El 2 de febrero se cumplen dos décadas de que Hugo Chávez asumió la presidencia de Venezuela por primera vez. Hoy, la Revolución bolivariana que Chávez lideró hasta su muerte en 2013 está en su momento más crítico: la economía está en ruinas, tres millones de venezolanos han emigrado y su sucesor, Nicolás Maduro, gobierna como dictador mientras que Juan Guaidó se juramentó como presidente encargado con el respaldo de parte de la comunidad internacional.
En este contexto, comprender el legado de Chávez es fundamental para entender la situación actual.
Primero, Chávez puso la cuestión social en el centro de la agenda política. Al responder a demandas legítimas de la población más pobre, que había sido excluida por décadas, Chávez aprovechó el auge petrolero para impulsar grandes programas sociales. A partir de Chávez, todos los actores políticos latinoamericanos introdujeron la preocupación por la pobreza y desigualdad dentro de su discurso, en vez de enfocarse solo en la estabilidad macroeconómica. Las mejoras sociales con Chávez fueron borradas por el colapso económico posterior, pero aún hoy el gran desafío de Guaidó es lograr el apoyo de aquellos venezolanos que rechazan a Maduro, pero recuerdan con cariño al Comandante.
Segundo, Chávez destruyó gradualmente las instituciones democráticas venezolanas. Aprovechando su enorme popularidad, rediseñó las instituciones venezolanas a su medida, promovió el culto a su persona, cooptó el poder judicial, amordazó a la prensa y acosó a la oposición. Puede que Maduro haya consolidado una dictadura, pero fue Chávez quien le preparó el camino. La Venezuela de Chávez es un trágico ejemplo de cómo la democracia puede ser derribada desde adentro, por líderes electos. Es una lección aplicable a Rusia, Turquía, y cada vez más países occidentales.
Tercero, el modelo económico de Chávez devastó a la economía venezolana. Paulatinamente, Chávez estatizó prácticamente toda la economía con la entrega de las principales empresas del país (incluyendo la petrolera estatal PDVSA) a políticos leales que las tomaron como botín personal. El resultado fue el colapso de la producción, un auge de la corrupción, desabastecimiento de productos básicos, aumento de la pobreza y, finalmente, el gradual declive de la producción petrolera. En ese sentido, el “socialismo del siglo XXI” que impulsó Chávez terminó pareciéndose mucho al fracasado experimento comunista del siglo XX: los líderes “revolucionarios” se hicieron ricos mientras que la población se empobrecía cada vez más.
Cuarto, Chávez politizó a las fuerzas armadas. En 1999, cuando asumió la presidencia, y a pesar de su carrera militar, Chávez era rechazado por parte de las fuerzas armadas, que participó en un fallido golpe de Estado en su contra en 2002. Tras recuperar el poder, Chávez purgó a los cuerpos militares, nombró a numerosos generales leales y otorgó a las fuerzas armadas el control de gran parte de la economía. Con el tiempo, según algunas investigaciones, esa nueva élite militar bolivariana extendió su influencia hacia el contrabando y el narcotráfico, mientras se convertía en el principal sostén de Chávez y sobre todo de Maduro tras la muerte del líder. No sorprende entonces que la cúpula militar actualmente se mantenga leal al régimen, y que Guaidó les ofrezca una amnistía para intentar atraerlos a su causa.
Quinto, Chávez le dio una nueva voz a la oposición a Estados Unidos en América Latina. Ayudado por la impopularidad y torpeza diplomática del gobierno de George W. Bush, el líder bolivariano responsabilizó a Washington por los problemas latinoamericanos y revitalizó a una izquierda regional (e incluso global) que parecía agotada tras el final de la Guerra Fría. Utilizando la (efímera) riqueza petrolera, Chávez forjó una alianza con líderes de izquierda en Ecuador, Bolivia, Nicaragua y países del Caribe, pero la relación más importante fue la que estableció con Cuba: Chávez le otorgó petróleo subsidiado a la empobrecida isla y a cambio obtuvo médicos cubanos y asesoramiento estratégico del régimen comunista, que ayudaron a consolidar el autoritarismo del gobierno de Caracas. El liderazgo de Chávez y el envío de petróleo barato a sus aliados le dieron un respaldo regional clave, que durante años impidió cualquier condena a Venezuela en la Organización de los Estados Americanos. Gracias a ese legado, todavía hoy parte de la izquierda latinoamericana se resiste a condenar al régimen de Maduro.
Días antes de su asunción en 1999, Hugo Chávez le concedió una entrevista al escritor colombiano Gabriel García Márquez, simpatizante de izquierda. Al concluir el encuentro, García Márquez notó que había conocido a dos Chávez: “Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más”. Esas palabras resultaron proféticas: hoy, muchos venezolanos quieren ser salvados del ruinoso legado que dejó Chávez.