A más tardar desde que “Parásitos” obtuvo un Oscar en 2019, se sabe que la industria cinematográfica surcoreana tiene mucho que ofrecer. Ahora es una serie surcoreana de Netflix la que da que hablar en el mundo entero: “El juego del calamar”, dirigida por Hwang Dong-hyuk.
Miles de personas han seguido los episodios de este drama en torno a un juego, en el que personas marginadas o en aprietos financieros participan con la esperanza de ganar un premio equivalente a unos 75 millones de euros. Para lograrlo, deben pasar varias etapas y ganar seis juegos infantiles, progresivamente brutales, en los que los perdedores pierden también la vida. 456 personas compiten inicialmente en este mortal torneo.
Seong Gi-hun, el protagonista, quiere tener una vida sin problemas económicos.
Las fortalezas del cine surcoreano
La serie se enmarca en la tradición de éxitos mundiales como “El Señor de las Moscas” (1954), de la pluma del Premio Nobel de Literatura William Golding, “Battle Royale” (1999), del escritor japonés Kōshun Takami, o “Los juegos del Hambre”, de la autora estadounidense Suzanne Collins (2008), en los que también se lucha por sobrevivir.
Pero “El juego del calamar” se orienta también por series de televisión de la década de 1990, en las que el público veía a personas reales enfrentarse a tareas ridículas o incluso de apariencia peligrosa para ganar un juego.
En la segunda mitad del primer episodio, “El juego del calamar” comienza a desplegar las fortalezas del cine surcoreano: el gusto por la estilización, lo absurdo y lo fantástico, la cercanía a los videojuegos y la valentía de mirar a los abismos del ser humano. No trepida ante las escenas de violencia, ni ante lo ridículo, ni ante las miserias de las propias figuras. Y alimenta el suspenso.
La libertad de elegir
“El juego del calamar” mantiene atado al espectador. La pulsión por ver el próximo capítulo es lo que garantiza el éxito de plataformas como Netflix.
Pero este juego tiene una regla interesante, que lo diferencia de predecesores como “Los juegos del hambre”: si la mayoría de los participantes así lo decide, el juego termina de inmediato. Claro está que, en ese caso, nadie gana el premio.
En “Los juegos del hambre” sobrevive el más fuerte.
Así, tanto los personajes como los espectadores se ven confrontados con la pregunta de cuán lejos están dispuestos a llegar por dinero; y en qué medida la sociedad capitalista somete a las personas a imperativos que las impulsan a la violencia. Los participantes en el “Juego del calamar” no son náufragos en una isla desierta, ni víctimas de una dictadura. Ellos podrían poner fin al juego en cualquier momento.
Demasiado tráfico en internet
Tan exitosa es esta serie que incluso podría desbancar a “Bridgerton”, la serie que transcurre en la corte británica a comienzos del siglo XIX y que ha batido récords de audiencia.
Pero este éxito ha desatado una curiosa controversia. El proveedor de internet SK Broadband demanda a Netflix que asuma parte de los costos generados por el aumento del tráfico en la red en Corea del Sur. Argumenta que dicho incremento es atribuible a la serie, de modo que Netflix debería financiar los gastos adicionales de mantenimiento de la red.
Seguramente esta pugna no les interese mayormente a los espectadores. Estos esperan más bien que Netflix les ofrezca pronto una segunda temporada de “El juego del calamar”.