”Cuando Hugo Chávez llegó al poder se necesitaban cuatro pasos administrativos para exportar un contenedor de chocolate. Hoy hay 90 pasos y 19 ministerios involucrados”. Venezuela se ha esmerado en demostrar que la burocracia extendida y la incompetencia son ramas de un mismo árbol, imposible suponerlas por separado.
Un empresario venezolano, Jorge Redmon, ejecutivo de Chocolates El Rey, en Caracas, hizo ese comentario sobre sus tribulaciones a la agencia Bloomberg. Una síntesis perfecta, ese relato, del brutal ineficientismo que se ha esparcido por la región junto a otros ismos como el izquierdismo o, su pariente dilecto, el infantilismo.
Ese panorama, parece sin embargo, destinado a mutar de un modo radical impulsado por la necesidad y el crónico oportunismo del modelo. Sin mayores prejuicios ideológicos, nada de qué sorprenderse, el experimento que comanda Nicolás Maduro ha puesto una reversa drástica en todo lo que ha venido adornando el relato chavista.
De un momento al otro se han eliminado los controles de precios y recortado los subsidios, también acabaron los límites de tono soviético que han regido el mercado de cambios y se ha dejado que el dólar reine liberado como una moneda nacional. El efecto de este giro a la ortodoxia ha sido un freno a la disparada de los precios, que siguen en niveles extraordinarios, con un costo de vida anual de 2.266% pero bastante menos que el número de seis cifras que mostraba la inflación en 2019. Ahora el registro mensual exhibe un promedio de 20%, casi un éxito en el desastre cotidiano del país caribeño.
En la otra mano, si antes la empresa privada ocupaba un lugar estrecho en el universo económico de la “revolución bolivariana”, el año pasado ya representaba 92% de la canasta de importaciones de materias primas y alimentos elaborados. Una novedad que le ha servido a este neo chavismo de mercado como herramienta para amenguar sus extraordinarios abismos fiscales. El último dato es la firma por parte de Maduro de una ley llena de garantías para los inversionistas privados.
En una reciente entrevista el hombre fuerte bolivariano justificó el giro sosteniendo que “son herramientas de una economía de guerra”. Lo cierto es que las reformas son tan ortodoxas que podrían confundirse con un programa clásico de estabilización del Fondo Monetario Internacional, comenta la citada Bloomberg especializada en la pesquisa económica.
Nicolas Maduro Guerra, “Nicolasito”, el hijo del hombre fuerte y crítico de las expropiasiones de la era chavista. Foto Reuters
En términos básicos el esquema incluye un formidable ajuste cuyos mayores efectos se notan en las ciudades, especialmente en Caracas, y entre los sectores ligados al régimen, con renta diferencial. El “capitalismo de amigos” en una expresión extraordinaria. Al revés que la postal cotidiana del reciente pasado, los supermercados no muestran ya sus góndolas vacías ni la gente debe usar una bolsa llena de los devaluados bolívares para pagar la compra. Todo va en dólares. Dos dólares, un corte de cabello.
Esta novedad añade un grado superior de incertidumbre en el interior pobre del país que no estaba bien antes ni menos ahora. Como en las dictaduras cívico militares de los años 70, la paraguaya de Stroessner por ejemplo, que es a la que más se parece el experimento venezolano, hay un sector social bendecido y una amplia masa desatendida, con ingresos magros, sin asistencia sanitaria, ni posibilidades de mejoras.
La represión, que no ha cesado, se multiplica para intentar contener la frustración de esos desposeídos donde crecen alternativas políticas que denuncian que el gobierno se ha “vendido al imperialismo” con sus políticas “neoliberales”, como señaló una reciente investigación de The New York Times que detectó cómo esos críticos son asesinados por paramilitares o arrestados por la policía política.
Los cambios
Detrás de estos cambios, que tienen su efecto político en un novedoso coqueteo con la oposición, está la mano de la vicepresidente Delcy Rodríguez, que también funge como responsable de finanzas y que junto con su hermano Jorge Rodríguez, son un poder decisorio en la mesa chica chavista, amparados ambos por la poderosa esposa de Maduro, Cilia Flores.
La vicepresidente opera con la participación de un asesor externo, el ecuatoriano Patricio Rivera, quien fue ministro de Economía en su país durante la gestión de otro líder “flexible” del eje bolivariano, Rafael Correa, a cuyo gobierno se sumó en 2010 para gerenciar la crisis por el incumplimiento del pago de la deuda.
Después de implementar con la guía de Rusia la apertura del negocio petrolero a los privados, Caracas solo piensa en atraer inversiones. Las señales políticas tienen el mismo propósito. Recientemente el régimen anunció la inclusión de dos dirigentes, cercanos al disidente Henrique Capriles, en el Consejo Nacional Electoral.
La vicepresidente venezolano, Delcy Rodríguez, la mano que dirige el cambio. Foto AFP
Horas atrás, se anunció la reactivación de la boleta electoral de la opositora Mesa de Unidad Democrática, hoy muy desmantelada, y la finalización de los “protectores” que son funcionarios que actúan como gobernadores paralelos especialmente donde el oficialismo no manda. También se envió a prisión domiciliaría a cinco norteamericanos arrestados en las cárceles del régimen y se permitió que el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas ingresara al país.
Entre los gestos, pasó inadvertida una significativa declaración de Nicolasito Maduro, el hijo economista y diputado del regidor venezolano, quien en una rueda de prensa con periodistas extranjeros le dio humillante sepultura al famoso “exprópiese” del fundador del modelo, el ex paracaidista Hugo Chávez: “Las expropiaciones fueron un error”, dijo, “Nos hicieron daño”.
El hijo de Maduro junto a otros legisladores, impulsa una ley de inminente promulgación que da origen a unas llamadas “Zonas Económicas Especiales”, como la que Cuba del aperturismo generó en el puerto del Mariel o se hicieron famosas en la China del inicio de la probeta capitalista. Serán cuatro aéreas en el eje norte costero y en la isla Margarita con un régimen especial fiscal y aduanero para facilitar el comercio de importaciones y liberación impositiva para los nuevos inversionistas.
Las sanciones
Ese amontonamiento de medidas ya tuvo efectos: EE.UU. y la UE difundieron un documento junto a Canadá en el que afirman su disposición a levantar las sanciones contra Venezuela si se avanza por este camino.
Para Capriles esto sucede porque “hay gente del lado de Maduro que también se ha dado cuenta de que el conflicto existencial tampoco es bueno en la posición en que ellos están, porque no hay manera de recuperar económicamente al país”. Este político prestigioso fue el primero que rompió con la dura oposición que lideraba Juan Guaidó y defendió participar en las elecciones aun pese a las proscripciones y el fraude.
De algún modo su comportamiento reflejaba lo que comenzaba a experimentar el propio establishment venezolano que veía que la dictadura de discurso florido de supuesta izquierda del chavismo iba mutando en un despotismo clásico pro mercado, con el país en ruinas pero que abría una oportunidad económica primero y de posible cambio político después.
La cereza de toda esta torta es la privatización del enorme negocio petrolero. Ese proyecto fue diseñado por una comisión venezolana y gerenciado por el ministerio de Economía ruso. Es de lo que habla “Nicolasito” Maduro. Moscú visualiza ese espacio caribeño como su área de influencia. Hace unos pocos días, el ministro de Defensa del Kremlin, Serguéi Shoigú, en la Conferencia de Seguridad de Moscú, resaltó la colaboración de su país con Cuba, Nicaragua y Venezuela “que enfrentan distintas formas de presiones e incluso amenazas del uso de la fuerza”.
El líder opositor Henrique Capriles. Foto EFE
Aquel programa incluyó como uno de sus capítulos principales la reconquista del Parlamento que hasta diciembre del año pasado estaba en manos de la oposición y de Guaidó como el principal líder disidente. La vidriosa elección de ese mes y la decisión de los opositores de no presentarse en esas urnas con la disidencia de Capriles, se saldó con una victoria plena del oficialismo, condición que le permite al régimen legalizar los traspasos de las zonas petroleras de exploración y explotación.
También están en esa vereda las mineras, uno de los negocios de mayor provecho junto con el petróleo. “Hay que sacar a Guaidó”, había pedido el viceministro ruso de Finanzas, Sergey Storchak, proponiendo un paquete de medidas “para erradicar las distorsiones sucedidas durante la nacionalización” del petróleo por parte de Chávez.
Maduro se retuerce amargado porque dice que no hay aún las señales efectivas de Estados Unidos a su extraordinario convite. Seguramente no las habrá de modo contundente antes de las elecciones legislativas norteamericanas del año próximo en las que el Estado de Florida, sede de una diáspora venezolana hermanada con la cubana, tiene un rol clave. La Casa Blanca necesita ganar ahí y tiene que marchar en puntas de pie.
Pero sí ya hay gestiones de congresistas tanto demócratas como republicanos que proponen revertir la prohibición de las importaciones estadounidenses de petróleo venezolano y el reenvío de combustible norteamericano a Caracas. En gran medida eso se debe a que las corporaciones petroleras europeas miran con interés el giro en Venezuela y sus colegas norteamericanos “no quieren quedar fuera de ese almuerzo”, aclara , elocuente, una fuente diplomática.Play VideoCon regalos y sin distancia. Video: Nicolás Maduro tocó la guitarra y manejó una espada samurái que le regaló Steven Seagal
Venezuela hoy produce apenas 500 mil barriles por día, unos 200 mil más que en 2020 pero muy lejos del millón y medio a dos millones de los momentos de auge. Un salto en esa línea implica una inversión extraordinaria en camino a la reconstrucción de toda la industria y una transformación aún más profunda del régimen, incluyendo la participación del FMI.
Más banderas que se caerían a cambio de una esperanza de sobrevivencia. En cualquier caso será interesante observar de qué modo se acomodarán a esta novedad los seguidores fieles en la región de la supuesta revolución bolivariana, vista ahora así, sin maquillajes, disfraces y caretas.
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