El día comienza temprano en Scampia, uno de los barrios más desfavorecidos de Nápoles. Bajo un nombre falso, Marco y su familia se las han arreglado para volver a trabajar después del confinamiento. Son trabajadores informales en una ciudad que alguna vez fue el epicentro del tráfico de drogas del grupo criminal “La Camorra”.

La mafia sigue prosperando en este lugar y la pandemia ha creado nuevas oportunidades para que se aproveche de la creciente pobreza y desesperación. “Somos cinco personas y vivimos casi sin nada. Doscientos euros, doscientos cincuenta… Venimos aquí dos veces por semana tratando de ganar algo”, dice Marco, uno de los trabajadores irregulares.

Marco trabajó como herrero con su padre hasta 1996. Desde entonces, ha hecho todo tipo de trabajos, pero nunca los declara. Para él, el trabajo en negro “es como una derrota, de verdad. El trabajo en negro no es bueno, pero hay que hacerlo para sobrevivir”.

Marco pidió una vivienda social en 2012, pero no ha recibido respuesta. Se mudó a un piso en uno de los llamados “Vele” hace diez años. Estas urbanizaciones de Scampia se han convertido en un emblema de la anarquía, “tolerada”, pero totalmente abandonada por el Estado. Aquí Marco ha logrado construir un refugio.

“Afortunadamente puedo ahorrar algo de dinero. No estoy orgulloso de ello, pero no pago alquiler ni electricidad. Estamos ilegalmente en este lugar. Esta es la única manera en que podemos sobrevivir. Si tuviéramos que depender del Estado, nos habríamos muerto de hambre. No vienen por aquí para ver lo que está podrido y lo que está sano. Nos abandonaron, eso es todo”, explica.

Italia tiene alrededor de tres millones de trabajadores irregulares. Un millón están en el sur. La región de Campania es la que más tiene, con más de 400.000 trabajadores informales. Para el Estado no existen.

Ser invisible, para los trabajadores informales, significa no tener ingresos ni apoyo social durante los más de dos meses de confinamiento. Esto los convierte en presa fácil para la Camorra.