Una epidemia está barriendo desde hace varios años las calles de las ciudades de Canadá.
Es la plaga de los opioides.
El país norteamericano es el segundo en el mundo, por detrás de Estados Unidos, con mayor consumo de estas substancias, según un análisis realizado entre 2013 y 2015 por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE).
La provincia de British Columbia y su ciudad más importante, Vancouver, a menudo son consideradas el epicentro canadiense de esta crisis.
En 2017, más de 1.400 personas murieron en esa provincia por sobredosis de estas sustancias, a menudo adquiridas en el mercado negro.
La lista de estas substancias incluye la heroína, la morfina, la codeína y el fentanilo.
Este último es 50 veces más potente que la heroína, es mucho más barato, pero igual de adictivo y letal.
“Tuve tres sobredosis”, cuenta Melissa en un callejón del centro de Vancouver, mientras intenta contener las lágrimas.
“Probablemente lo único que me salvó fueron mis ganas de vivir”.
Una nueva estrategia
Sin embargo, en los últimos tiempos las autoridades de Vancouver han empezado a enfocar este problema desde otra perspectiva.
Las autoridades de la ciudad han aceptado que algunos nunca vencerán su adicción y que, por lo tanto, hay que considerar la situación como una cuestión de salud pública y no un asunto de criminalidad.
Esta nueva estrategia se basa en dos pilares.
El primero es distribuir entre el personal médico, voluntarios e incluso entre los adictos el Narcan, un antídoto para la sobredosis de opioides.