Por toda Siria discurren líneas rojas. Tumbas cavadas por las bombas en las que se acumula la sangre de los ciudadanos. Marcas en los mapas que señalan la ubicación de los frentes mortales. Líneas rojas que pretendían ser una advertencia para el dictador sirio Bashar al Asad.
Esas líneas a las que ya hizo alusión el por entonces presidente estadounidense Barack Obama. A las que hicieron alusión las Naciones Unidas, cuyo Secretario General, António Guterres, afirmó que las atrocidades cometidas en Siria la convertían en un “infierno en la Tierra”. A las que hicieron alusión la UE, Reino Unido, Francia, Alemania, e incluso los aliados rusos de Asad.
El dictador sirio ha echado por tierra todas esas líneas. Las ha echado por tierra mediante ataques con bombas de barril a los civiles, ataques aéreos a hospitales, ataques químicos a niños; en los mataderos de Alepo, Homs, Idlib; durante la matanza cometida días atrás en Guta.
Crímenes de guerra que no han tenido ni tienen consecuencias directas. El régimen de Asad se cierne sobre grandes áreas del país igual que al principio de la guerra, a pesar de todas las advertencias de la comunidad internacional, a pesar de todas las sanciones que han sido impuestas contra el régimen. A pesar de todas las líneas rojas.
La realidad sobre Bashar al Asad es la siguiente: el mundo le ha aceptado. El mundo ha asumido su régimen sanguinario. Y nadie hace nada por las personas que lo sufren.
Los datos más horribles de la guerra de Siria
Pese a que existen innumerables pruebas de los delitos cometidos por Asad, nada cambia.
Algunas de esas pruebas están almacenadas en San Francisco (EE UU), en los despachos de la Comisión para la Justicia Internacional y la Responsabilidad (CIJA, por sus siglas en inglés). Los abogados defensores de los derechos humanos, en colaboración con las tropas rebeldes, han filtrado archivos del régimen de Siria de forma ilegal.
Mediante estos documentos queda demostrado, por ejemplo, que un comité dirigido por el dictador sirio fue responsable directo del lanzamiento de bombas de barril y de ataques con armas químicas a civiles.
Un sirio que se esconde bajo el seudónimo de César publicó en 2015 más pruebas acerca de los crímenes de guerra cometidos por el régimen. Como fotógrafo militar del ejército sirio, César fue el encargado de registrar el número de muertos que había en los depósitos de cadáveres del país.
Las imágenes que ha filtrado César de forma ilegal muestran cadáveres en posiciones horribles, pruebas contundentes de tortura, abusos físicos y ejecuciones en las cárceles de Asad.
A ello se suman los innumerables informes de organizaciones como la ONU y de derechos humanos como Amnistía Internacional o Human Rights Watch.
Human Rights Watch informó de forma detallada sobre el ataque químico de Jan Sheijun cometido el año pasado. La organización concluyó que fue dirigido por las tropas del régimen. Una conclusión a la que se sumó la comunidad internacional.
No obstante, la comunidad no actúa. Si bien muchos países condenan al dictador, se limitan a mirar desde lejos los crímenes contra la humanidad que se cometen día a día en Siria.
Y esto es lo que está sucediendo en Guta.
Guta: El mundo mira a otro lado
“Día a día veo lo que está pasando en Guta y me digo a mí misma que no puede ir a peor”, cuenta Sara Kayyali a la edición alemana del HuffPost. “Pero las cosas siempre empeoran”.
Kayyali es encargada de informar a la organización de derechos humanos Human Rights Watch acerca de los crímenes de guerra que tienen lugar en Siria. La información que le llega desde Guta es escalofriante.
“Las tropas del régimen han cercado completamente la ciudad. Cada día mueren cientos de personas. Es más, hasta ahora el régimen ha destruido seis hospitales”.
Antes, Guta fue un lugar de huida para los refugiados de Alepo. Ahora se ha convertido en una trampa mortal, “un segundo Alepo”. Otra masacre que nadie ha hecho nada por evitar.
Kayyali dice estar decepcionada con la comunidad internacional. Según afirma, Estados Unidos y la UE están demasiado ocupados con sus propios asuntos, con Trump o con los refugiados. Esta activista considera “inaceptable” que la ONU no actúe en vista de los crímenes de guerra cometidos en Guta.
En realidad, existe un motivo para el fracaso de las Naciones Unidas: la falta de escrúpulos del principal aliado de Asad, Vladimir Putin.
Putin y Asad: un pacto de sangre
De hecho, entre las bombas que llueven sobre los civiles en Guta también hay bombas rusas.
Asad ha conseguido recuperar el control sobre gran parte del país y debilitar al califato del autodenominado Estado Islámico, algo que debe agradecer, en gran medida, a su aliado ruso.
Junto con Irán, Putin se posicionó de parte de Asad y, mediante su veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, evitó cualquier injerencia internacional en el conflicto, así como el enjuiciamiento del dictador sirio.
Jens David Ohlin, profesor de Derecho en Cornell Law School (EE UU), y otros expertos en derecho internacional de guerra, consideran que Rusia es el principal obstáculo militar y legal para conseguir que Asad rinda cuentas.
“Pero soy bastante pesimista al respecto. Es horrible, pero por lo visto se va a permitir que Asad no sea castigado”, sostiene Ohlin. Por el momento no existe en Siria ninguna oposición moderada que pueda vencer a Assad y a Putin.
Por tanto, Ohlin extrae una dura conclusión: “Si alguien quiere que Asad se responsabilice de sus CRÍMENES, debería estar preparado para enfrentarse en guerra contra Rusia”.
La línea roja de Asad
Y nadie en el mundo está dispuesto a asumir ese riesgo.
Ni Estados Unidos, que hace unos días asesinó a cientos de militares rusos mediante un ataque aéreo, que ahora intenta acallar fervientemente.
Ni Turquía, que está llevando a cabo una ofensiva contra los kurdos sirios, a la vez que adquiere sus armas de Rusia y tiene el objetivo de mejorar su relación con el Kremlin.
Ni el presidente francés Emmanuel Macron, quien ha anunciado firmementeque los ataques químicos de Asad tendrán consecuencias militares.
Y existe otra línea roja infranqueable que discurre por Siria. Una línea trazada por el propio Bashar al Asad. Es una línea ante la cual el mundo se pone de rodillas. Asad lleva muchos años asesinando a su pueblo con la única oposición de algunas pequeñas protestas y sanciones ineficientes.
Es más, la UE ha puesto a disposición del dictador sirio sumas de dinero destinado a reconstruir el país si accede a negociar con la oposición. Esperan que un criminal de guerra inicie la paz.
Llegados a este punto, cuesta imaginar una Siria sin Asad. La comunidad internacional ya lo ha asumido: no tiene poder más allá de la palabrería vacía, y permite que los habitantes de Guta y de toda Siria sean torturados, perseguidos y asesinados.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Alemania y ha sido traducido del alemán por María Ginés Grao.