En Estados Unidos, un país joven, rico y brutal, que hace creer que todo es posible con esfuerzo, hay quien inventa Microsoft en un garaje; también, quien conspira para provocar una guerra civil. Adam Fox era de los segundos. Un sótano con aspecto de zulo, un habitáculo oscuro y lleno de trastos en una tienda de aspiradoras en una pequeña ciudad de Michigan. Allí es donde, durante meses, este hombre de 37 años urdió junto a otros cinco un plan para atacar el Congreso del Estado, secuestrar a la gobernadora e instigar una insurrección armada. Todo, antes de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre.
“Me siento en shock, me siento herido, lo conozco desde que era niño”, decía el propietario de ese comercio, Brian Titus, al poco del arresto de Fox y sus secuaces.
Es sábado, 10 de octubre, y el establecimiento Vac Shack, en un suburbio de Grand Rapids, recibe un goteo constante de clientes. También, comenta Titus, han llegado algunos regalos. “Es gente del barrio, que me conoce, y envía muestras de apoyo”. Dos días atrás, su tienda se hizo famosa en todo el país. El FBI acababa de detener a 13 hombres acusados de delitos de terrorismo y tenencia de armas, seis de ellos sospechosos de querer raptar a la gobernadora demócrata Gretchen Whitmer. El cabecilla era su empleado, Adam Fox, a quien había dejado vivir en ese cuarto, como solución temporal, cuando rompió con la novia. “Lo conocía desde niño”, afirma.
Las elecciones de Estados Unidos se han convertido en un polvorín. La crispación política, la ola de protestas contra el racismo y el envalentonamiento de grupos ultra conviven en un momento crítico: con una grave recesión económica, una pandemia que ha dejado casi 220.000 muertos y un presidente que, sin pruebas, ha sembrado las dudas sobre la limpieza del proceso electoral y habla de posible fraude. El International Crisis Group, una organización de Washington dedicada a alertar de posibles conflictos en todo el mundo, ha decidido poner el foco en Estados Unidos por primera vez en sus 25 años de historia. El mes pasado, el Departamento de Interior advirtió de que el supremacismo blanco violento era “el riesgo más persistente y letal” al que se enfrentan los estadounidenses en su país.
Los federales registraron cada rincón de la tienda de aspiradoras de Brian Titus. El grupo, que tenía agentes infiltrados, pasó meses planeando la operación, practicando con armas y estudiando la elaboración de explosivos. Vigilaron la casa de veraneo de Whitmer en agosto y septiembre. Al menos en una ocasión, discutieron sobre la operación en el sótano: llevar a la gobernadora a “un lugar seguro” en Wisconsin, y someterla a un “juicio”. Un informante o policía encubierto grabó la conversación, en la que Fox decía: “Ir y agarrarla, tío. Agarrar a la jodida gobernadora. Simplemente agarrar a esa perra. Porque, en ese punto, lo hacemos, y se acabó todo”.
Brian Titus, propietario de la tienda de aspiradoras Vac Shack en Grand Rapids, Michigan.MÓNICA GONZÁLEZ
Ella es una estrella ascendente del Partido Demócrata, la elegida, por ejemplo, para dar la réplica al presidente en el discurso sobre el Estado de la Unión en febrero pasado. También uno de los nombres que se barajaron como número dos de Joe Biden en la carrera electoral y candidata a la vicepresidencia. Trump se refirió una vez a ella, con desprecio, como “esa mujer de Michigan”. La expresión se convirtió en un lema para camisetas que la propia gobernadora llevó en televisión.
Sus medidas de confinamiento para frenar el coronavirus desataron la ira de los grupos de ultraderecha, que a finales de abril se presentaron armados en el Capitolio, en la capital del Estado, Lansing, protagonizando unas escenas que recorrieron medio planeta. Trump había añadido su dosis de tensión al escribir en Twitter: “¡Liderad Michigan!”. Algunos de los que participaron en estas protestas eran miembros de una milicia llamada Wolverine Watchmen. En un momento dado, Fox y sus compañeros de complot se dieron cuenta de que necesitaban apoyo técnico para el plan y se pusieron en contacto con siete miembros de esta organización. También han sido detenidos.
“Siempre ha habido muchas milicias, no estoy seguro de que en los últimos años hayan aumentado en número, pero sí se hacen notar más que antes. Hay mucho enfado y las cosas se han vuelto volátiles”, comenta Mark Arena, que trabajó durante años en la unidad antiterrorista del FBI en Michigan y ahora enseña en la Escuela de Derecho de la Universidad del Estado.
“Hubo un momento en el que empecé a ponerme nervioso; no tenía claro qué pasaba, pero no me gustaba”, comenta el dueño de la tienda de aspiradoras. “Empezó a comprar demasiadas armas, llegaban aquí, y le dije que prefería que se mudara. Tener armas es legal, pertenecer a una milicia, también; lo que ellos querían hacer, eso ya no es legal”.
La legalidad de las milicias es un asunto gaseoso. Los 50 Estados de la Unión prohíben “milicias privadas y no autorizadas, así como unidades militares que lleven a cabo actividades reservadas a las fuerzas de seguridad”, según los datos del Instituto para la Defensa y Protección de la Constitución de la Universidad de Georgetown. Sin embargo, formar un grupo y llamarse a sí mismo milicia, sí es legal, igual que poseer armas, como bien dice el comerciante, o celebrar reuniones, dentro de la libertad de asamblea y, cómo no, criticar al Gobierno.
Una combinación de hechos y circunstancias que hacen posible que centenares de grupos campen por Estados Unidos jugando a la guerra, vestidos de militares y cargando fusiles. A veces, convocan manifestaciones que persiguen intimidar a los que no están de acuerdo, como la del Capitolio de hace unos meses; otras, se dedican a apoyar los disturbios, como el pasado agosto en Kenosha (Wisconsin). Muchos de ellos abrazan ideologías de extrema derecha.
Y Michigan carga con un pesado legado. El 19 de abril de 1995, un camión cargado de explosivos estalló frente a un edificio gubernamental de Oklahoma City y mató a 168 personas. Los dos condenados por la matanza, Timothy McVeigh y Terry Nichols, eran de extrema derecha y tenían vínculos con la Michigan Militi, fundada un año antes y aún operativa en la actualidad. Uno de los grupos más conocido se hace llamar boogaloos, por una película de los ochenta, y suelen vestir camisas hawaianas combinadas con ropa de camuflaje.
Según la Liga Antidifamación, la actividad de las milicias creció tras la victoria del demócrata Barack Obama en 2008, lo que le convirtió en el primer presidente negro de la historia de Estados Unidos. Con la llegada de Trump al poder, muchos de ellos se envalentonaron. Vieron cómo uno de los grandes agitadores de la derecha alternativa, Steve Bannon, se había convertido en asesor de la Casa Blanca. El 19 de noviembre de 2016, 11 días después de las elecciones, un conocido activista ultraconservador, Richard Spencer, dio una conferencia en el edificio Ronald Reagan de Washington y acabó con un brindis al grito de “¡Hail Trump, hail nuestra gente, hail la victoria!”. Varios asistentes respondieron con el brazo en alto.
Trump no fundó estos grupos, pero tampoco ha hecho mucho por aplacarlos. En el primer debate presidencial, el 15 de septiembre, se negó a condenar a un grupo de ultraderecha, llamado Proud Boys (en español, chicos orgullosos). El día de los arrestos por el intento de rapto de la gobernadora, escribió en su cuenta que la política había “hecho un mal trabajo”. Además, se quejó: “En lugar de dar las gracias [por la intervención del FBI], me llama supremacista blanco”, en referencia a la gobernadora, que le había recriminado horas antes que, en el cara a cara con Biden, hubiera evitado criticar a grupos como el de Michigan.
Días después, en la primera vista ante el juez, uno de los agentes aseguró que los acusados también planeaban secuestrar al gobernador demócrata de Virginia, Ralph Northam. Ya lo advirtió Adam Fox: “Quiero que el mundo arda”.