Venezuela llevaba este sábado sin luz casi dos días y en tinieblas unos cuantos años. Gran parte del país quedó colapsado por el apagón del jueves por la tarde. La madrugada del viernes al sábado algunas ciudades, entre ellas la capital, Caracas, recuperaron la luz. Lo que parecía poner fin a horas de incertidumbre, desesperación y hartazgo, apenas fue un oasis. Por la mañana, la energía se volvió a esfumar. Nunca antes en su historia reciente Venezuela había vivido una situación similar tan prolongada, que evidencia la fragilidad de sus infraestructuras, especialmente la energética. Las limitaciones, sin embargo, están lejos de ser algo nuevo. Las últimas 48 horas no han hecho sino reproducir con fuerza escenas que forman parte de la cotidianeidad de los venezolanos.
Un barrio silenciado
El apagón encendió la mecha en la avenida principal de Caricuao. Este barrio popular al oeste de Caracas se levantó la noche del viernes después de que se volviese a ir la luz. La habían recuperado dos horas tras estar 30 sin ella. De la refriega, el sábado solo quedaba el silencio y rastros de vidrios rotos, neumáticos incendiados y palos dispersos en las calles.
“La gente ya estaba extenuada por un día sin electricidad”, dice un vecino del barrio que prefiero mantener el anonimato.
De los incidentes no se habla aún en el barrio porque la policía todavía ronda la zona.
“Usted entiende por qué no se puede decir nada o declarar con nombres, usted sabe que tenemos miedo a que nos suceda algo”, justifica un comerciante.
La policía no es cualquiera. Los incidentes se produjeron a pocos metros de un comando de la Fuerza de Acciones Especiales (FAES) de la Policía Nacional, denunciada por su represión, que ha costado vidas en algunas ocasiones.
“Toda la zona estaba tomada, eran muchos, la gente lanzaba botellas desde los edificios para intentar ahuyentarlos, pero ellos disparaban al aire. Todo ocurría en la oscuridad. Se escuchaban los gritos. Estamos dominados por ellos”, dijo una mujer de unos 50 años.