He aquí la historia del monaguillo que descendió a los infiernos. Cuando tenía nueve años fue violado hasta cumplir los 12 por el fraile capuchino Joël Allaz, que lo reclutó en la catedral de Friburgo (Alemania) un sábado de verano de 1968. Daniel Pittet, aquel niño pobre de solemnidad, tiene ahora 58 años, es bibliotecario y ha venido a Madrid para presentar el libro sobre su vida Le perdono, padre. Sobrevivir a una infancia rota (Ediciones Mensajero). Arropado por los jesuitas y el presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Ricardo Blázquez, Pittet ha sido presentado en sociedad por el mismísimo papa Francisco.
“Para quien ha sido víctima de un pederasta es difícil contar lo que ha soportado. El testimonio de Daniel es necesario, precioso y valiente”, escribe el pontífice argentino en el prólogo de la biografía del monaguillo.
Pittet se ha casado, tiene seis hijos y ha escrito un libro terrible.
“Tras dieciocho años de terapia ya puedo emplear las palabras apropiadas”, dice.
Además del prólogo del Papa, la inacabada autobiografía de este valeroso y culto bibliotecario suizo incluye un epílogo en el que, en 30 páginas, su violador se confiesa de forma tenebrosa. Espanta el recuento de las fechorías: violó, dice, a otros 150 niños, de los que al menos ocho acabaron suicidándose. El padre Allaz tenía barra libre como violador. Era capellán de los jóvenes preadolescentes de toda la Suiza francoparlante y arrebataba con su dialéctica.
“Mientras predicaba homilías magníficas, yo lo veía desnudo como un viejo cerdo”, explica ahora su víctima.
Empeñado en imponer tolerancia cero con los pederastas cobijados en sectores de la Iglesia romana, —encubiertos por algunos obispos más preocupados por el prestigio que por el código penal— Francisco arriesga apoyando a Daniel Pittet.
“El niño herido es hoy un hombre en pie, frágil, pero en pie”, dice