La lista de mujeres que se alojaron en el Hotel Barbizon parece un quién es quién de la realeza de Hollywood y de la literatura. Grace Kelly, Joan Crawford, Tippi Hedren, Liza Minnelli, Ali MacGraw, Jaclyn Smith o estrellas literarias como Sylvia Plath y Joan Didion fueron algunas de las famosas que empezaron a frecuentarlo cuando todavía no eran conocidas. Y por eso no deja de sorprender que hayamos oído hablar tan poco del hotel. Mientras que el Hotel Chelsea de Nueva York ha sido documentado en incontables ocasiones como un punto de encuentro de grandes figuras del rock and roll, la historia del Barbizon nunca se ha contado.
Este vacío de información se ha subsanado con la publicación de un nuevo y fascinante libro The Barbizon, The New York Hotel That Set Women Free (El Barbizon, el hotel de Nueva York que liberó a las mujeres), de la galardonada historiadora Paulina Bren. Y, con un poco de suerte, podemos anticipar una miniserie de éxito. HBO se ha hecho con los derechos de televisión en un acuerdo millonario, tras una reñida guerra de ofertas, y Emilia Clarke, de Juego de Tronos, se encargará de la producción. Si tomamos el libro como punto de partida, la serie nos dará grandes momentos. Tiene suficiente glamour para que Mad Men parezca aburrida.
“Un techo seguro, respetable y glamuroso”
El fascinante libro de Bren cuenta la historia de este hotel-residencia para mujeres, desde la construcción del edificio en 1927, situado en el número 140 de la calle 63, en el Upper East de Manhattan, hasta su conversión en edificio de apartamentos valorados en varios millones en 2007. Pero también es una brillante crónica social de múltiples capas sobre la ambición de las mujeres y una ciudad en rápida evolución durante el siglo XX.
“Era emocionante contar con un recipiente a partir del cual se pudieran contar múltiples historias”, señala Bren. “La idea de que existiera un lugar al que acudían mujeres destacadas, y no tan destacadas, en busca de un techo seguro, respetable y glamuroso es fascinante. Sin lugar a dudas, esta imagen de Nueva York me produce nostalgia”.
Es una historia que podría haber caído en el olvido si no fuera por la tenacidad de Bren. “Después de mi último libro, que trataba sobre el comunismo en Europa en los años 70 y 80, pensé: ‘Será estupendo, habrá un montón de fuentes fácilmente disponibles y estarán en inglés’. Fui a los archivos de la Sociedad Histórica de Nueva-York, donde tienen archivos de hoteles concretos, pero cuando me entregaron la carpeta del Barbizon, apenas había nada en ella. Hasta entonces no me había dado cuenta de que bastantes personas ya habían intentado escribir una historia del hotel, pero se habían rendido”.
¿Por qué nadie se había molestado en conservar la información? “Me imagino que la razón es que se trata de una historia sobre mujeres jóvenes, que no se consideraban importantes”. Solo cuando Bren descubrió que la revista mensual femenina estadounidense Mademoiselle había utilizado el hotel como residencia para sus jóvenes editoras que visitaban Nueva York, pudo por fin empezar a reconstruir su colorida historia. Estas jóvenes y brillantes graduadas en la universidad, que ahora tienen entre 80 y 90 años y que conservan su agudeza e ingenio, compartieron con Bren anécdotas de su paso por este lugar.
El hotel que cuenta la historia de las mujeres desde los años 20
En los años 20 y 30, cuando muchas jóvenes llegaron a Nueva York tras la Primera Guerra Mundial, el Barbizon se anunciaba como un hotel que protegía a las jóvenes trabajadoras de los hombres depredadores, los “lobos de Nueva York”. Tras la Gran Depresión, era un santuario para jóvenes por otro motivo. “Se sospechaba de las mujeres trabajadoras ya que se percibía que quitaban un puesto de trabajo a un hombre, del ‘verdadero sostén de la familia'”, explica Bren. “Si paseabas por Nueva York y parecía que ibas a trabajar, podías percibir bastante hostilidad”. Sin embargo, algunas mostraron su perseverancia. La respetable Escuela de Secretariado Katharine Gibbs ocupó tres plantas del hotel para sus estudiantes, ya que se llenó de mujeres jóvenes “decididas a convertirse en mecanógrafas para salir del Estados Unidos de las pequeñas ciudades”.
Sin embargo, la década que Bren ha explorado con más interés es la de los 50, cuando el hotel se conocía como “la casa de muñecas” por la llegada de cientos de jóvenes aspirantes a modelos y actrices. “Era una época en la que se suponía que las mujeres debían ser profundamente refinadas y correctas, pero había una sexualidad burbujeante”, dice la historiadora.
Fue precisamente entonces cuando Grace Kelly se alojó en el Barbizon. Llegó en septiembre de 1947, mientras estudiaba en la Academia Estadounidense de Arte Dramático. Durante el día, la actriz lucía conjuntos poco sugerentes y rebequitas, pero por la noche la cosa cambiaba. “Grace Kelly, siempre identificada con la dulzura y la castidad, era aficionada a bailar al ritmo de la música hawaiana por los pasillos del Barbizon, y era dada a escandalizar a sus compañeras de residencia haciendo topless“, escribe Bren. “Abundaban los rumores sobre su apetito sexual y su promiscuidad”.
No es de extrañar que “la casa de muñecas” fuera un lugar con el que soñaban muchos hombres. JD Salinger, el escurridizo autor de El guardián entre el centeno, solía merodear por la cafetería del hotel con la intención de ligar con las residentes. Se hacía pasar por un jugador de hockey canadiense, mientras que Mae Sibley, la severa subdirectora del hotel, que vigilaba el lugar como una fortaleza, se acostumbró a que los hombres llamaran a la recepción y dijeran que eran médicos que habían recibido una llamada para atender a una de las clientas. Muchos de los hombres que intentaban subir a las habitaciones se hacían pasar por ginecólogos del Upper East Side.
La estancia de la poetisa Sylvia Plath
Sylvia Plath llegó al Barbizon como una de las editoras invitadas de Mademoiselle en el verano de 1953. Quedó prendada de su “encantadora habitación individual”, con una “alfombra que ocupaba toda la habitación, paredes de color beige pálido, colcha de color verde oscuro con volante estampado de rosas, cortinas a juego, un escritorio, una mesa de trabajo, un armario y un cuenco blanco esmaltado que crecía como una conveniente seta desde la pared”, según escribió en una carta que mandó a su familia. A Plath le entusiasmaba especialmente “la radio en la pared, el teléfono junto a la cama… ¡y las vistas!”.
Al final, Nueva York no le proporcionó el cuento de hadas que esperaba. Plath se enfrentó a la pesada doble moral de los años 50. “Estaba rebosante de deseo y tenía una sensación real de lo injusto que era que los hombres pudieran actuar según su lujuria, pero ella no”, dice Bren. Desgraciada por su carga de trabajo en Mademoiselle y decepcionada por la falta de hombres disponibles, Plath documentó “el sueño perdido de Nueva York” en su novela, La campana de cristal, que se publicó una década después, justo antes de morir en su último intento de suicidio: “Iba de mi hotel al trabajo y a las fiestas y de las fiestas a mi hotel y de vuelta al trabajo como un trolebús entumecido”.
En su última noche en el Barbizon, Plath tiró desde la azotea del hotel la ropa que había seleccionado con tanto cuidado para sus prácticas en Mademoiselle. “Creo que intentaba desechar su obsesión por lo que consideraba superficial”, explica Bren. “Pero no podía evitar seguir la moda, las apariencias, las normas sociales”.
El vestíbulo, tan entretenido como una obra de Broadway
Joan Didion se registró en el Barbizon en junio de 1955, dos años después de Plath, con la cohorte de editoras invitadas de Mademoiselle de ese año, acompañada por su amiga Peggy LaViolette (ahora Peggy Powell). “Nos dieron habitaciones contiguas que eran tremendamente pequeñas. Era como un colegio mayor de mujeres”, dice Peggy, que ahora tiene 87 años. El hecho de que fuera un hotel solo para mujeres había tranquilizado a la madre de Peggy. Pero, ¿era el Barbizon realmente tan estricto? “Dios mío, sí, hacían controles de habitación todas las noches”, dice.
En el vestíbulo del hotel se desarrollaba la acción, tan divertida como en cualquier obra de Broadway, con un amplio balcón en el entresuelo “desde el que grupos de mujeres jóvenes se asomaban, para ver a los hombres con los que se habían citado o, igual de probable, para ver las citas de las demás”, escribe Bren. “Los sábados por la noche, las afortunadas del Barbizon (las Grace Kelly, por así decirlo) bajaban en ascensor hasta el vestíbulo, vestidas de terciopelo y pieles, donde las esperaban con nerviosismo los hombres con los que se habían citado”.
La demanda de las diminutas habitaciones individuales del Barbizon creció a lo largo de las décadas de 1940 y 1950. Eileen Ford, fundadora de Ford Models, utilizaba el hotel como pensión para las chicas que acababa de fichar y que llegaban a Nueva York. Judy Garland insistió en que su hija, Liza Minnelli, se alojara allí y volvió loco al personal llamando cada tres horas para saber cómo estaba su Liza.
La primera huésped afroamericana del hotel
Con su elegante dirección en el Upper East Side, ni que decir tiene que las clientas del hotel eran de clase media y blancas. Pero en 1956 una talentosa bailarina y artista, Barbara Chase, fue la primera huésped afroamericana del hotel, otra de las ganadoras del concurso de Mademoiselle. “Dice que se sintió bienvenida”, dice Bren. “Aunque nadie le mencionó la piscina del hotel porque solo era para blancas, y cuando los clientes del sur venían a visitar las oficinas de Mademoiselle, Barbara tenía que esconderse. Era preferible que algunos clientes no la vieran, eso entendió”.
En 1958, antes de ser una actriz famosa, Ali MacGraw también estuvo en el Barbizon. Pero incluso para las más brillantes y ambiciosas su carrera estaba en segundo plano. “En los años 50 podías venir al Barbizon y sabías que te lo pasarías muy bien, pero también que ese tiempo era finito y que el matrimonio y los hijos eran tu objetivo final”, explica Bren, señalando que en los años 50 una de cada tres mujeres estaba casada a los 19 años: “Si eras guapa o tenías talento podías aguantar un poco más, quizás hasta el final de la veintena, pero incluso eso era arriesgado”.
“Eileen Ford era famosa por reunir a modelos cuya carrera ya estaba terminando y organizar encuentros con estadounidenses ricos y pretendientes europeos con título”, dice Bren. Pero no todas las residentes del Barbizon estaban tan concentradas en casarse. “Quería cambios en la forma en que las mujeres hacían las cosas. Pensé que debía tenerlo todo y lo tuvo”, dice Peggy, que llegó a convertirse en la periodista que había soñado, y su verano en el Barbizon resultó ser una increíble plataforma de lanzamiento.
El inicio del movimiento feminista supuso el fin del hotel
Irónicamente, fue el inicio del movimiento feminista de los años 60 lo que supuso la muerte del Barbizon, al poner en duda la necesidad de encerrar a las mujeres en un hotel solo para ellas. El hotel se mantuvo durante los años 60, tras conseguir el derecho a seguir siendo solo para mujeres, pero los índices de ocupación cayeron en picado. Las jóvenes brillantes de los años 70, que soñaban con el éxtasis de la discoteca Studio 54, no tenían tiempo para las monótonas habitaciones individuales del Barbizon y los toques de queda que, a estas alturas, parecían terriblemente anticuados. El día de San Valentín de 1981 llegó el final de los 54 años de vida del Hotel Barbizon.
El hotel había servido de refugio para mujeres jóvenes y ambiciosas durante décadas, aunque no todos los sueños de las huéspedes del Barbizon se hicieron realidad. “Muchas de las mujeres que se hospedaron en el Barbizon han protagonizado historias de éxito, pero para muchas de ellas no fue así, existió un lado más oscuro y triste”, subraya Bren. “Me llamó la atención la historia de Gael Greene, que estuvo allí en 1955 con Joan Didion, y que volvió en 1957 como intrépida reportera del New York Post para descubrir las escandalosas vidas de las ‘mujeres solteras y tristes'”.
Para las residentes más jóvenes, “las mujeres”, como se llamaba a las residentes mayores que vivieron en el hotel durante años, y que siguieron sentándose en el vestíbulo con sus rulos y zapatillas, encarnaban todo aquello en lo que no querían convertirse. Bren no cree que sean historias de fracaso.
“Una de los jóvenes que se hospedó en el hotel a principios de los años 80 dijo: ‘Puede que se hayan quedado en el Barbizon, escondidas en sus pequeños cubículos, pero siguen en Nueva York. Eso es un logro’. Y yo también sentí eso, el mero hecho de que hubieran venido a Nueva York, aunque su experiencia no fuera la que esperaban, el hecho de que hubieran superado todos esos obstáculos para llegar a esta ciudad…me quito el sombrero”.
Cinco mujeres del Barbizon original siguen viviendo en el edificio
A lo largo de varias reformas del hotel, primero por una marca hotelera holandesa, KLM Tulip, en 1984, y después por el hotelero Ian Schrager, todavía se podían encontrar a “las mujeres”, tras una puerta secreta, en un enclave que permaneció intacto. Legalmente, no podían ser desalojadas. El hotel fue remodelado una vez más, como apartamentos de lujo, en 2007. Las últimas mujeres del Barbizon fueron realojadas de nuevo, en pisos dentro del edificio, en lo que ahora se llama Barbizon/63, donde Ricky Gervais y el joyero italiano Nicola Bulgari poseen apartamentos de lujo. En estos momentos, todavía quedan cinco mujeres del Barbizon original.
“Es increíble que se haya reconstruido todo un nuevo proyecto a su alrededor”, dice Bren. “Ahora viven en pequeños apartamentos muy elegantes pagando el mismo alquiler que cuando entraron”.
Para muchas de sus contemporáneas, el sueño de los años 50 de casarse y vivir en casitas de las afueras resultó ser un cáliz envenenado y muchas recurrieron al Valium para adormecer el aburrimiento. Mientras tanto, esas “mujeres solteras y tristes” habían pasado a hacerse con el que quizá sea uno de los trofeos más preciados de Nueva York: un apartamento en Manhattan con un alquiler bajo y que no puede subir.
The Barbizon: The New York Hotel that Set Women Free, de Paulina Bren, se acaba de publicar en inglés.
Traducido por Emma Reverter