China miraba a Occidente cuando el mar era de cabotaje. El beneficio comercial y político, la expansión del imperio, estaba más allá de las estepas mongolas, el desierto de Taklamakán y el Pamir. Las caravanas cruzaban estos mares interiores camino de Persia, Mesopotamia y el Mediterráneo. Ruta de la seda. Alejandro Magno y Marco Polo. Invasiones y comercio. Exploración. Una prosperidad antigua y violenta que sucumbió ante el declive mongol y el progreso marítimo. Magallanes y Elcano, la circunnavegación de África en el siglo XVI, anticipó el declive de las rutas terrestres, entre Xian y Constantinopla. La seda dejó de pasar por Asia Central. Se vaciaron los caravasares.
China ha vuelto atrás para recuperar el pulso comercial de los viejos mares interiores de Asia. Volvió hace nueve años, cuando puso en marcha uno de sus más ambiciosos proyectos, una ruta de la seda para el siglo XXI que ha bautizado Una Ruta, un Cinturón. Setenta países de Eurasia quedarán conectados mediante carreteras, trenes, puertos de aguas profundas y redes informáticas.
Un billón de dólares
Inversión aproximada que requieren las infraestructuras de la nueva ruta de la seda
China tiene previsto restaurar la preeminencia mundial del Celeste Imperio hacia el 2050 gracias al poder de su tecnología: inteligencia artificial, conexiones 5G y ciberseguridad que arrebatarán a EE.UU. el título de nación más imprescindible. Esta eclosión definitiva del sinocentrismo, sin embargo, depende, en gran medida, de lo que está pasando hoy en Pakistán, y, de momento, lo que hemos visto entre el oasis de Kashgar, en el desierto de Taklamakán, parada obligada en la ruta de la seda desde hace dos mil años, y Lahore, una ciudad donde el islam más radical se da de bruces con la modernidad secular, no es alentador para los intereses chinos.
Este recorrido por la cuenca del Indo, desde las tierras altas de Xinjiang y el Karakórum hasta las tierras bajas del Punjab, nos ha descubierto dos obstáculos temibles: la geografía del terreno y la mentalidad de los pueblos que lo habitan.
China está conectando Kashgar con el puerto de Guadar en el mar de Arabia, es decir, uniendo Pakistán de norte a sur. Es un proyecto valorado en 61.000 millones de dólares que se conoce como el Corredor Económico China Pakistán (CECP). El CEPC es el banco de pruebas de Una Ruta, un Cinturón. Si funciona en Pakistán, si Pakistán se convierte, aunque sea tangencialmente, en un Chinajistán, el cinturón chino tensará los vientres de Eurasia. Para conseguirlo, sin embargo, deberá superar las dificultades del terreno y la desconfianza de una sociedad conservadora, islámica y ajena por completo a la disciplina atea y marcial del Partido Comunista Chino, a la implacable eclosión del hombre nuevo chino, un individuo programado para la máxima productividad y la máxima obediencia.
70 países
En Asia del sur, Asia central, África y Europa que pueden quedar conectados a China
Por si esto fuera poco, la violencia ya ha estallado. Hay atentados contra las infraestructuras chinas y los mausoleos sufíes. Al terrorismo religioso de siempre se ha unido ahora el estratégico y nacionalista. El pasado 4 de mayo, durante nuestro viaje, seis obreros punyabíes que trabajaban en el CECP murieron en un ataque delEjército de Liberación de Beluchistán. Cuatro días después, el 8 de mayo, una decena de personas perecieron en un ataque talibán contra el mausoleo sufí más importante de Asia del sur, el de Data Darbar en Lahore. El 11 de mayo, los rebeldes beluchis atacaron el hotel de lujo en Guadar donde se alojan los ingenieros chinos que construyen el puerto. Se salvaron todos porque estaban de vacaciones. Pocos días después, la violencia dejó de sorprendernos. Los muertos seguían subiendo a los titulares de la prensa local con la normalidad de un resultado deportivo mientras las obras en la Karakoram Highway (KKH) proseguían a buen ritmo, protegidas por el ejército pakistaní.
La KKH es la columna vertebral del CECP, la que articula las presas, las plantas de producción eléctrica y los trenes de alta velocidad. Sale de Kashgar, cruza el paso de Junyerab (4.693 metros), la frontera más alta del mundo, y baja hacia Sost, Karimabad, Gilgit y Chilas, los valles cerrados del norte pakistaní, para seguir luego hasta Abotabad y cambiar de nombre antes de Islamabad.
China combate al islam en Xinjiang, la gran provincia oriental donde está Khasgar y donde viven los uigures, pieza básica en la arquitectura de Una Ruta, un Cinturón.
62.000 millones de dólares
Coste de los proyectos de transporte y energía que China construye en Pakistán
El uigur ha perdido su vida privada, sometido a un sistema de vigilancia extrema que lo envía a centros de reeducación cuando la policía considera que su apego al islam es una amenaza al centralismo de Pekín. No hay justicia, sólo represión para los entre uno y dos millones de uigures internados en estos complejos de adoctrinamiento. Sólo cuando dejen de creer en la vida eterna y abracen el patriotismo y el despotismo ilustrado del Partido Comunista podrán volver a casa. El Gobierno chino asegura que estas cárceles son centros de formación voluntaria y que la mayoría de los internos ya se han “licenciado”, recibido su diploma y encontrado un trabajo que les ayudará a ser modernos. Las familias, sin embargo, dicen que nadie ha vuelto a casa.
El Partido Comunista impone su moral atea, y los uigures no tiene más remedio que aceptarla. Pero luego se alía con Pakistán, una república islámica de 180 millones de habitantes cada día más intolerante con los que no son musulmanes. Servidumbres de la geoestrategia.
“Las religiones son muy malas”, afirma un policía chino en la aduana de Tashkurgan, otra ciudad clave en la vieja ruta de la seda, a medio camino entre Antioquía y Xian. Hay bastante superioridad en este comentario simple, propio de un agente público en un Estado totalitario. Se trata de una superioridad tranquila, incluso amable, de quien está convencido de la bondad de un sistema pensado para conseguir la armonía confuciana.
4.693 metros de altura
En el paso de Junyerab entre China y Pakistán, la frontera más alta el mundo
Esta actitud marca la expansión china. La vimos hace cuatro años en Kenia, donde el Gobierno chino construía un ferrocarril entre Nairobi y el puerto de Mombasa. La financiación era china y también la maquinaria y la ingeniería. Sólo la mano de obra menos cualificada era africana. Aquí en Pakistán sucede lo mismo. Los ingenieros chinos dirigen las obras y viven en campamentos fortificados, protegidos por un ejército acostumbrado a combatir al enemigo interior.