzo de movilización nacional sería una guerra. De ningún modo iba EE.UU. a ir una guerra con 50 estados luchando por separado”, afirma el epidemiólogo William Hanage (Harvard).
El diagnóstico de Brookings
Décadas de ataques al gobierno, los medios y la ciencia han dejado a EE.UU. “vulnerable”
Un estudio de Brookings Institution ha indagado en las razones de la partidista respuesta de EE.UU. a “la mayor amenaza natural contra la humanidad en 100 años”. Décadas de ataques políticos al gobierno, los medios y la ciencia, “elevados a un nuevo nivel” por Trump, han destruido la confianza de los estadounidenses en estas instituciones y dejado al país “en una situación vulnerable”, escriben Marc Hetherington y Jonathan Ladd.
“Las guerras culturales que libramos sobre cualquier tema han debilitado nuestra capacidad para responder a esta pandemia. Podemos ser nuestro peor enemigo”, afirma Nick Johnston ( Axios) . El nivel de discordia interna se traduce en diferentes listas de “culpables” (los republicanos acusan a China, los inmigrantes y los americanos que fueron al extranjero; los demócratas, a los que se saltan las reglas, Trump y el gobierno federal) e incluso en distintas percepciones del riesgo.
En marzo, el 59% de los demócratas creía que el virus era una gran amenaza. Residentes en estados rurales poco poblados, sólo el 33% de los republicanos lo veía así. Los porcentaje se han ido acercando conforme la pandemia avanza por el territorio americano y se infiltra en condados que son territorio Trump . “El avance de la pandemia por estados conservadores hará que las diferencias sobre cómo gestionarla se reducirán”, vaticina Angus Deaton, profesor emérito de Princeton.
La pandemia ha añadido nuevos ingredientes al debate político. Los demócratas se sienten reivindicados. Ideas como la baja por enfermedad o un subsidio del paro federal que defendían sin éxito en el Congreso han sido aprobadas temporalmente y aplaudidas por los ciudadanos, antes recelosos de que el estado interviniera en la economía. Los republicanos ni han rechistado pero su lectura es que la crisis demuestra los peligros de la globalización. “Mi objetivo es que nosotros produzcamos todo lo que América necesita”, dijo Trump esta semana en una fábrica de Pensilvania. “Construiremos un futuro glorioso con manos americanas, coraje americano y orgullo americano”.
Admitir que se está enfermo, escribía ayer Philip Kennicott en The Washington Post , es el primer paso para la curación. “No hay esperanza para América hasta que no nos demos pena a nosotros mismos”.