En el futuro, la civilización que estudie las ruinas de la nuestra encontrará un curioso ritual preservado en el registro arqueológico de finales de la década de 2010: quizá lo vean como un método de desahogo para las ansiedades de una sociedad en caída libre. El ritual involucra un reporte más sobre cómo los jóvenes han abandonado y destruido otro pilar de la vida típica de posguerra, como el cereal en el desayuno, inscribirse a los clubes de campo o comer mayonesa. A eso le sigue que los jóvenes lean ese reporte (es inevitable hacerlo, como rascarse una costra) y enloquezcan por la acusación.
Ese futuro arqueólogo podría señalar lo apropiado que fue llamar a esos jóvenes de una manera tan apocalíptica y portentosa: milénials. Los milénials han sido acusados de “matar” tantas industrias que hay todo un metagénero de artículos que se burlan de ese lugar común: “Q. e. p. d.: Estas son 70 cosas con las que han acabado los milénials”, de Mashable; “Estas son 28 cosas de las que acusamos a los milénials de haber matado a sangre fría”, de BuzzFeed; “Hice todas las cosas de las que se acusa de matar a los milénials”, de Broadly. Business Insider lleva un registro bastante completo, que incluye cadenas de restaurantes, el golf, lugares como Hooters, los diamantes, ser propietario de una primera casa, ser propietario de una casa punto, los bolsos de diseñador y los bancos.
Claramente, los milénials tienen las vidas de relativa abundancia que disfrutaron las generaciones previas: no se pelean por quién va a pagar la cuenta de la comida esta vez ni necesitan (o tienen dinero para) un auto familiar. Lo que al parecer les parece irritante a los jóvenes es la insinuación de que, de alguna manera, tuvieron voz y voto en que así les sucediera. Los cambios estructurales en la economía —los sueldos estancados, el elevado costo de la vivienda, la colosal deuda estudiantil— han colocado a los milénials en el camino hacia una calidad de vida más baja que la de sus padres. Así que cuando un tipo australiano afirma que la razón por la que no pueden comprar casas es que gastan demasiado en pan tostado con aguacate, como lo hizo el desarrollador millonario Tim Gurner en 2017, es fácil ver por qué los jóvenes podrían estallar.
Sin embargo, estas afirmaciones sobre la pobreza de hecho podrían estar perdiendo de vista lo esencial. En conjunto, los milénials sí tienen un inmenso poder cultural y económico.
Por eso es que aterran a las industrias moribundas y esa también es la razón por la que estas intentan ajustarse con tanta desesperación a los curiosos estilos de vida de los jóvenes. (Es difícil recordarlo, pero hace solo unos años no se podía usar una aplicación móvil para que un desconocido fuera a un restaurante y trajera tu comida hasta la puerta de tu casa, solamente para que pudieras ver sin interrupciones alguna caricatura, quizá sobre un caballo deprimido).
Tan solo debido a los muchos que son, los milénials están revelando que gran parte del estilo de vida occidental no tiene mayor permanencia que la de los nacidos durante la Segunda Guerra Mundial (apodados baby boomers) que codificaron esa manera de vivir. Si fueras uno de esos negocios geriátricos, por buenos motivos considerarías que los milénials son una amenaza existencial, aunque ellos siguieran considerándose indefensos y completamente abatidos por el mundo que sus mayores les construyeron. En el centro de todas las vociferaciones sobre los milénials quizá haya una pregunta que no puede responderse: ¿hasta qué punto una generación le da forma a la historia y hasta qué punto la historia le da forma a esa generación?
El término “milénial” fue acuñado por William Strauss y Neil Howe, un par de demógrafos que proponían una teoría extrañamente determinista sobre la historia estadounidense: funciona a partir de ciclos de aproximadamente ochenta años de duración, o cuatro generaciones. Nuestro ciclo actual comenzó con los baby boomers, seguido de la relativamente pequeña Generación X. Después llegaron los milénials, quienes, según Strauss y Howe, rechazarían el individualismo y el libertinaje de los boomers para convertirse en la “siguiente Gran Generación”.
Propusieron esta teoría en un libro del año 2000 llamado Millennials Rising, en el que describieron un panorama de mi generación que ahora parece igual de risible que profético. A decir de Strauss y Howe, los milénials éramos optimistas y colaborativos; amantes de la autoridad, las instituciones y las reglas; no decaídos ni cáusticos como los abandonados miembros de la Generación X. (Un auge de nacimientos en la década de 1980 resultó en un resurgimiento del interés en la crianza, haciéndonos “la generación más vigilada de la que se tenga memoria”). Con nuestro enfoque en “los logros, la modestia y el buen comportamiento”, predijeron los autores, los milénials pronto “cambiarían la imagen de la juventud para que pasara de ser una etapa aislada y deprimida a una alegre y comprometida”.
En un inicio, esta grupo de niños fue apodado la Generación Y, pero eso sugería demasiada continuidad con respecto a la Generación X. Strauss y Howe hicieron una encuesta y encontraron que “milénial” era una palabra más popular entre los adolescentes por un amplio margen. Las connotaciones apocalípticas del final de un milenio eran deliberadas y resonaban con una cultura que se obsesionaba con llegar al año 2000; Strauss y Howe anticiparon que esta generación transformaría de manera radical la vida estadounidense. En cuanto los milénials comenzaran a interactuar con el mundo que los rodeaba, escribieron los autores, “se detendrá el ‘final de la historia’ y se dará inicio a una nueva, su historia milénial”.
En ese momento, esa nueva generación aún era joven y no estaba marcada ni por la historia ni por la adultez. Sin embargo, incluso entonces, ya se consideraban personas que eran, por un lado, forzadas y sobreprotegidas, y a la vez frágiles y dispuestas a imponer su voluntad por encima de la de los demás. Strauss y Howe identificaron siete rasgos esenciales. Los milénials se consideran especiales, como individuos y como grupo. Están protegidos, son el “blanco del movimiento más aplastante de seguridad de la juventud en la historia estadounidense”. Están seguros de sí mismos, tienden a trabajar en equipo, alcanzan grandes logros y sienten la presión de tener éxito. Por último, son convencionales, pues se sienten más cómodos con los valores de sus padres que cualquier otra generación que se recuerde”.
Ese último punto, la tendencia conservadora, quizá es el que más contradice a los estereotipos contemporáneos. Sin embargo, tal vez no hayan estado totalmente errados; es posible que esos impulsos simplemente se redirigieran debido a factores históricos. Strauss y Howe vieron un conjunto cuyo moralismo daría como resultado matrimonios más jóvenes y cortejos basados en “el respeto a los padres”; no esperaban que, en cambio, ese grupo generacional terminaría aferrado a la cultura pop. (Aunque sí predijeron de manera precisa que las comedias se volverían “más melodramáticas e inocentes” o su música rap, más “contenida y domesticada”). De manera similar, es verdad que los milénials creen en las instituciones al mismo nivel en el que los miembros de la Generación X las despreciaron, pero Strauss y Howe no pudieron ver cómo esta fe se combinaría con una crianza protegida e idealista: en vez de crear instituciones nuevas, los milénials parecen estar interesados en obligar a las viejas a que cumplan con su retórica noble. El libro dedica todo un capítulo a los regímenes de “tolerancia cero” en las escuelas, pero no puede imaginar las maneras en que los jóvenes internalizarían esta lógica y la redirigirían a los fracasos del mundo que los rodea.
Por eso es que el término milénial, en la boca de una persona mayor, a menudo suena peyorativo: para ellos, somos un océano de personas que exigen un trato que nadie antes que ellos recibió, una generación que transforma todo lo que se nos pone enfrente, desde los campus universitarios hasta la industria de los colchones.
La visión de quienes pertenecen a la generación es bastante distinta. El libro de Malcolm Harris publicado en 2017, Kids These Days: The Making of Millennials, ve a una generación formada no por un ciclo determinista, sino por la lógica punitiva de un capitalismo cada vez más acelerado. Propone un argumento convincente de que la sobreprotección y la obsesión con los logros de esta generación en realidad es el resultado de intentar prepararse para el mercado laboral del siglo XXI, que es hipercompetitivo. A los milénials les hicieron creer en la meritocracia y los obligaron a competir por los espacios en ella, solo para que después vieran todas esas creencias desmanteladas debido a un mercado laboral en ruinas, la carga catastrófica de las deudas y una crisis financiera mundial que llegó justo cuando grandes cantidades de ellos estaban por sumarse a la fuerza laboral. En algunos aspectos, el libro es un documento que encapsula perfectamente lo que la palabra milénial significa para la gente a la que describe: un grupo sobrecargado de manera única —e histórica— por el trauma económico y culpada injustamente por todo lo que le ha sucedido. Incluso el subtítulo del libro, “Cómo fueron hechos los milénials”, hace parecer a esta generación como un participante pasivo en su propia historia.
Los epítetos generacionales suelen desgastarse con el tiempo.Milénial se ha usado para referirse a chicos universitarios y de veintitantos durante casi una década; incluye y expulsa individuos cada día. No está muy claro cuándo llegará, por fin, a desaparecer. De acuerdo con la Oficina de Censo de Estados Unidos y con el Centro de Investigaciones Pew, los milénials más jóvenes tienen entre 20 o 22 años; los más viejos, a sus 36 años, casi están a la mitad de su vida, sobre todo ahora que la expectativa de vida está disminuyendo. ¿Cómo es posible que una sola palabra pueda capturar con algún tipo de significado este rango de vidas y actitudes?
He ideado un sistema rudimentario para resolver las tensiones imposibles que contiene el término. En este sistema, todos los nacimientos de 1982 hasta 1989 son los milénials “buenos”, que representan a la mitad de la generación que de verdad se vio afectada por el colapso del viejo orden económico. (Obviamente, este grupo me incluye). Todos los que nacieron a partir de 1990 son quienes tienen menos recuerdos predigitales más allá de los episodios de Barney y sus amigos y que tuvieron más suerte a la hora de evitar los peores efectos de la recesión, pero parecen desear que los defina un hastío existencial. Ellos, desafortunadamente, son los milénials “malos”.
Puede que esta distinción sea simplista, cruel y poco precisa —quizá tan inexacta que llega a ser inútil— pero así es la solemne tarea de nombrar generaciones. Les recomiendo que ideen un sistema propio.