Cuando Sher Herrera se enteró de la muerte de Anderson Arboleda, un joven negro de 19 años que falleció en la región del Cauca (Colombia) días después de recibir un fuerte golpe en la cabeza por parte de un policía que supuestamente lo detuvo por incumplir la cuarentena, no pudo evitar llorar. No lo conocía personalmente, pero la idea de un muchacho afrocolombiano siendo atacado por la policía no le resultaba ajena, aunque el episodio hubiera sucedido a más de 1.200 kilómetros de su comunidad.
“En el barrio en el que crecí, en La Paz, en la periferia de Santa Marta (costa Caribe), la policía golpea a los chicos y comete cualquier tipo de brutalidad y atropello contra sus cuerpos racializados y pobres”, afirma Herrera, una comunicadora social de 27 años que está a punto de acabar una maestría de estudios afrocolombianos. “Mi hermanito vive en ese lugar. Es un chico negro de 14 años que además es muy alto y que en el imaginario colectivo corresponde a ese perfil criminal. Para mí fue muy conmovedor lo que pasó con Anderson y lo lloré mucho, me pareció muy doloroso porque yo no podía sino ver a mi hermanito ahí”.
La noticia le indignó tanto que le pidió a una amiga hacer una ilustración en homenaje al joven que no tardó en viralizarse en las redes sociales. El dibujo estaba acompañado de la leyenda: “Justicia para Anderson Arboleda. ¿Por qué en Colombia no lo ves?”, en referencia al contraste que percibía entre la falta de respuesta a ese caso entre sus compatriotas y la reacción en Estados Unidos por la muerte de George Floyd, el hombre negro que falleció asfixiado por un policía mientras pedía auxilio en una calle de Minneapolis y que ha generado una fuerte ola de protestas en rechazo al racismo y la brutalidad policial hacia los afroamericanos. “No es que de repente empezaron a matar negros, no. Los están matando siempre. Aquí en América Latina pasa lo mismo que en EE UU pero ni siquiera la gente puede relacionarlo con el racismo”, lamenta Herrera. “Lo problemático de todo esto es la negación y que la gente lo ha naturalizado a tal punto que no lo puede ver. Lo ve como natural o no lo acepta como racismo”.
Como sucede en Colombia, la mayor ola de protestas en Estados Unidos en décadas está abriendo espacios para el debate sobre la brutalidad policial y el racismo en algunos países de América Latina, donde unos 133 millones de personas se identifican como afrodescendientes. En una región donde la mayoría de la población se define como mestiza, sin embargo, la situación es más compleja, ya que la discriminación no es solo por el color de la piel, sino también por el origen étnico o la clase social, como apunta Olivia Gall, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“El tema en América Latina no solo es solo la discriminación a las poblaciones afrodescendientes, también a los pueblos indígenas e incluso con personas mestizas. Es una construcción más compleja y no solo de dos polos como en EE UU”, explica la académica, al señalar que, por ejemplo, en México se puede ver a mestizos discriminando a indígenas con piel más clara que ellos por su etnia o posición social.
Y aunque en ese país la repercusión de las protestas en EE UU ha estado principalmente enfocada en la visibilización de casos de violencia policial, también hay voces que piden poner sobre la mesa la conversación sobre la discriminación racial y de clase. “Cuando terminen de apoyar el tan necesario movimiento antirracista en Estados Unidos podemos hablar del racismo en México? ¿O ese tema seguirá siendo tabú?”, escribió en su cuenta de Twitter esta semana el actor mexicano Tenoch Huerta.
El actor, que se ha convertido en uno de los rostros públicos más reconocidos en denunciar la discriminación en México, reconocía en un documental de EL PAÍS que una de las cuestiones más complejas del problema es su invisibilidad. “La magia del racismo y el clasismo en México es que no lo vemos. Ni siquiera lo notamos y, cuando alguien nos lo señala, nos ofendemos y nos enojamos de que nos llamen racistas y clasistas”, lamentaba el actor, que cuenta que tuvo que esperar más de ocho años para recibir un papel protagónico en el cine, algo que atribuye al color de su piel.El documental de EL PAÍS ‘El racismo que México no quiere ver’. GLADYS SERRANO
“Aquí las sociedades se conformaron en torno a un ideal modernizante que tendía a querer ser cada vez más occidental y a blanquear a las poblaciones y la cultura”, añade Gall. “La discriminación también existe. No es sinónimo necesariamente de que toda persona con piel oscura o negra sea tratada automáticamente peor por el color de su piel como el que vemos en el caso de George Floyd, pero sí que hay una correlación entre color de piel más oscuro, mayores niveles de pobreza y menores niveles de educación”.
Según un informe del Banco Mundial publicado en 2018, los afrodescendientes en América Latina tienen 2,5 más probabilidades de vivir en pobreza crónica que los blancos o mestizos. Además tienen menos años de escolarización de media, mayores índices de desempleo y menos representación en cargos de toma de decisiones, tanto públicos como privados, algo que la organización atribuye a una discriminación estructural.
Las protestas en Estados Unidos están sirviendo ahora para visibilizar el problema del racismo y la discriminación racial en algunos países de América Latina, especialmente en Brasil y Colombia, dos de las naciones con mayor población afrodescendiente y donde episodios recientes reflejan la brutalidad policial contra jóvenes negros.
Brasil: las protestas en EE UU abren la conversación
En Brasil, la ola de protestas antirracistas en EE UU está despertando a una parte de la sociedad blanca que hasta ahora había cerrado los ojos ante la violencia policial y se había acostumbrado a normalizar la muerte de jóvenes casi siempre negros en operaciones policiales en las favelas (6.200 muertos en 2019) o la falta de representación en puestos relevantes.
Muchos se unieron a la versión brasileña de Black Lives Matter (#VidasNegrasImportam) en las redes sociales, un lema que también se escuchó en una protesta en las calle de Río de Janeiro el pasado domingo, donde un grupo de activistas se manifestó contra la violencia policial y recordó a João Pedro Pinto, un adolescente negro de 14 años que murió por un tiro de la policía cuando estaba en su casa en una favela de Río de Janeiro y los agentes entraron disparando en una redada para detener a un narcotraficante.
El compromiso permanente con la causa antirracista, sin embargo, todavía está limitado a las voces del movimiento negro. “La gente dice que por fin ‘los negros han abierto los ojos’. Este es un grado increíble de racismo y crueldad”, dice Mónica Oliveira, dirigente de la Red de Mujeres Negras de Pernambuco. “La lucha del movimiento negro en Brasil viene de hace siglos. Si no nos hubiéramos organizado, nunca habríamos sobrevivido en este país que, desde la esclavitud, ha operado un proyecto sistemático para eliminar a la población negra”, dice. Los negros y mestizos son el 54% de la población brasileña, pero representan el 75% de las víctimas de asesinato y el 64% de los desempleados.
Activista negra durante 32 años, Oliveira dice que nunca ha vivido un momento tan “difícil y peligroso” en la lucha contra el racismo, y se refiere emocionada al caso de Miguel Otávio da Silva, un niño negro de cinco años que el martes pasado se cayó desde el noveno piso de un edificio en Recife (Pernambuco). El niño era hijo de una empleada doméstica que lo dejó al cuidado de su patrona, blanca, mientras ella paseaba al perro de la familia. La mujer dejó solo al niño que se cayó por una barandilla y murió en el hospital. La empleadora, acusada de homicidio involuntario, quedó libre bajo fianza de 20.000 reales (4.000 dólares).
“Eso es el racismo hoy en Brasil”, dice la activista. “Si fuera una mujer negra acusada de matar a un niño blanco por negligencia, su cara estaría estampada en todas las portadas de los periódicos el mismo día del crimen”. Para Oliveira, la ascensión a la Presidencia de un político de extrema derecha con un historial de declaraciones y actitudes racistas expone aún más a la población negra a la violencia. “El presidente [Jair] Bolsonaro ha autorizado un mayor nivel de racismo explícito que antes y empuja a los racistas a salir del armario”.
“La cuestión racial en Brasil es todavía más grave que en Estados Unidos”, dice Zulu Araújo, expresidente de la Fundación Palmares, una organización responsable de promover la cultura negra, citando las estadísticas. Para él, este es el momento de crear frente amplio, inspirado en la movilización de Estados Unidos, para contrarrestar las medidas de un Gobierno ultraderecha. “Tenemos la oportunidad histórica de reunir a los antirracistas blancos y negros en esta lucha, algo que, después de mucho esfuerzo, el movimiento negro estadounidense logró”.
Los otros nombres de George Floyd en Colombia
En Colombia se dice que George Floyd tiene otros nombres. Varios espejos. Uno de ellos era Anderson Arboleda, el joven de 19 años que murió después de recibir golpes en la cabeza a manos de un policía por supuestamente violar la cuarentena, como denunció su familia. Sin reflectores, ni tantas cámaras y en una ciudad pequeña llamada Puerto Tejada, en el Cauca, suroeste del país. El muchacho había violado la cuarentena nacional del coronavirus y estaba con su novia. Llegaron a su casa y tocaron la puerta cuando llegó la policía a gritarles que entraran. “Él les decía que estaba esperando que le abrieran y ellos le gritaban. Pero mientras mi hermana iba a abrir, le dieron tres bolillazos en la cabeza (golpes con la porra)”, cuenta a EL PAÍS Claudia Arboleda, madre de Anderson.