Publicaron fotos de sus resultados positivos de COVID-19 en las redes sociales.}
Describieron sus síntomas como si fuera algo que celebrar:
fiebre, tos, fatiga, dolor de cuerpo, pérdida del gusto y del olfato.
Una cabina de prueba de COVID-19 en Shanghái el 1 de diciembre de 2022. The New York Times.
Hablaban de lo maravilloso que era dejar de temer que los enviaran a campos de cuarentena por infecciones y de no tener que preocuparse de que los vecinos estuvieran encerrados durante semanas por ello.
“Saboreemos el momento en que podamos enfermarnos“, publicó en su cuenta de WeChat la propietaria de una librería independiente de Beijing.
“Protejamos este derecho tan humilde”.
Desde que el gobierno abandonó abruptamente sus estrictas restricciones “cero-COVID” la semana pasada ante las inusuales protestas en todo el país, gran parte del público chino ha abrazado una nueva vida.
Un sitio de prueba de COVID-9 para pasajeros que llegan a una estación de tren en Shanghai el 6 de diciembre de 2022. (Qilai Shen/The New York Times)
Se han mostrado ansiosos por recuperar algunos de sus derechos básicos, aunque ello signifique que el virus se propague ahora rápidamente.
Pero bajo el alivio hay un profundo trauma colectivo que no será fácil de curar.
Presa del dolor, la ansiedad y la depresión, la gente quiere un ajuste de cuentas nacional sobre lo que salió mal.
Muchos emprenden ahora una búsqueda casi quijotesca en la creencia de que el gobierno debe reconocer que sus duras políticas fueron un grave error y pedir disculpas por el daño causado.
Una calle bordeada de puestos de comida en Shanzhen, China, el 16 de noviembre de 2022. La economía y las pequeñas empresas en China pueden tardar algún tiempo en recuperarse. (Qilai Shen/The New York Times)
Li Gongming, historiador del arte y antiguo miembro de un grupo de asesoramiento político dirigido por el Partido Comunista Chino, publicó un artículo en la plataforma de redes sociales WeChat, en el que instaba al gobierno de la ciudad meridional de Guangzhou a ayudar a curar las heridas emocionales y sociales de la pandemia.
“El primer paso probablemente debería empezar por reconocer el error, dar el pésame a los fallecidos y pedir disculpas a la población”, escribió.
“Debería ir seguido de responsabilizar a las personas y hacer que el gobierno pague las indemnizaciones”.
Su artículo, publicado el lunes, fue rápidamente borrado.
Otro artículo de WeChat, bajo el seudónimo de “Banchizi”, instaba al público a exigir responsabilidades a los funcionarios por el elevado costo pagado en virtud de la política de “cero COVID”, que calificaba de “farsa tonta”.
Una disculpa no bastaría para algunos funcionarios de sanidad que mintieron y engañaron a la nación, decía el artículo; deberían ser procesados.
El autor instaba al país a tabular las muertes colaterales:
las producidas por suicidios, por tratamientos médicos retrasados o denegados y por accidentes relacionados con las restricciones de la pandemia.
China rara vez hace públicos los nombres y las identidades de las víctimas de tragedias que se cree que están relacionadas con el “zero-COVID”.
Una de ellas fue cuando 27 personas murieron en un accidente de autobús de camino a un centro de cuarentena en la provincia suroccidental de Guizhou.
Otro fue cuando 10 personas perecieron en el incendio de un departamento en la ciudad occidental de Urumqi, suceso que desencadenó las protestas callejeras masivas del mes pasado.
Recopilar sus nombres y cómo murieron es el “mínimo respeto que podemos rendir a los fallecidos”, afirma el artículo de Banchizi.
También fue eliminado.
Los usuarios de las redes sociales denunciaron a algunos de los principales expertos en salud que hablaron de los peligros de la variante omicrón para apoyar la política gubernamental de “cero COVID”, para luego cambiar sus mensajes tras el cambio de 180 grados de la política.
La gente difundió capturas de pantalla de diferentes titulares del oficial Diario del Pueblo en los últimos meses, bromeando con que el periódico siempre tiene razón el día que se publica, pero se contradice cuando se encuaderna más tarde junto con otras ediciones.
Las personas a las que entrevisté me dijeron que querían que el gobierno se disculpara porque eso les ofrecería cierto consuelo por lo que han soportado.
Zhang, una estudiante universitaria de último curso de la provincia oriental de Jiangsu que pidió ser identificada sólo por su apellido, ha tenido que someterse a más de 100 pruebas COVID este año y estuvo encerrada un total de cuatro meses, incluida gran parte del semestre de otoño.
Se siente deprimida, le cuesta motivarse y llora con facilidad cuando lee noticias sobre el COVID.
Creyó en la desinformación del gobierno sobre la pandemia en Occidente, por lo que apoyó el bloqueo de Shanghai en abril, una postura de la que ahora se arrepiente.
Ahora que lo sabe mejor, quiere que el partido pida disculpas a “todos los inocentes que murieron bajo el régimen de ‘cero COVID’, a las personas que perdieron sus ingresos bajo los cierres y a todas las personas a las que la máquina de propaganda lavó el cerebro”, afirmó.
Al igual que Zhang, la mayoría de las personas que entrevisté para esta columna sólo quieren ser identificadas con un único nombre por motivos de seguridad.
En una sociedad normal, por un error político tan grave como el de “cero-COVID”, el público exigiría algo más que una disculpa, afirma Yan, director de proyectos en una empresa de Internet de Beijing.
“Habrían querido un nuevo partido gobernante. Pero en el contexto chino es otra cosa”.
Las personas a las que entrevisté me dijeron que querían que el gobierno se disculpara porque eso les ofrecería cierto consuelo por lo que han soportado.
Todas las personas con las que hablé creen que el gobierno debería disculparse, pero nadie espera que lo haga.
El Partido Comunista sólo puede ser “grande, glorioso y correcto”, dijeron, según su propia descripción en muchos discursos oficiales.
Y Xi Jinping, el máximo dirigente del país, ha silenciado casi toda disidencia y crítica a su liderazgo.
“La petición de disculpas es muy valiente, y yo también la deseo”, dijo Yan.
“Pero es muy poco probable que ocurra”.
El Partido Comunista nunca ha pedido perdón al pueblo chino por ninguna de las atrocidades que ha sufrido durante sus 73 años en el poder.
Ni después de que más de 20 millones de personas murieran de hambre durante el desastroso Gran Salto Adelante, ni cuando la Revolución Cultural sumió al país en una década de caos y destrucción económica.
Ni tampoco por la política del hijo único, que impuso muchos abortos forzados y ahora contribuye a fomentar una crisis demográfica con una de las poblaciones de más rápido envejecimiento del mundo.
El partido incluso acabó con un género literario llamado “literatura de la cicatriz”, que surgió tras la Revolución Cultural a finales de la década de 1970 y retrataba los sufrimientos que padeció la gente durante aquella campaña política.
El partido no quiere que nadie se fije demasiado en sus cicatrices porque inevitablemente se preguntarían de dónde proceden, afirma Xu Chenggang, investigador del Stanford Center on China’s Economic and Institutions que fue perseguido durante la Revolución Cultural.
Hu Xijin, uno de los principales propagandistas del partido, percibe peligros en todas las peticiones de disculpas.
En un largo artículo en la plataforma de medios sociales Weibo, donde tiene casi 25 millones de seguidores, escribió que las personas que calificaron la política de “cero COVID” de “desastre provocado por el hombre” son demasiado “radicales”.
El posteo desató un clamor de ira y decepción.
Muchos estudiantes universitarios señalaron que se sentían prisioneros en sus campus.
Un comentarista de Shanghai dijo que su hijo estuvo encerrado en un departamento de 600 metros cuadrados durante tres meses. “
¿No es esto algo sobre lo que deberíamos reflexionar? ¿No deberíamos intentar evitar que esto vuelva a ocurrir y mantener el poder bajo control?”, preguntó el comentarista.
El partido ha intervenido para controlar la narrativa.
En un comentario en portada el jueves, el Diario del Pueblo, el periódico oficial del partido, hablaba de cómo el país está volviendo a la vida.
Luego dedicó más de 10.000 palabras a elogiar cómo el partido y Xi guiaron al país a través de la pandemia.
“La práctica ha demostrado plenamente que el Partido Comunista de China”, decía, “es la columna vertebral más fiable del pueblo chino cuando golpean las tormentas”.
Es una clara señal de que el gobierno mantendrá su mensaje victorioso.
Quiere que el público acepte su relato, olvide lo que le ocurrió y siga adelante.
Algunos se han anticipado a estos movimientos y están decididos a luchar contra la amnesia colectiva que la nación ha sufrido durante demasiado tiempo.
Es su manera de superar el trauma.
Yu, programador de unos 30 años, se atraganta cada vez que habla del encierro de Shanghai en la primavera de este año.
“Me sentí como si el gobierno me hubiera derribado y martilleado durante tres meses”, explica.
“Luego me dijo que lo hacía por mi bienestar”.
Sigue teniendo dos pesadillas recurrentes.
En una, se encontraba en una zona de guerra llena de alambres de espino y aire envenenado.
En la otra, oia una voz monótona que salía repetidamente de un altavoz:
“Baja a hacerte las pruebas de COVID”.
Luego vendrían los resultados de sus pruebas: negativo, positivo, negativo, positivo.
Cree que es importante dejar constancia por escrito de lo ocurrido.
Pasó el verano escribiendo un libro electrónico, recopilando anuncios del gobierno e información creíble en Internet sobre lo que les ocurrió a los 25 millones de habitantes de Shanghai entre marzo y julio.
Cree que a cualquiera le resultaría obvio hasta qué punto mintió el gobierno y con qué brutalidad trató a la gente.
“Fue como una pesadilla absurda”, escribe en la introducción.
“No puedo evitar preguntarme por qué siguen ocurriendo tragedias como ésta al pueblo chino”.
c.2022 The New York Times Company