Mi propio hermano ha sufrido el estar enganchado al jarabe para la tos con codeína. El opioide con sabor a fresa lo atrapó después de que mataran a nuestro padre.
Tristeza, depresión o el deseo de estar a la moda son solo algunas razones por las que los nigerianos están cayendo en esta droga.
Los músicos cantan sobre el subidón que te da. Los traficantes trapichean con ella en clubes nocturnos y en las calles. Los adolescentes lo mezclan con refrescos o lo beben directamente del frasco en “fiestas de jarabe”.
Hussan, alias Baba Ibjei, trabaja en la farmacéutica Bioraj, un fabricante autorizado que produce un jarabe para la tos a base de codeína comercializado con el nombre de Biolin. La compañía es uno de los mayores suministradores del norte de Nigeria.
Hussan es uno de los empleados de la farmacéutica que la BBC filmó secretamente en los últimos meses mientras elaboraba jarabe ilegal. No está prohibido el consumo ni la fabricación de la medicina, pero sí vendérselo a quien no tenga una prescripción médica o la pertinente licencia farmacéutica.
“Incluso si alguien quiere comprar cien cajas, no le daremos un recibo”, nos dice Hassan, explicando cómo consigue evitar que lo detecten las autoridades.
Semejante corrupción está en contra de la política de Bioraj, pero está inundando el mercado negro con cantidades industriales del jarabe.
Cuando informamos a Bioraj que teníamos pruebas de que Hassan estaba tomando parte en esta actividad ilegal respondió con un comunicado en el que aseguraba que la compañía solo vende el medicamento legalmente, que Hassan negaba haber incurrido en ningún acto ilícito y que el presidente de la compañía, Bioku Rahamon, vigila personalmente las ventas de Biolin.
Como todos los opioides, la codeína forma parte de las misma familia química que la heroína. Es un analgésico eficaz, pero también una sustancia capaz de provocar picos de euforia si se consume en grandes cantidades.
Es altamente adictiva y, en exceso, puede tener efectos devastadores en cuerpo y mente.
Image caption Los agentes antinarcóticos de Nigeria confiscaron este machete de una banda de traficantes.
En el Centro de Rehabilitación de Dorayi de Kano, encontré a un hombre del que personal decía que se había vuelto loco por esta droga.
Estaba encadenado por los tobillos a las raíces de un árbol, gritando y golpeándose en los brazos. Setenta y dos horas antes estaba en la calle rompiendo los cristales de los autos en mitad del tráfico.
“Todavía está pasando por los problemas de la abstinencia”, me contó Said Usaini, el responsable a cargo del centro.
El jarabe de codeína, la magnitud del problema
La codeína es un analgésico, pero también un adictivo opioide. Un consumo excesivo puede provocar esquizofrenia y el fallo de algunos órganos
El jarabe de codeína se mezcla a menudo con refrescos dulces y es consumido por los jóvenes nigerianos
La codeína es importada, pero el jarabe lo fabrican en Nigeria más de 20 compañías farmacéuticas
La agencia antidrogas de Nigeria combate esta epidemia. En una operación reciente, incautaron 24.000 botellas de jarabe de codeína transportadas en un solo camión en Katsina
La adicción al jarabe es un problema en toda África. Se publicaron informaciones sobre la adicción que provoca en países como Kenia, Ghana, Níger y Chad.
En 2016, India prohibió la actividad de numerosas empresas que distribuían codeína después de que se publicaran informes que alertaban de su efecto adictivo.
Además de problemas de riñón y convulsiones, un abuso severo de codeína puede desembocar en psicosis, delirios, alucinaciones e incluso esquizofrenia. Muchos de los adictos al jarabe internados en el centro de Kano pueden mostrar un comportamiento tan violento que el personal tiene que encadenarlos al suelo.
“No puede estar en una cama porque ya rompió una, rompió las ventanas y se autolesionó”, me dice Usani, cuando me paro ante otro joven encadenado.
En el aire flota un vago olor a heces y el zumbido de las moscas. “Muchos de los padres rompen a llorar aquí “.
Los empleados de la industria farmacéutica que trafican con el jarabe en el mercado negro saben lo adictiva que puede llegar a ser la codeína.
Uno de ellos es Chukwunonye Madubuike, un ejecutivo de la firma Emzor que nos vendió 60 botellas en la habitación de un hotel de Lagos.
Image caption Emzor afirma que está investigando a Chukwunonye Madubuike (d) tras la denuncia de la BBC.
“Cuando alguien está enganchado a algo —¿me sigues?—, y lo necesita, no creo que el precio sea un problema en esto”, nos dijo. “Este es un producto del que sé que si tengo un millón de cajas las puedo vender en una semana.
La farmacéutica Emzor nos dijo que está ahora investigando a Madubuike y añadió que tenía acceso solo a una cantidad limitada de Emzolyn, el jarabe con codeína que produce, por lo que no podría vender ilegalmente grandes cantidades.
La compañía dijo que es una empresa responsable y que está revisando sus políticas de distribución con absoluta seriedad.
‘Afecta a todas las clases’
En Kano, en el norte de Nigeria, la agencia gubernamental antidroga (NDLEA, por su sigla en inglés) lleva a cabo frecuentes registros y allanamientos tras los que destruye el jarabe de codeína destinado a la venta callejera que aprehende.
Agentes de este cuerpo nos mostraron más de dos toneladas de Biolin de Bioraj que había sido confiscada por equipos de asalto.
También nos mostraron las armas que las bandas criminales usan para proteger su negocio, que incluían cuchillos, espadas e incluso una sierra mecánica con la que uno de ellos había atacado a los representantes de la autoridad.
Image caption Muchos envases de los jarabes destacan que contienen codeína.
Pero la NDLEA en Kano, como sus propios responsables admiten, a duras penas puede hacer frente a la escala de esta epidemia.
El Senado de Nigeria estima que se consumen hasta tres millones de botellas al día solo en los estados de Kano y Jigawa.
“Podríamos no estar interceptando ni el 10%”, asegura el comandante Hamza Umar, de la NDLEA, en Kano. “Afecta a todas las clases, no importa el nivel; ricos y pobres, educados y analfabetos, mendigos y niños pequeños”, enumera.
Image caption Ruona Meyer afirma que la adicción de su hermano destrozó a su familia.
De vuelta en el centro de tratamiento, Usaini mide la escala de la epidemia por el número de adictos que traen a su cuidado.
Solían presentársele quizá dos o tres casos a la semana, recuerda. “Ahora vemos 7, 8, y algunas veces hasta 10 en una semana… ¿Cada niño que ves que traen aquí como un adicto? Es la codeína”.
En una habitación sin ventanas, todavía temblando después de dos meses de abstinencia, encontramos uno de esos menores, una muchacha de 16 años con un hiyab rosa que nos dijo que solía conseguir el jarabe gracias a su novio y tomarlo al salir de la escuela.
Tiene un mensaje muy simple para otros jóvenes nigerianos tentados por la moda del jarabe.
“Les aconsejaría que no caigan si todavía no lo han hecho. Si lo hacen, arruinará sus vidas”.