Europa Press
SAO PAULO. Ricardo Cordeiro Junior hace fila junto con su esposa sordomuda y su hijo autista para recibir un plato de comida en Sao Paulo. Despedido en la pandemia, ahora depende de la beneficencia para no pasar hambre, como él más de cinco millones de brasileños pueden volver a la extrema pobreza.
Ricardo ha solicitado el subsidio de 600 reales (110 dólares) durante tres meses ofrecido por el Gobierno, pero dice que aún está en trámite y que no ha recibido “ni un centavo”.
Desde hace un mes come gracias a la Asociación Francisca de Solidaridad de Sao Paulo, que reparte alrededor de tres mil almuerzos y cenas diarias a todo aquel que lo necesite, una escena que ha devuelto el fantasma del hambre a Brasil.
Acuden mendigos, pero también trabajadores informales -unos 40 millones en Brasil- que vivían con lo justo y perdieron su empleo de la noche a la mañana.
Aquí están más preocupados con el hambre que con el coronavirus, que avanza de forma inexorable por el país con 3,313 muertos y 49,492 casos, y que ha llevado a la gran mayoría de los 27 estados brasileños a parar sus economías para frenar los contagios.
El boletín diario de situación alerta sobre la aceleración de la pandemia apoyado en el número de muertos, que por primera vez en una jornada supera los 400, y en la cifra de nuevos casos confirmados, que en las últimas 24 horas llegaron a 49,492, lo que representa un aumento de 3,735 contagios desde la víspera.
Las previsiones también preocupan. Según el Banco Mundial, casi 5.5 millones de brasileños pueden volver a caer este año en una extrema pobreza que ya venía aumentando desde la grave recesión de 2015 y 2016.