Trump tenía ganas de hablar este martes. Sin rueda de prensa prevista, respondió largo y tendido a las preguntas de los periodistas sobre Corea del Norte para confirmar una sensación creciente en los últimos días, que la probabilidad de la histórica cumbre de Singapur pierde enteros o, como suelen decir los estadounidenses, momentum (impulso). “Puede que [la cumbre] no suceda el 12 de junio”, dijo el neoyorquino, tratando de quitarle hierro al asegurar que puede celebrarse más adelante. “Si sucede será genial, si no, estará bien”, afirmó, pero se le endureció el rostro al señalar los motivos por los que cree que el clima de acercamiento con Pyongyang ha virado: la segunda reunión que Kim Jong-un mantuvo en Pekín con el presidente chino, Xi Jinping, entre los días 7 y 8 de mayo. “Debo decir que quedé un poco decepcionado”, dijo Trump, porque después de esa segunda cita “hubo cierto cambio de actitud”, añadió.
El surcoreano Moon Jae-in guardaba silencio, sentado a su lado en el Despacho Oval, cuando el presidente le agarró a traición y le invitó a compartir su opinión sobre esa segunda cita en China “de la que no se sabía nada”. Moon respondió con generalidades sobre lo importante de la oportunidad de semejante cumbre entre mandatarios y el comprensible escepticismo.
Este aumentó la semana pasada, cuando Pyongyang canceló las conversaciones previstas para esos días con Corea del Sur como queja por los ejercicios militares llevados a cabo con EE UU. Además, advirtió de que la cumbre se cancelaría si Washington insistía en exigir la desnuclearización total y unilateral del régimen, sin contrapartidas. La razón aducida por Corea del Norte para la advertencia fue una declaración del consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, donde apostaba por el “modelo libio” de desnuclearización que para Kim Jon-un resulta una mala profecía, vista la caída de Muamar el Gadafi en 2011.
No se sabe cuánto hay de partida de póquer y cuánto de cambio de escenario real. Trump necesita en todo caso evitar el ridículo de estrechar la mano del líder de una tiranía como la norcoreana para luego no obtener lo que busca. Este martes insistió en que su objetivo no es eliminar el régimen norcoreano, pero sí recalcó que “la desnuclearización debe tener lugar”. Y esta, opinó, sería “mejor de una sola vez”, aunque abrió la puerta a un proceso “gradual”. Dijo cree que Kim “habla en serio” cuando ofrece la desnuclearización, pero insiste: “Hay ciertas condiciones que queremos que se produzcan. Creo que conseguiremos esas condiciones. Y si no, no tendremos la reunión”.
Las dudas sobre la cumbre y el éxito de esta negociación histórica entroncan inmediatamente en una pregunta muy básica, qué entiende cada una de las partes por desnuclearización y, sobre todo, si esta puede darse por irreversible. Washington aspira a que Pyongyang se deshaga por completo de todo su programa nuclear y que demuestre que ya no puede dar marcha atrás, pero el régimen norcoreano encuentra en la bomba atómica el escudo disuasorio para garantizar la pervivencia del régimen hereditario que gobierna este pequeño y hermético país con mano de hierro desde hace 70 años.
Trump rechazó confirmar si ha hablado o no con Kim. Desde el Despacho Oval, le envió un mensaje: si accede a la desnuclearización “será feliz y su país será rico”. Sobre statu quo, el estadounidense sembró dudas. Dijo que contemplaban un escenario de “dos Coreas”, pero advirtió de que la frontera entre una y otra es “artificial” y no tiene por qué seguir así en el futuro.