En sus 100 años de existencia, el Partido Comunista de China solo ha aprobado tres resoluciones sobre su historia. La primera, en 1945, sirvió para que Mao Zedong se consolidara como líder indiscutible de la formación frente a sus rivales. La segunda, en 1981, dio carpetazo a los tiempos de Mao y marcó el comienzo de la era de reforma y apertura de Deng Xiaoping. La tercera se ratificará en el sexto pleno del Comité Central del Partido que se inaugura este lunes en Pekín, y servirá para proclamar de manera oficial la entrada de China en una nueva era: la de Xi Jinping, un año antes de que el secretario general del partido, jefe de Estado y presidente de la Comisión Militar Central renueve, sin fecha límite en el horizonte, su mandato.
A lo largo de cuatro días, hasta el próximo jueves 11, cerca de 370 miembros permanentes y sustitutos se reunirán a puerta cerrada en un hotel de paredes blancas y propiedad militar en el noroeste de un Pekín blindado contra la covid. Es la penúltima reunión del Comité Central antes de que el partido celebre el año próximo su 19º congreso, en el que, según la tradición reciente, debería producirse un relevo en el poder, después de que Xi haya completado diez años en sus cargos.
Pero el presidente chino, que ha acumulado en ese tiempo más poder que ningún otro líder desde los tiempos de Mao, consiguió en el congreso previo, en 2017, que se abolieran las estipulaciones que imponían un límite temporal -dos mandatos de cinco años cada uno- a su gestión y, sin un heredero político a la vista, se dispone a prorrogar su ciclo por un tiempo indeterminado.
El camino ya se está allanando para ello. La propaganda del sistema se ha activado: este fin de semana, la prensa oficial, que de por sí ya dedica amplios espacios a las actividades y declaraciones del líder, publicaba un largo y elogiosísimo perfil del presidente firmado por la agencia estatal Xinhua: “Un hombre de determinación y acción, un hombre de pensamientos y sentimientos profundos, un hombre que heredó un legado, pero que se atreve a innovar”, tuiteaba ese medio. El Diario del Pueblo, el periódico del Partido Comunista, publicaba una serie sobre las “decisiones fundamentales” que ha adoptado Xi para poner en práctica unas políticas que ha “planeado, puesto en marcha y desarrollado personalmente”.
El sexto pleno representa una pieza clave en este proceso de unción política. “Será parte celebración, parte inyección de moral, y parte un recordatorio de la visión de Xi para el partido y para China”, escribe el analista británico Charles Parton, del Council on Geostrategy.
En la agenda del pleno, un asunto hace sombra a todos los demás: el debate y ratificación de la resolución sobre los Principales Logros y Experiencias Históricas del Siglo de Lucha del Partido. El texto de esa declaración aún se desconoce; se hará público una vez haya concluido el cónclave. Pero el mero hecho de que vaya a existir representa todo un triunfo político de Xi y un alarde de hasta qué punto ha conseguido imprimir su sello en el PCCh, sin rivales que le hagan sombra. Las resoluciones del partido son documentos del mayor nivel, que permiten al líder introducir su posición sobre acontecimientos o políticas clave en la ideología oficial del partido, la institución de mayor importancia en el sistema político chino, por encima incluso del Estado. Ni Hu Jintao ni Jiang Zemin, los presidentes inmediatamente anteriores, sacaron adelante ninguna. Obtener una encamina a Xi al olimpo de grandes líderes de la República Popular, donde hasta ahora solo han entrado Mao y Deng.
El pleno, y su resolución, tendrán como objetivo precisamente reforzar la idea de una conexión ininterrumpida del mandato de Xi con el de aquellos formidables predecesores. Que el presidente actual es su heredero natural, legítimo y necesario, la persona que va a seguir aumentando los logros de 100 años del partido. La narrativa oficial es que Mao logró que China se levantara tras el siglo de humillación a manos de las potencias occidentales; Deng, que se enriqueciera tras siglos de pobreza; y Xi, hacerla un país fuerte, encaminado a convertirse en una gran potencia para 2049, cuando la República Popular cumplirá su primer centenario.
Las dos resoluciones anteriores se aprobaron en momentos clave. Tanto Mao como Deng “utilizaron las reuniones del Comité Central y las resoluciones para subrayar la derrota de sus oponentes políticos y su propio poder preeminente”, apunta Parton. En la de 1945, Mao se impuso como líder indiscutido, cuatro años antes del triunfo de los comunistas en la guerra civil china. En la de 1981, que abrió la etapa de reforma y apertura de Deng Xiaoping, se repudiaron los “errores” de la era maoísta: el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural.
La de Xi será “más positiva y mirando hacia el futuro”, predice Parton. Consistirá en “alabanzas y autoalabanzas”, coincide Deng Yuwen, antiguo director del periódico de las escuelas del partido y actual crítico del sistema, en un comentario por vídeo.
El pleno, considera en una reciente videoconferencia Andrew Polk ―fundador de la consultora Trivium―, será un momento “para dar por terminada la era de Deng y abrir la puerta a una nueva era bajo Xi”. En este sentido, también servirá para consagrar como línea política el ambicioso plan de reformas económicas, sociales e ideológicas que desarrolla Xi y que se ha acelerado en el último año y medio.
Unas reformas educativas y reguladoras de sectores como el inmobiliario o el comercio electrónico que ponen el énfasis, entre otras cosas, en la autosuficiencia de la economía nacional. O en la “prosperidad común”, para lograr una sociedad más igualitaria alejada de las escandalosas diferencias fomentadas por el desarrollismo de la era de Deng.
En el programa se incluye el estímulo de la innovación, la lucha contra el cambio climático y la degradación ambiental a través de la tecnología, la regulación y control del uso de datos, medidas para paliar el envejecimiento de la población y para proteger el país de un clima geopolítico inestable. Problemas cuya solución no solo beneficiará a la sociedad, sino que conseguirá un país -y un partido- más consolidado y más fuerte. “La tercera etapa de desarrollo de la República Popular de China. Una China 3.0″, apunta Polk.
En busca de la “prosperidad común”
M. V. L.
“Se debe permitir que alguna gente y algunas regiones prosperen antes que otras, siempre con la meta de la prosperidad común. Si unas regiones se desarrollan antes, tirarán de las otras para que les alcancen”, decía Deng Xiaoping. Eran los tiempos de rápido crecimiento económico a toda costa durante los años noventa y comienzos del siglo XXI.
Ese planteamiento se ha acabado. En 2020, China ha dado por alcanzada la meta que perseguía durante aquellos años, lograr una sociedad “moderadamente próspera”. Oficialmente, el año pasado se erradicó por completo la pobreza rural.
Ahora, considera Xi Jinping, ha llegado el momento de atajar lo que el Partido Comunista considera, desde su último congreso en 2017, la “principal contradicción” de la sociedad china. En palabras del presidente, la contradicción “entre un desarrollo desequilibrado e inadecuado, y las necesidades cada vez mayores de la gente de una vida mejor”. Es decir: la brutal desigualdad.
En nombre de la “prosperidad común” a la que se refería Deng, y que Xi ha rescatado como lema especialmente desde una reunión en agosto de la Comisión Central de Asuntos Económicos y Financieros (CCAEF), Pekín centrará su política más en atajar esa desigualdad, crear más oportunidades para el ascenso social y redistribuir la riqueza de una manera más equitativa.
Para ello, ya se han ido poniendo en marcha medidas como un mayor escrutinio de los grandes grupos empresariales privados en busca de prácticas abusivas.
Aunque ello no implica un giro hacia una política de izquierda radical, en la que se arrebate la riqueza a los más pudientes para repartirla entre los pobres. Según describe la consultora Trivium, “la campaña parece tan inspirada por Ronald Reagan como por Mao o Deng”. La reunión de la CCEAF precisa que se trata de “crear oportunidades para que más gente se enriquezca, y se cree un clima de desarrollo en el que todos puedan participar”. Se debe “alentar el trabajo duro y la innovación como modo de enriquecerse”, agrega el comunicado de aquella reunión.
Pero aunque los más acomodados deban ayudar y generar oportunidades para los menos favorecidos, no se trata de crear un Estado de bienestar absoluto. La gente no debe “esperar a que la ayuden, depender de que otros le ayuden, o implorar que la ayuden. No podemos dar apoyo a vagos”, declaraba el subdirector de la CCEAF, Han Wenxiu.