Feng Ling (seudónimo) era una candidata clara. Esta estudiante de doctorado en una de las mejores universidades de Pekín recibió la oferta de convertirse en miembro del Partido Comunista de China (PCCh) cuando aún cursaba la licenciatura, como recompensa a su brillante expediente. “Es habitual que los mejores alumnos reciban esta propuesta. Se hace como reconocimiento a los méritos académicos —cuenta—. Yo dije que sí en parte por convencimiento, en parte porque es bueno para tu currículum y abre puertas si quieres hacer carrera en el sector público. También en parte por curiosidad intelectual. Quería saber cómo se vive desde dentro del sistema”.
Con 89,5 millones de miembros —el 6,5% de la población nacional y el doble que hace treinta años—, el PCCh es uno de los partidos más numerosos en la Tierra. Solo otra formación política, el Bharatiya Janata Party de India, asegura tener más militantes, cerca de 100 millones. Pero es también un club muy exclusivo: por cada candidato que ingresa, diez son rechazados. Desde la llegada al poder de Xi Jinping, que quiere intensificar la primacía del partido en la vida pública china y convertirlo en un modelo para el resto del país, la política de entrada se ha vuelto cada vez más restrictiva. Tras un lustro de recortes graduales en las admisiones, 2016 fue el año en que menos creció la militancia, apenas un 0,8% con respecto al año anterior. Se aceptaron 3,23 millones de nuevos miembros, 1,3 millones menos que en 2012.
El objetivo de los recortes, según explica Lea Shih, del think tank alemán MERICS, en un reciente estudio sobre la composición de miembros del Partido, es “reforzar la función del PCCh como una organización de élite y de liderazgo disciplinado en la política, la sociedad y la economía”.
Ling tuvo suerte. “Los cambios se han notado sobre todo estos últimos dos o tres años”, después de que ella ya obtuviera el preciado libreto granate con la hoz y el martillo; “ahora se hace mucho más hincapié en la ideología. Los supervisores se han vuelto mucho más estrictos”.
Para ella, el procedimiento fue el más habitual en una formación que en sus orígenes se nutrió de obreros y campesinos pero que hoy día “ficha” sobre todo a estudiantes universitarios, especialmente en los campus de élite. Sea por invitación o por iniciativa propia, el aspirante, que debe tener al menos 18 años, debe rellenar una solicitud en la que explique los motivos de su interés.
Si la célula acepta su solicitud, le abrirá una investigación exhaustiva sobre su comportamiento, su círculo de amistades, su familia y su pasado. El candidato tendrá que contar con el aval de dos miembros que le apadrinarán durante el proceso. A lo largo de un año tendrá que completar un breve curso de formación y redactar cada tres meses un informe de autoevaluación, una especie de diario político en el que registre los principales acontecimientos, sus opiniones sobre ellos y sus reflexiones sobre la doctrina marxista-leninista.
“La rigidez con la que se valoren varía de una célula a otra. Por supuesto, hay modelos de informes que circulan por internet, y hay gente que simplemente se los baja y cambia lo que sea. Hay candidatos considerados muy valiosos y para ellos estos documentos son casi un trámite, pueden escribir cualquier cosa. En universidades como la mía son muy estrictos, se exige que los trabajos sean originales y lo comprueban”, cuenta Ling.
Si la investigación sobre la talla moral del candidato no arroja sorpresas, y sus textos se consideran aceptables, puede presentar su solicitud formal de ingreso. Tras un proceso de revisión que puede durar entre tres y seis meses, y si la formación le acepta, queda admitido de manera provisional durante un año. Ya entonces tiene que empezar a pagar una cuota equivalente al 2% de sus ingresos anuales.
Para Xi y el resto de los dirigentes, un partido amplio representa una ventaja obvia. Si el objetivo del presidente chino es afirmar el liderazgo del PCCh en todas las esferas, nada mejor que miembros repartidos por todo el país e introducidos en todos los ámbitos que puedan servir de defensores, vigilantes y formadores del Partido ante el resto de la población. Una situación muy ventajosa y que el Partido no deja de alentar: en 2016, el 93% de las empresas públicas y el 70% de las privadas, incluidas aquellas con participación de capital extranjero, contaban con una célula del Partido en su seno, según los datos oficiales.
Pero restringir el acceso y mejorar la calidad de los admitidos también tiene sentido, a los ojos del PCCh. Una élite disciplinada reduce el riesgo de corrupción, o de falta de lealtad, en sus filas. Mantiene el aura de exclusividad y permite idealmente contar con los mejores.
Paradójicamente, son los estudiantes los que han visto dificultarse más su admisión y sus candidaturas examinadas más con lupa. Quizá porque, según apunta Shih, “se ha demostrado difícil educar a los jóvenes miembros del Partido ideológicamente”. Quizá porque, según apuntan las encuestas, muchos jóvenes admiten que se inscriben para progresar en sus carreras u obtener reconocimiento social. El politólogo Bruce Dickson, que colaboró con el Gobierno chino en una serie de encuestas de opinión pública, publica en su libro The Dictator´s Dilemma (2016) que un 70% de los nacidos después de 1992 opinaban en 2014 que ser miembro es bueno para la carrera, y un 42% creía que eleva el estatus social. Solo el 50% declaraba “servir al pueblo”, el lema del Partido, como una de sus motivaciones.
UN PARTIDO MÁS ENVEJECIDO Y CON POCAS MUJERES
M.V.L
Al tiempo que se ha restringido el acceso, el Partido ha envejecido y los mayores de 60 años suponen ahora el 26,9%, frente al 23% de 2005. El Comité Central nombrado en octubre pasado tiene una edad media de 57 años, la más alta en décadas. La decisión de permitir que Xi, de 64 años, pueda mantenerse en el poder de manera indefinida no apunta a que vaya a producirse un súbito rejuvenecimiento en las filas del poder.
Las mujeres tampoco lo tienen muy fácil. Aunque el partido quiere aumentar gradualmente su proporción, aun hoy solo representan uno de cada cuatro miembros. Las perspectivas de hacer carrera, al menos en política, son escasas: en 2017 solo había dos mujeres gobernadoras de provincia, en Mongolia Interior y Ningxia. En el Comité Central suman 10 entre 276 miembros. Únicamente una llega al Politburó, el segundo nivel en la escala de mando, un recorte del 50% con respecto a la legislatura anterior. Y nunca, jamás, ha habido una mujer en el nivel más alto, el Comité Permanente.