En la mañana del 9 de diciembre de 1942, mientras Londres se levantaba penosamente sobre las ruinas de los bombardeos nazis, una mujer apareció muerta sobre la cama de su cuarto en el lujoso hotel Dorchester, Park Lane, muy cerca de Hyde Park.
Vestía ropas de alta moda.
Según sus documentos, era Jessie Doris Delevingne, nacida en Londres en 1900, y había muerto de una sobredosis de barbitúricos y alcohol.
La investigación policial descubrió que era hija de un barbero –origen más que modesto–, pero primera esposa de Valentine Edward Charles Browne, vizconde de Castlerosse y más tarde sexto conde de Kenmare.
¿Matrimonio de conveniencia? Es posible: ella sabía que, aun divorciada, no perdería su título de vizcondesa –una gran puerta abierta hacia la aristocracia–, salvo que volviera a casarse…
En ese 1942, Winston Churchill (1874–1965) no sólo era el Primer Ministro inglés: había logrado convencer a su patria y a media Europa de que Adolf Hitler, bajo su piel de cordero que sólo buscaba la restauración de Alemania, derrotada en la Primera Guerra Mundial, devastada y deudora de una suma alucinante, era en realidad un monstruoso criminal dispuesto a arrasar al planeta.
Winston, ese hombre que fumaba interminables puros y desayunaba con whisky, logró encender las almas de su pueblo al grito, con voz de barítono, “¡¡¡No nos rendiremos!!!”.
Era un dios bravío.
El dios de “sólo puedo ofrecer sangre, sudor, esfuerzo y lágrimas”, bajo la Espada de Damocles del Tercer Reich.
Estaba casado con Clementine Hozier (1908–1965): un matrimonio que, con altibajos, duró más de medio siglo, y tuvo cinco hijos.
Una larga historia de amor sin escándalos.
Pero bien dicen que todo vuelve…
En la soledad de su oficina, rodeado de documentos históricos, John Clonville, secretario de Churchill, encontró una grabación de 1985, primera punta del largo amorío secreto –cinco años sin indiscreciones ni huellas– que el poderoso primer ministro y Doris Delevingne, aún vizcondesa de Castlerosse aunque no quedaran ni cenizas de ese matrimonio, vivieron con explosiva intensidad.
Ella era una mujer con denso pasado. Desde 1938, cuando se divorció del vizconde, llevó una vida tan lujosa como promiscua: la palabra más suave usada por la high society para no recurrir a la tan cruda de cuatro letras…
Habitué de los distinguidos restaurantes del caro y prestigioso barrio de Mayfair, amaba los zapatos italianos y las medias de seda…: ambos, nunca usados más de cuatro veces, a los amantes millonarios, a los políticos poderosos, y hasta vivió una relación lésbica con la potentada Margot Flick Hoffman.
¿Cómo Winston cayó en brazos de la cortesana, o viceversa?
Las cosas sucedieron así…
Año: 1934. Lugar: una mansión del sur de Francia. El Chateau de l´Horizon, de la actriz norteamericana Maxine Elliott (también empresaria e inversora), en la Costa Azul, donde agasajaba al mundo top: entrada sólo permitida al gran dinero y los apellidos de alcurnia. Y uno de ellos, el león. El hombre del Destino… aunque aun no lo sabía.
Poco después de ese primer encuentro, Winston le escribió a Doris una carta inequívoca: “Qué bien la pasamos en lo de Maxine. Fue hermoso tenerte ahí. Tu fuiste una vez más una bendición manifiesta y un rayo de sol en la piscina (¡!). Me pregunto si nos volveremos a ver el próximo verano“.
Y se vieron. El próximo, y otros veranos e inviernos.
Y en el Chateau de l´Horizon.
Winston, aficionado desde siempre a la pintura, inmortalizó a Doris al óleo, y en más de una tela: casi lo mismo que un ladrón que dejara sus diez dedos entintados… en el escritorio del comisario.
Aquella carta fue descubierta años después por el profesor Richard Troye, de la Exeter University. Y otras pruebas y cuadros ocultos en los archivos del ex Premier vieron la luz luego de una investigación de Warren Dockter, profesor de Política de la Aberystwyth University.
Es más: la famosa Cara Jocelyn Delevingne (25), premiada como Modelo Británica del Año en 2012 y 2014, y sobrina nieta de Doris, dijo:
–Ellos tenían un romance. Mis padres lo sabían y hablaban de ello…
Pero la guerra canceló la secreta historia de amor. Y los implacables años, los ardides de la cortesana: ya no le era camino fácil la seducción de nobles y millonarios. Enferma, sólo quería volver a Inglaterra…
En cuanto a Winston, su pasado pictórico lo condenaba más que una carta. Si uno de esos cuadros caía en manos de Clementine, su mujer, y la prensa, su reputación podía tambalear en un momento histórico clave: la alianza de Gran Bretaña con los Estados Unidos, duramente golpeados por el artero y criminal ataque japonés a la base de Pearl Harbor: unión que en 1945, más la intervención de Rusia, terminaría con la peor pesadilla del siglo XX.
En Washington, Winston citó a Doris. Cena privada. Tema: devolución de los cuadros. Pacto: intercambio de los cuadros por los medios para el retorno de Doris a su patria. Lo más sensato para evitar el escándalo público, o el chantaje…
Franklin Delano Roosevelt usó su varita mágica. Un regreso seguro a casa para ella. Que sucedió en un hidroavión Made in USA rumbo a Londres, con ella custodiando los cuadros.
Los amantes no volvieron a verse.