Durante mucho tiempo, el escocés naturalizado estadounidense Alexander Graham Bell fue considerado el inventor del teléfono, que patentó en 1876. Pero en 2002, el Congreso de los Estados Unidos admitió a través de la resolución 269 algo que ya era conocido en el mundo de la historia audiovisual: que quién inventó el teléfono en verdad fue el italiano Antonio Meucci, en 1854.
Junto con su esposa Ester Mochi, abandonó su Florencia natal y recaló primero en Cuba, y luego en Estados Unidos. En La Habana aceptó un trabajo en el Gran Teatro Tacón. Allí depositó su inventiva, al instalar un teléfono de lata para comunicar el escenario con los techos del teatro, tal y como había hecho mientras trabajaba en el florentino Teatro della Pergola.
Pero fue seducido por los incipientes descubrimientos relacionados a las ondas eléctricas. Durante su estadía en la isla también desarrolló un tratamiento para combatir dolores en la cabeza y en los huesos utilizando electrochoques.
La segunda de estas dolencias afectaba cada vez más a su esposa Ester, quien sufría de artritis reumatoide. En 1850, la pareja partió hacia Estados Unidos y se instaló en la ciudad de Nueva York.
Staten Island y contactos con otros inmigrantes italianos
Por ese entonces, Meucci se abocó al desarrollo de una nueva tecnología que le permitiera transmitir sonidos. Mientras tanto, empezó a organizar reuniones con otros inmigrantes italianos entre los que se encontraban varios refugiados políticos.
El prolífico inventor llegó a entablar una relación con el famoso unificador italiano Giuseppe Garibaldi. Meucci le ofreció alojamiento al militar en su residencia de Staten Island.
El florentino trabajaba en la planta baja de su casa, y su mujer permanecía postrada en el segundo piso por el reuma. En estas circunstancias creó un aparato que podía transportar las ondas sonoras a través de un cable, y lo bautizó teletrófono.
Primer prototipo y demostraciones públicas
Hoy en día, este prototipo es considerado el primer teléfono de la historia. No utilizaba electricidad, sino un hierro magnetizado que funcionaba como conductor del sonido y le permitía a Meucci conversar con su esposa.
Hizo público su aparato en 1860, al transmitir la voz de una cantante en una demostración pública, y la noticia circuló por los diarios italianos en Nueva York. El problema es que no contaba con dinero suficiente. Había destinado sus ahorros a otros inventos propios; un filtro de agua y una vela de parafina.
Intentó patentar el invento en 1871 y puso a disposición sus planos como prueba. Pero no logró reunir la suma de 250 dólares (a valores actuales, unos US$ 7900). Tuvo que conformarse con un caveat, que era una suerte de trámite preliminar al patentamiento definitivo.
Ese mismo año, mientras volvía en el ferry de Manhattan a Staten Island, la caldera de la embarcación explotó, dejando 66 muertos y varios heridos de gravedad, él entre ellos.
Crisis y estafa intelectual
Su esposa desesperada y sin dinero, vendió todos sus planos y prototipos a un prestamista. Al enterarse de esto, Meucci fue inmediatamente a recuperar sus materiales pero ya habían sido comprados por un desconocido.
Menuda sorpresa se llevó el italiano cuando en 1876 llegó a sus oídos la noticia de que un tal Graham Bell había patentado un invento llamado “telégrafo parlante”. Acudió a la oficina de patentes a corroborar la presentación de su documentación, pero ésta se había perdido.
El efervescente italiano quiso llevar su caso a la Justicia, pero se enfrentaba contra una de las empresas más pujantes del momento, la Bell Telephone Company. Luego de un largo pleito judicial, en el que tuvo que demandar hasta a su propio abogado en 1886, un fallo le dio la razón y anuló la patente de Bell. Pero Antonio Meucci ya estaba cansado.
El inventor, que hablaba poco inglés, que no tenía la soltura necesaria para contrarrestar las artimañas legales de los abogados corporativos, murió en 1889, lo que dio por finalizado el juicio.
Su casa de Staten Island se convirtió en el Museo Garibaldi-Meucci. El pleno reconocimiento de su genio vino mucho tiempo después.