“Solo sé que ahora mismo no quiero trabajar, quiero estudiar”, dice Roja, de 12 años, que ha sido rescatado de pasar 12 horas diarias en un cuarto fabricando brazaletes en la India, sin recibir nada a cambio. Como él, 160 millones de menores de edad trabajan en todo el mundo. Por ejemplo, Amina, de 13 años, otra de nuestras protagonistas, cuya cotidianeidad es excavar en una mina al este de Camerún para encontrar oro y venderlo. No sabe ni leer ni escribir. Y también está Mónica, que lleva sin ir a la escuela desde el inicio de la pandemia y vende helados en un puesto ambulante en El Alto, en Bolivia.
En colaboración con Unicef, viajamos a tres continentes para retratar un drama que se lleva por delante el colegio, los juegos y el futuro. Y que se ha agravado por la pandemia y la falta de acción política contra la pobreza. Los últimos datos son dramáticos. Por vez primera en dos décadas, los progresos para disminuir el trabajo infantil se han frenado. Escuchamos las voces de Amina, Roja y Mónica en vísperas del 20 de noviembre, Día Universal del Niño. Y en el año que Naciones Unidas ha consagrado a la erradicación del trabajo infantil.
Amina, de 13 años, trabaja en una mina de oro de Camerún
POR LOLA HIERRO / FOTOGRAFÍA DE JAMES RAJOTTE
“Sanú… Sanú, sanú…”, saluda Amina en idioma fulfuldé. Se lo dice a una moderna grabadora que sostiene entre las manos, un poco temblorosas por los nervios. Es la primera vez en su vida que se encuentra ante semejante artefacto. Amina, de 13 años, no sabe leer ni escribir. Nunca ha ido al colegio y trabaja desde los siete en una mina de oro ilegal en el este de Camerún, muy cerca de la frontera con República Centroafricana. Su imagen y su testimonio son la prueba irrefutable de que en pleno siglo XXI el trabajo infantil es una realidad compleja y difícil de solucionar.
Roja, un niño de la India rescatado de la explotación infantil
POR LAURA FORNELL / FOTOGRAFÍA DE ÓSCAR ESPINOSA
Las primeras luces del alba bañan los campos de cultivo, todavía anegados por las últimas lluvias del monzón en este pequeño rincón de la India, mientras Roja, de 12 años, se prepara para ir a la madrasa del pueblo. Durante dos horas aprende urdú y árabe junto con una treintena de niños y niñas de todas las edades. Tiempo que aprovecha Naseema, de 25 años y cuñada de Roja, para preparar la comida. Viven en una pequeña aldea rodeada de campos de arroz y fábricas de ladrillos en el distrito de Sitamarhi, en Bihar, uno de los Estados más pobres del país.
Mónica tiene 12 años, vende helados y sueña con su propia heladería
POR JUAN DIEGO QUESADA / FOTOGRAFÍA DE MARIANA ELIANO
Por aquí hay mucho revuelo. Los coches se estacionan continuamente frente a este tenderete naranja en el que puede leerse en letras mayúsculas: “Helados”. Mientras toma un sorbete de maracuyá, el cajero de un banco que disfruta de un receso en su hora del almuerzo cree encontrar el motivo de la popularidad del negocio:
—Es por los niños, nos gusta colaborarle a los niños.
Sin duda, Mónica es la vendedora más exitosa de esta mañana achicharrante en la ciudad de El Alto, en Bolivia. Tiene 12 años
160 millones de pequeños obreros
POR LOLA HUETE MACHADO
Hay niños trabajando para nosotros ahora mismo. Por todas partes. Exactamente 160 millones en cifras oficiales. Las extraoficiales se desconocen. Un total de 97 millones de niños y 63 millones de niñas que cada mañana no agarran sus carteras y se van a la escuela. No. Acuden a las fábricas, a las minas, a los campos, a los mercados, a los talleres textiles, a los prostíbulos… A veces, ni se desplazan. Viven en ellos. Menores de edad, entre 5 y 17 años, con oficio; sin nombre, muchas veces. Sin infancia siempre.