Stefano Boeri
Arquitecto del bosque vertical
Cuenta Stefano Boeri que, a comienzos de los años setenta, cuando era un joven estudiante de bachillerato que soñaba con la revolución y participaba activamente en los movimientos juveniles de Milán, rechazaba como algo burgués la preocupación ecológica. Para él, comprometido con la izquierda política y reivindicativo con las necesidades de las clases menos favorecidas, dedicarse a la defensa de los ecosistemas era cosa de hippies, gente que vivía ajena a los verdaderos problemas. En 1972, mientras él recorría las calles de su ciudad en manifestaciones, un curioso personaje se plantaba frente a la Gran Ópera de Milán con un pequeño roble en sus manos, declamando la necesidad de una arquitectura ecológica y respetuosa con el medio ambiente. Predicaba, en realidad, para casi nadie, porque el suyo era un discurso poco apreciado entonces (y con las pruebas en la mano, tampoco ha cambiado tanto la situación). El orador, amante de provocadoras performances (en una ocasión llegó a desnudarse para presentar un inodoro ecológico de su invención), era Friedensreich Hundertwasser, un polifacético artista vienés, pintor, escultor y arquitecto, que terminaría por convertirse en una referencia para los movimientos más vanguardistas. Entre sus ocurrencias estuvo la de construir casas con tejados de tierra recubiertos de vegetación y habitaciones donde crecían grandes árboles cuyas ramas asomaban por las ventanas. Por entonces Boeri no conocía estas obras ni la filosofía de Hundertwasser, hoy sin embargo cita sus diseños como una de sus grandes inspiraciones para realizar los bosques verticales que le han dado fama mundial.