Elsa con su familia en un campo de desplazados en Cabo Delgado, en el norte de Mozambique Rui Mutemba / Reuters
Sus palabras dejan congelado. Escondida entre los arbustos con sus otros tres hijos, la mozambiqueña Elsa vivió una de las peores pesadillas que una madre pudiera imaginar. Paralizada por el miedo y la impotencia, la mujer de 28 años no pudo hacer nada cuando los yihadistas interrumpieron la huida de su hijo Filipe, de 12 años. Elsa lo recuerda así: “Aquella noche, nuestra aldea fue atacada y nuestras casas fueron incendiadas. Cuando todo empezó yo estaba en casa con mis cuatro hijos. Intentamos escapar hacia el bosque, pero cogieron a mi hijo mayor y le cortaron la cabeza. No pudimos hacer nada porque nos habrían matado también”.
Un informe de la organización humanitaria Save The Children denunció ayer que varios niños han sido decapitados por el grupo islamista Al Shabab en el norte de Mozambique en el marco de una brutalidad creciente sobre la población civil. No es la primera vez que decapitan a sus víctimas: en noviembre, los milicianos cortaron la cabeza a 50 personas en un campo de fútbol y es habitual que castiguen de esa forma a algunas de sus víctimas. Y ya se cuentan por miles. La banda, que ha admitido públicamente sus lazos con el Estado Islámico pero que no tiene relación con la banda somalí del mismo nombre, empezó a actuar en la provincia de Cabo Delgado en el 2017 y ha dejado desde entonces un reguero de sufrimiento. El conflicto ha provocado casi 700.000 desplazados (hace un año la cifra era de menos de cien mil) y 2.655 muertos, según el recuento del think tank estadounidense Proyecto de Datos de Ubicación y Acontecimientos de Conflictos Armados (Acled). Más de la mitad de los fallecidos eran civiles.
Chance Briggs, director en la antigua colonia portuguesa de Save The Children, señala que la extrema violencia de la banda fundamentalista se ensaña con hombres y mujeres, pero que los islamistas no tienen piedad de los menores. “Los informes de ataques a niños nos enferman hasta la médula. Nuestro personal ha llorado al escuchar las historias de sufrimiento contadas por madres en los campos de desplazados”.
La banda actúa desde el 2017 en Cabo Delgado, donde el conflicto ha dejado 2.600 muertos y 700.000 desplazados
El grito de la oenegé no es el primero que llama la atención sobre la brutalidad de los yihadistas. Hace unos días, Patricia Postigo, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en el país, describía una situación similar. Más allá del escenario de hambre y enfermedades, Postigo subrayaba el sufrimiento psicológico de los desplazados. “Por la selva se encuentran con gente muerta, que ha sido asesinada, descuartizada, a familiares o vecinos de sus pueblos a quienes han cortado la cabeza. También ven a personas que han muerto por hambre o sed. Te cuentan que no pueden quitarse esas imágenes de la cabeza”.
A pesar de las proclamas fundamentalistas de Al Shabab y sus amenazas a un gobierno ineficaz y corrupto, la guerra en el norte de Mozambique no es de raíces principalmente religiosas o políticas sino sociales. La falta de oportunidades en la provincia más pobre del país, pese a contar con un subsuelo trufado de minerales y algunas de las reservas de gas más importantes de mundo, ha propiciado el florecimiento de una rabia contenida contra el Gobierno del lejano sur —a Cabo Delgado se le conoce como Cabo Olvidado — y de actividades económicas ilícitas como minería artesanal o el contrabando de drogas, madera o marfil que juegan un papel importante en el conflicto. Para el periodista mozambiqueño Estacio Valiou, “la llegada del islamismo simplemente proporcionó una salida a las profundas frustraciones de amplios sectores de la población”. La brutalidad de las fuerzas de seguridad mozambiqueñas con la excusa de la lucha antiterrorista, con vídeos en los que se ve a soldados cometer asesinatos sumarios de civiles, ha empeorado la sensación de indefensión de la población.
Desde la distancia, Washington observa con preocupación el crecimiento de la amenaza yihadista en Mozambique y ha decidido mover ficha. La semana pasada, el Ejecutivo de Joe Biden anunció el envío de equipos médicos y de comunicaciones, así como la presencia en Maputo de instructores de las fuerzas especiales estadounidenses que entrenarán durante dos meses a miembros de la Marina mozambiqueña para ayudar al país a combatir la insurgencia islámica en el norte.