Bienvenidos al laboratorio científico subterráneo más grande del mundo. Es el Instituto Nacional Italiano de Física Nuclear. Está en el centro de Italia, en los montes Abruzzo, bajo el Gran Sasso. Para llegar hay que recorrer diez kilómetros de estrecho túnel. Abstenerse claustrofóbicos y aprensivos.
Es necesario ponerse casco, haber escuchado antes atentamente un video sobre seguridad que impresiona…y abrigarse, los 30 grados de fuera contrastan con los ocho de media aquí abajo. Más que en una mina se tiene la sensación de estar en una película de ciencia ficción. Hay altísimas salas, pasillos interminables, largos tubos, vitrinas, inmensos depósitos llenos de gases, ordenadores, máquinas incomprensibles para el resto y un sonido que inquieta.
“Aquí trabajan unos 200 expertos venidos de todo el mundo. Los experimentos que hacemos sirven para conocer mejor el universo, descubrir cómo se hizo, empezando por las partículas que lo componen” nos dice el físico Stefano de Lorenzo mientras nos enseña “Borexino” una inmensa esfera de acero cuya misión es detectar neutrinos procedentes del sol o de otra estrella. Enormemente escurridizos, son las parte más pequeña de materia que se conoce, se mueven a la velocidad de la luz y son tremendamente codiciados por los científicos.
“Los neutrinos interactúan muy poco y contienen mucha información, salen despedidos cuando muere una estrella, lo que se conoce como supernova, una explosión que libera una enorme cantidad de energía. Los neutrinos nos darían muchos datos de cómo es esa estrella y por lo tanto, del universo”
Lo difícil es cazarlos porque además una supernova se produce muy de vez en cuando, cada 30 años o más. Se necesita paciencia y trabajar con los medios y en el lugar adecuados. Como este laboratorio, dicen, perfecto para estas partículas “estamos bajo 1.400 metros de roca, a salvo de los rayos cósmicos y aquí los neutrinos llegan más puros, más frescos podríamos decir, para analizarlos mejor”.
Solo falta ahora que su detector de supernovas encuentre una en la Vía Láctea o más allá.
La materia oscura
Hay otra materia que persiguen los científicos. La oscura. Aquella que todavía no se conoce pero se sabe que existe. De la que en realidad está hecho el 80% del universo, según los expertos. Una materia que contó mucho en el famoso Big Bang que dio origen a todo y que solo podría detectarse con sofisticadísimos aparatos. Un ejemplo es “Xenonit1T” un extraño instrumento que contiene tres toneladas de xenón líquido sumergido en agua ultra pura.
Otros proyectos tienen más historia, como el llamado “Cuore”. Está fabricado con plomo romano de hace 2.000 años. Un material que viajaba a bordo de la “Navis oneraria magna” atacada por los piratas. Transportaba toneladas de este mineral extraído de la sierra de Cartagena y utilizado como material de construcción y elemento de decoración durante el Imperio. Nunca llegó a Roma, su destino. El capitán decidió hundir la carga antes de que los piratas se hicieran con ella. Permaneció durante siglos a 30 metros de profundidad, a salvo también de los rayos cósmicos, así que una vez recuperado, el plomo se ha usado,por su pureza, como el mejor aliado de la investigación física nuclear a la caza de neutrinos.
“Con Cuore buscamos fenómenos extraordinariamente raros, muy a menudo no se hacen descubrimientos, pero ponemos límites a aquello que no hemos visto aún pero nos acercarnos a ver” explica De Lorenzo en el interior de este inmenso laboratorio donde ciencia y filosofía se dan la mano. Por aquí han pasado grandes científicos como el físico norteamericano Barri Barish cuyo descubrimiento de las ondas gravitacionales le mereció el Nobel compartido con sus colegas Rainer Weiss y Kip Thorne.
A la espera de nuevos y sorprendentes descubrimientos dejamos este lugar donde pasado, presente y futuro se mezclan en esa incansable búsqueda de certezas sobre nuestra existencia. Hay otros mundos pero están en este.