Un experimento mental

Imagine aterrizar en la ciudad más grande de un planeta alienígena, digamos que su capital. Le asombra descubrir
que todos los humanoides tienen, con pocos centímetros de diferencia, la misma estatura; que todos tienen cuerpos
musculosos, casi idénticos, y que sus rasgos faciales son muy similares: pómulos altos, narices pequeñas y ojos negros. Quizá lo más sorprendente para usted sea que todos tienen la piel morada. La embajadora que lo acompaña le explica que ésa es resultado de la interacción de las proteínas pigmentadoras de la piel, el sol doble de ese
sisema planetario, y la reproducción voluntaria y totalmente aleatoria de diferentes generaciones. Mientras caminan hacia su importante reunión, la embajadora también le informa que todos los humanoides adultos del planeta lucen iguales. Ella no es ninguna excepción. Llamemos a ese planeta Unidad.

Ahora recuerde el laboratorio experimental de la evolución propuesto por Darwin, y sobre lo que aprendió en las clases de biología del bachillerato; haga memoria de las islas Galápagos y la amplia variedad de especies de pinzones y tortugas que allí se encuentran. Ahora habitemos esas islas, en nuestra mente, con poblaciones pequeñas e idénticas de humanos de hace 200 mil años. Agreguemos unas cuantas decenas de islas más grandes, con ecosistemas diferenciados y que son mutuamente inalcanzables. Los humanos en las islas de ese experimento mental llegarán a ser muy diferentes en términos de cuerpo, comportamiento y cultura. Llamemos a esa situación hipotética Galápagos a gran escala.

¿El Homo sapiens del año 2020 es más parecido a los habitantes del planeta UnidadGalápagos a gran escala? ¿Qué nos dice eso sobre nuestra historia evolutiva y hacia dónde podríamos dirigirnos? La genética y la genómica modernas nos enseñan que nuestra especie es más cercana a la de Unidad. La variación genética humana muestra que nuestra especie es relativamente joven, que se ha expandido con rapidez y presenta una variación genética bastante
continua a lo largo de toda nuestra geografía. Sin embargo, abundan las controversias.

Cuadro general

Puesto que los humanos muestran tantas diferencias de tamaño, forma, color y comportamiento en distintas partes del mundo, podría parecer que estamos más cerca de Galápagos a gran escala que de Unidad. Sin embargo, no es así. Nuestra joven especie se originó en África a partir de unas pocas poblaciones, muy emparentadas entre sí y de escasos individuos. Poblaron al mundo grupos reducidos que salieron de ese continente, crecieron, se expandieron, y experimentaron algunas modificaciones a causa de la selección natural, la deriva genética aleatoria y la mutación. Las cruzas ocasionales a través de grandes distancias no dejaron de ocurrir a lo largo de la historia. Y aunque la evidencia fósil nos sugiere algunas partes de ese cuadro, las ciencias genómicas de las últimas décadas han sido las que han precisado y confirmado —a veces con metodologías sorprendentes— varias propiedades de la distribución global de la diversidad genética del Homo sapiens. Derivado de todo ello, se ha concluido que nuestra especie tiene una variación genética reducida en comparación con muchas otras; que la variación no-africana es básicamente un subconjunto de la variación africana; y que la mayor parte de la variación genética se encuentra dentro de poblaciones humanas locales, mientras que sólo alrededor de 5% se encuentra entre las razas continentales. El Homo sapiens es muco más cercano a los habitantes de Unidad. En un sentido importante, todos somos africanos.

Sin embargo, existen excepciones a un patrón como el de Unidad. Después de todo, ese planeta hipotético y las Galápagos a gran escala son los extremos de un amplio espectro que va desde ninguna diferenciación, hasta una diferenciación genética significativa entre los grupos de una especie. Para muchos genes, existen al menos pequeñas diferencias entre las personas cuyos ancestros vivieron en África, el centro y sur de Asia, Asia oriental, Europa, el Medio Oriente, Oceanía y las Américas.

Aun así, son raros los «alelos privados» existentes sólo en un subconjunto de poblaciones humanas. Cuando examinamos al Homo sapiens en un nivel de detalle burdo, como si viéramos todo el mapa del mundo en una sola hoja de papel, nuestra especie se ajusta bien al modelo de Unidad. Y al menos en algunas partes del mundo —sobre todo en las grandes ciudades multiculturales—, nuestros hijos están volviéndose cada vez más parecidos a los habitantes de Unidad. Sin embargo, si nos enfocamos en un nivel de precisión más fino, explorando nuestra especie en busca de genes específicos o con comparaciones contextuales de sólo unas cuantas poblaciones, como si observáramos un mapa de Copenhague o la Ciudad de México en esa misma hoja de papel, resulta que nuestra especie presenta muchas propiedades de Galápagos a gran escala.

Esa pizca es lo que hace que la genómica poblacional de nuestra especie sea tan cargada. ¿Los alelos asociados con el cáncer, la velocidad de sprint o la inteligencia podrían estar distribuidos desigualmente a través del mundo? De ser así, ¿qué consecuencias tendría, para bien o para mal, el conocimiento de las poblaciones de origen para el conocimiento individual, la terapia, el control social y la vigilancia?

Sobre el origen de las naciones: ¿historias culturales o biológicas?

En lo referente a las nacionalidades, los grupos étnicos o las poblaciones culturales, consideremos que casi todos los pueblos del mundo tienen un relato sobre su origen, tal vez de siglos o milenios de antigüedad. En Europa, pensemos en la historia de Rómulo y Remo para la antigua Roma; o en Arminio —o Hermann—, contemporáneo de Jesús, conocido como unificador de las tribus germanas gracias a su victoria sobre los romanos en la batalla del bosque de Teutoburgo. Los estudios genéticos de restos humanos arcaicos —como de neandertales o de esqueletos de la Edad de Bronce en Europa, Asia central y el Medio Oriente— demuestran que dichas historias nunca ocurrieron en realidad. La mayoría de los relatos de orígenes nacionales, étnicos o culturales, cumplen importantes funciones sociales y políticas, pero son erróneos en cuanto a los orígenes reales, toda vez que los humanos arcaicos se entremezclaron de manera significativa, tuvieron migraciones drásticas y relativamente recientes, y formaron grupos mucho más numerosos de lo que esos mitos presentan.