DALAI LAMA: Digan la verdad !!!!

El autor del texto compara la situación de su país con la de Kuwait invadido por Irak, con la diferencia de que la invasión del Tibet dura ya 40 años. Expone la necesidad de encontrar una solución basada en la autodeterminación del territorio.

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En mi viaje por Gran Bretaña, Irlanda y Estados Unidos pocas semanas después de que el Ejército iraquí fuera expulsado de Kuwait, fui repetidamente preguntado si los tibetanos deseamos que una acción internacional del mismo tenor libere al Tibet de 41 años de ocupación ilegal por China.El parecido de ambas situaciones es notable: un país grande y poderoso gobernado por un dictador sin escrúpulos invade el territorio de un pacífico vecino más pequeño y más débil. Algunas de las razones invocadas por Irak para justificar su ocupación ilegal son idénticas a las esgrimidas por China: ambas alegaron su derecho a “unir” a un país vecino “a la gran madre patria” apoyándose en pretensiones territoriales deliberadamente trucadas. Ambos agresores infligieron tremendos sufrimientos a los pueblos que intentaban conquistar.

La diferencia principal es que en el Tibet el sufrimiento ha durado más de 40 años. Y que cuando fue invadido, ninguna fuerza multinacional acudió a liberarlo.

El Tibet era un país independiente antes de que fuera ocupado por China. Tenía su propio Gobierno, ahora en el exilio, su propio sistema judicial y administrativo, su pequeño Ejército, su servicio de correos, su moneda y aparato fiscal. El Tibet mantenía relaciones independientes con otros países -especialmente los de la región- que, a su vez, le tenían reconocido. No hay justificación alguna para que se afirme que el Tibet era “parte de China” como hoy sostiene Pekín.

Cuando en 1954 me entrevisté en Pekín con Mao, me dijo que los chinos habían acudido al Tíbet para ayudar a los tibetanos a convertirse en una nación moderna y próspera. Me dijo que los chinos se marcharían después de unos 20 años, una vez que hubieran terminado su tarea. Sin embargo, en 40 años los chinos no han hecho mucho por mejorar la vida de los tibetanos. Antes al contrario, han destruído y esquilmado nuestra cultura y nuestro tesoro religioso y han esclavizado a nuestro pueblo, de tal modo que hoy el Tibet es uno de los países más pobres de Asia. Y en vez de marcharse, como Mao prometió, millones de chinos han sido animados a establecerse en el Tibet.

Hoy, la situación sigue siendo tan triste como siempre. Pese a que las autoridades chinas anunciaron que levantarían la ley marcial el 1 de mayo de 1990, el Tibet sigue sujeto de facto a un estado de excepción. El ciclo ininterrumpido de represión, intimidación, tortura y ejecuciones continúa. El control sobre todos los aspectos de la vida tibetana ha sido endurecido y varios centenares de monjes y monjas han sido sacados de sus monasterios y conventos. La trasferencia de población china prosigue con intensidad alarmante, de modo tal que el país está siendo trasformado en un área china en la que los tibetanos se están convirtiendo en una minoría desvalida.

Propuestas de paz

En vista de tan triste y crítica situación, en 1987 formulé a los líderes chinos unas propuestas para buscar una solución pacífica y negociada al problema del Tibet. En una visita al Congreso de Estados Unidos, propuse un plan de cinco puntos, que amplié un año más tarde en una intervención a miembros del Parlamento Europeo de Estrasburgo. La propuesta, aunque basada en el derecho inalienable de los tibetanos a la libertad y a la independencia y a la restauración de la integridad territorial, contenía concesiones importantes. Propuse que China retuviera la responsabilidad de las relaciones internacionales de Tibet y conservara en nuestro territorio un limitado número de instalaciones militares -con finalidad exclusivamente defensiva- hasta el momento en que el Tibet pudiera convertirse en una zona de paz. Esperábamos que estas concesiones fueran una buena oportunidad para que los líderes chinos respondieran a mí llamamiento de negociaciones honradas sobre el futuro del Tibet. Muchos de mis ciudadanos criticaron mis propuestas porque las encontraron demasiado conciliadoras, pero yo creí que debía hacerse un esfuerzo serio para iniciar conversaciones.La respuesta china a mis esfuerzos ha sido desilusionante. Pese al amplio consenso internacional de que China debería acceder a la propuesta de negociación y pese a muchas gestiones realizadas ante los líderes chinos por muchos parlamentos y gobiernos, Pekín nunca contestó positivamente, nunca se avino a sentarse a la mesa negociadora.

Por lo que hace al futuro de Tibet, el problema no puede ser resuelto de forma aislada. En un mundo crecientemente interdependiente, la cuestión tibetana debe ser tomada en el contexto de los acontecimientos globales. En muchas partes del mundo, movimientos democráticos populares han conseguido echar del poder a dictadores y a regímenes totalitarios. En la Europa del Este, la Unión Soviética ha liberado a sus satélites y ellos han rechazado a los regímenes comunistas que les habían sido impuestos. Nuestros vecinos, Nepal y Mongolia, también han experimentado grandes cambios. La aspiración del pueblo chino por conseguir la democracia y la lucha de mi propio pueblo por la libertad, acabarán sin duda provocando un cambio en Pekín.

La comunidad internacional tiene la responsabilidad de propiciar tal cambio.

El primer ministro de Gran Bretaña, John Major, ha declarado que “China tiene una responsabilidad especial en el Tibet”. ¿Puedo preguntar en qué se basa esta responsabilidad especial? ¿En una antigua pretensión imperial? ¿0, por el contrario, en el llamado “Acuerdo de 17 puntos para la liberación pacífica del Tibet” que China impuso a mi Gobierno en 1951 con coacción extrema, después de derrotar y prácticamente aniquilar al Ejército tibetano? Ni el Gobierno tibetano ni yo accedimos jamás voluntariamente a los términos del Tratado. Antes al contrario, lo denuncié a la primer oportunidad que tuve de manifestarme libremente en la India.

La comunidad internacional en su conjunto tiene la responsabilidad de sostener lo que saben que es verdadero, en consonancia con sus compromisos declarados en relación con los principios de autodeterminación, de justicia y libertad. No les pedimos que libren una guerra por la liberación del Tibet. Lo único que les pedimos es que digan la verdad. Les pedimos que no dis torsionen la historia y que acepten -como lo han hecho en el pasado- que el Tíbet es un país ocupado; una declaración sencillamente ajustada a la verdad y por la que los tibetanos están siendo ejecutados en las calles de Lhasa. Pedimos que Gran Bretaña y Estados Unidos y los restantes paises amantes de la paz apoyen nuestros esfuerzos en pro de la aplicación de las resoluciones de la ONU sobre el Tibet. Les pedimos que soliciten de Pekín la resolución pacífica de la cuestión tibetana mediante negociaciones sinceras con nosotros.