“A mi edad me siento bien porque el Señor me da fuerzas para caminar tranquilo. Voy, puedo llegar tal vez a 1 kilómetro, 4 kilómetros, y vuelvo para atrás, tranquilo.” Si hay un elixir para la eterna juventud debe estar guardado a buen recaudo en la Península de Nicoya, en Costa Rica.
“Si hay que barrer un patio, lo barro; si hay que picar leña, se pica, también. De todo un poquito”, asegura Saturnino López.
“Don Sato” como le conocen sus vecinos, camina hasta 4 kilómetros al día y se levanta temprano para cortar leña. Nadie diría que tiene 94 años. Su secreto está en el el entorno. Vive en una de las cinco “Zonas azules” que existen en el mundo. Son los lugares con los habitantes más longevos del planeta.
Casi un refugio natural al que no llegó la COVID-19. Las viviendas, de madera, concreto y hasta de palos y barro, están rodeadas de vegetación.
Tranquilidad y alimentación orgánica
Una vida tranquila acompañada de una buena alimentación han llevado a Clementina, madre de 18 hijos, a superar los 91 años.
“En el campo se vive uno más tranquilo, no como en los centros, que uno anda con aquel cuidado, ¿verdad? En el campo en cambio, uno vive más tranquilo y no tiene, me parece, no tiene tanto peligro”, explica.
El esposo de Clementina es uno de los pocos centenarios de la zona. También lo es “Pachito”, a quien las piernas ya se le resienten, pero que espera celebrar su próximo 105 cumpleaños subido a un caballo, como ha hecho toda su vida.
Una larga vida que los expertos atribuyen a la actividad física, la comida orgánica y la reducción del estrés. Prácticas menos habituales en las nuevas generaciones y que podrían acabar en solo dos décadas con este oasis de longevidad.