La policía abatió a tiros a dos pixadores (grafiteros protesta) tras un enfrentamiento en un edificio. Han pasado cuatro años desde estas muertes y sus familias y amigos siguen esperando que se haga justicia.
Era una apacible tarde de julio. Los dos hombres entraron en un edificio de viviendas de São Paulo y se dirigieron a la azotea. Alex Dalla Vechia Costa, de 32 años, y Ailton dos Santos, de 33, eran pixadores, artistas visuales urbanos, parecidos a los grafiteros, que con sus tipografías jeroglíficas cubren las fachadas grises y feas de la mayor ciudad de Sudamérica.
Sus familiares aseguran que los dos hombres entraron en el edificio con el propósito de pintar sus paredes. Sin embargo, un vigilante desconfió de ellos y llamó a la policía. Tras un enfrentamiento, la policía los mató.
El caso desató protestas ya que cinco policías fueron detenidos en dos ocasiones distintas, se los acusó de asesinato y posteriormente quedaron en libertad. En noviembre, una jueza de São Paulo que juzgó el caso sin jurado absolvió a los policías. Sin embargo, según consta en documentos judiciales, los nombres de estos cinco policías aparecen en diecisiete otros incidentes en los que también murieron civiles.
Los fiscales del estado de São Paulo están apelando el veredicto, con el argumento de que los agentes “sentenciaron a muerte a los dos pixadores y los ejecutaron”.
Cuatro años después de la muerte de los dos hombres, acaecida el 31 de julio de 2014, las familias y los amigos de Costa y de dos Santos señalan que siguen esperando que se haga justicia en un caso que evidenció los riesgos que asumen los artistas urbanos de São Paulo, grafiteros y similares, y la capacidad para matar de la policía brasileña.
Pixação, como se conoce este arte urbano típico de la ciudad, tiene muchos detractores en São Paulo, que afirman que las tipografías indescifrables de estos artistas son muy distintas del grafiti convencional. Sin embargo, los pixadores señalan que sus diseños son un grito de protesta y de defensa de las comunidades marginadas de la ciudad.
Fabio Vieira, de 33 años, es un fotógrafo y pixador que conocía a Costa. Describe el arte del pixação como una protesta contra la marginación social y el abandono en una ciudad que está fragmentada.
A los que practican este arte les encanta el reto de llegar hasta los lugares donde sus etiquetas serán más visibles, y a menudo irrumpen en edificios abandonados o burlan la vigilancia de los edificios de viviendas. “Sabemos que es un delito, pero ocupamos la ciudad”, indica.
En una carta abierta después de que se diera a conocer la sentencia, un grupo de pixadores de la ciudad planteó la siguiente cuestión: “¿Qué delito es más grave? ¿dejar tu firma en un edificio o ejecutar a alguien y esconder las pruebas?”
En su declaración, los policías afirmaron que se les había comunicado que alguien había entrado a robar en el edificio y que los dos hombres les dispararon primero.
La policía afirma que los dos hombres llevaban un revólver y una pistola, y también objetos robados. Los fiscales argumentan que las pruebas son falsas y que alguien puso las armas en la escena del crimen mucho después.
La jueza Débora Faitarone descartó un relato de otros dos agentes de policía que afirmaron que habían visto a dos hombres con vida en otro piso ya que en su opinión estos testimonios eran incongruentes.
La jueza también tuvo en cuenta el hecho de que las dos víctimas tenían antecedentes penales por robo y daño a la propiedad. “Resulta completamente creíble que las víctimas fueran armadas”, indica en la sentencia.
En un comunicado, los abogados de los policías afirman que no se encontraron pinturas en aerosol en la escena del incidente y que tampoco habían pintado. “Se trata de una nueva victoria de la policía de esta ciudad”, indica. Sin embargo, los familiares de las víctimas afirman que los dos hombres querían pintar, no robar.
Defienden que solo eran artistas
La noche de su muerte, Costa había enviado mensajes de WhatsApp a amigos para preguntar si alguien quería ir a pintar. El sitio web de derechos humanos Pontelos publicó posteriormente. Una vez dentro del edificio, los dos hombres se hicieron un selfie en el ascensor; una práctica muy común entre los pixadores.
“¿Qué tipo de ladrón haría algo así?” pregunta Vieira, que tomó una foto de la mano inerte de Dalla Vechia con restos de pintura; otra prueba, según él, de que los hombres habían estado pintando antes de que los mataran.
Costa incluso había aparecido en un reportaje que se emitió por televisión en el que él y otros artistas conseguían entrar en un edificio de viviendas y dejar sus firmas en el tejado.
Las firmas de los dos hombres, JETS en el caso de Alex Dalla Vechia Costa y ANORMAL en el caso de Ailton dos Santos, todavía están presentes en otros edificios de São Paulo.
Para las familias, la herida no se ha cerrado. Alex Della Vachia Costa era pulidor de mármol y tenía dos hijos, Alex Júnior y Lucas. Estaba divorciado de la madre de los niños, Erika Ferreira de Sá, que también es pixadora, y había tenido otros hijos con otras mujeres.
“Era una gran persona”, señala De Sá: “Todas las noches salía a pintar”. La noche que murió, le había prometido que iría a buscarla a las 23:30 horas pero nunca se presentó. La policía la llamó para explicarle que había muerto en un tiroteo. “Yo siempre supe que no se trataba de fuego cruzado porque él nunca iba armado”, puntualiza.
Según la esposa de Ailton dos Santos, Eliete dos Santos, de 33 años, su marido ya no pintaba edificios pero Costa, un amigo de la infancia, se cruzó en su camino unos meses antes de que ambos murieran. Deja una hija de nueva años, Stefany.
“Nuestro dolor se agudiza con el paso del tiempo”, lamenta Eliete dos Santos, que ha empezado a frecuentar grupos de apoyo integrados por mujeres cuyos maridos o hijos han sido abatidos a tiros por la policía.
Según datos de 2016 del Foro Brasileño para la Seguridad Pública, la policía de Brasil mata a unas once personas al día. A menudo se la acusa de falsificar pruebas.
Sérgio Olímpio Gomes, legislador y oficial de policía de São Paulo, afirma que los agentes se enfrentan a peligrosos criminales armados y que la tasa de mortalidad entre los agentes es excepcionalmente alta. En 2016, 453 policías fueron asesinados. “No es que la policía en Brasil sea asesina”, puntualiza: “Somos un país peligroso, con delincuentes que son peligrosos”.
Vieira afirma que en los barrios de la periferia, sombríos suburbios donde viven las comunidades más pobres y también la mayoría de pixadores de la ciudad, los asesinatos y los crímenes violentos por parte de la policía son una constante. “El arte del Pixação es de la periferia. La gente rica no hace pixação”, explica: “Esto nunca terminará”.
Traducido por Emma Reverter