Tal vez resulte raro, pero en 2019 hay dos palabras que unidas cumplen 50 años: “trabajo invisible”. El concepto fue acuñado en 1969 por una pareja conformada por una mujer argentina, Isabel Larguía, y un hombre estadounidense, John Dumoulin. Ambos intelectuales marxistas, Isabel era hija de Susana Larguía (una de las fundadoras de la Unión Argentina Feminista, junto con Victoria Ocampo yMaría Rosa Oliver, en 1936). Se conocieron en Cuba y ahí gestaron su teoría que en un principio circuló en un circuito restringido y de manera informal, pasó por varios artículos y libros hasta conformar Hacia una ciencia de la liberación de la mujer, publicado por Anagrama en 1976.

“Rascando desde las cenizas”, dice gráficamente Mabel Bellucci, coautora, junto con Emmanuel Theumer, del libro Desde la Cuba revolucionaria. Feminismo y marxismo en la obra de Isabel de Larguía y John Domoulin, publicado por Clacso (y accesible en forma gratuita en internet), que obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes, en la categoría de Ensayo no ficción del Concurso de Letras 2018.

“No había absolutamente nada”, insiste la socióloga e investigadora, autora de Historia de una desobediencia: aborto y feminismo, Capital Intelectual (2014) refiriéndose al proceso de investigación, que implicó partir de cero.

Esta “nada”, estas cenizas iniciales tienen que ver con un hecho en apariencia curioso, porque el gran hallazgo de Larguía y Dumoulin fue haber generado, desde lo conceptual, un acercamiento entre los planteos de la segunda ola feminista que recién se alzaba en los países del Norte, y del marxismo post revolución cubana. Esa síntesis más que utópica se condensó en esas dos palabras: “trabajo invisible”. Y si bien Largía y Domoulin fueron los primeros en ponerle nombre a las tareas domésticas ejercidas por las mujeres en sus casas, y la expresión se viralizó antes que las redes sociales hubieran nacido, el trabajo teórico de la pareja, que fue traducido a otros idiomas y circuló por diversos países tanto en Europa como en América, sin embargo terminó siendo, paradójicamente, un trabajo invisibilizado.

¿Por qué?

“Es una pregunta-problema que puede resultar muy instructiva si tenemos en cuenta que durante los años 70 la obra fue traducida a varios idiomas y publicada en una decena de países -señala Emmanuel Theumer, docente en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral-. De hecho, no es un dato menor que trabajos tan influyentes en el feminismo como los de Gayle Rubin, Heleith Saffioti y Christine Delphy discutieron sus aportes. De pensadores marxistas tenemos mucho menos registros, su ortodoxia hacia de las cuestiones relativas a las mujeres fue un ‘asunto menor’, cuando no un peligro. Creemos que el privilegio epistémico del norte global facilitó una simpatía por contribuciones europeas o norteamericanas que, sin poner en duda su calidad, fueron desarrolladas casi en paralelo o con posterioridad a la contribución de Larguía-Dumoulin”.

“Por otro lado, desde finales de los años 80 la llamada ‘crisis del socialismo real’ así como el influjo académico del posestructuralismo sentaron las bases para el olvido. Aquí las líneas de pensamiento abiertas por el feminismo y el marxismo fueron cuestionadas por sus presupuestos esencialistas heterocentrados, blancos, eurocoloniales y fatalistas (en el sentido de un desenlace transformador unívoco). Al mismo tiempo, los debates feministas-marxistas centrados en el trabajo doméstico viraron sus ejes de análisis -por ejemplo hacia el debate patriarcado/capitalismo- al mismo tiempo que se asiste a una reinscripción del trabajo doméstico en ‘trabajo de cuidado’, el cual comenzará a ser tomado por vertientes desarrollistas del Estado, es decir, como un objeto de política pública. Tales capas abonaron el terreno suficiente para la invisibilización de esta obra. La de Larguía-Dumoulin fue una contribución sui generis: sino la primera, una de las primeras teorizaciones marxistas-feministas del trabajo doméstico esbozadas desde una efervescente coyuntura como lo fue la Cuba de finales de los 60. Constituye un deber, sino una obligación, introducirlos dentro de las historias de las ideas en sociedades latinoamericanas, así como en el estudio de los vínculos no siempre amigables entre feminismo y marxismo que sucesivamente, encuentran momentos de actualización”.

Los autores reflexionan sobre la paradoja de la invisibilización del trabajo de la pareja hacia el final del libro, que comienza con el relato de esa búsqueda “desde las cenizas”, la que significó recopilar documentos, entrevistar familiares como María Hernández Larguía, la sobrina nieta de Isabel, o Sebastián Elizondo, hijo de un primer matrimonio de Larguía con Ángel Elizondo (actor, fundador de la Escuela de Mimo, pantomima y expresión corporal en Buenos Aires), o por Skype al propioJohn Dumoulin, que vive en Estados Unidos (Isabel murió de cáncer hacia fines de los 90), y a personas que los conocieron, un viaje de Bellucci a Cuba, es decir, la trastienda de la producción, para luego entrar de lleno en la teoría que, basada en el célebre libro de Friedrich EngelsEl origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1844), pero al mismo tiempo superadora de ese texto (que en algunos aspectos tiene una vigencia asombrosa), y que estipula que las tareas “femeninas” dentro del hogar generan plusvalía. Por lo tanto, el sueldo que gana el hombre mientras la mujer se ocupa de las condiciones que permiten la “reposición” laboral (reponer fuerzas, energía y ropa limpia para volver al trabajo, para decirlo burdamente) es un sueldo que también está ganando la mujer (la explotación es doble). Si a esto se suma la doble jornada laboral de la mujer que trabaja, cuida a los niños y enfermos y cumple con las tareas domésticas, la invisibilización del trabajo es directamente proporcional a la cantidad de tiempo y de energía que demanda. Para Larguía-Dumoulin, como buena pareja marxista de los 60, la solución está en el fin de la lucha de clases, en los roles de un hombre nuevo y una mujer nueva en una sociedad antipatriarcal anticapitalista.

John Dumoulin e Isabel Larguia

John Dumoulin e Isabel Larguia

Como señalan en el libro sus autores: “Aunque de momento resulte tan poco conocido como enormemente olvidado, fue desde la Cuba Revolucionaria que tuvo lugar el desarrollo prístino de una teorización marxista-feminista del trabajo doméstico. Desde La Habana, a inicios de 1969, los intelectuales Isabel Larguía y John Dumoulin comenzaron a difundir su primer manuscrito titulado Por un feminismo científico, el cual será editado hacia 1971 por Casa de Las Américas. El esfuerzo intelectual que pergeñaron estuvo dirigido a comprender las modalidades de explotación que atañen a las mujeres, así como las posibles alternativas emancipatorias. Su objetivo no era tanto el de agregar una nota al pie a los consagrados escritos de Karl Marx y Friedrich Engels sino poner en tensión los límites del marxismo y el feminismo a la hora de interceptar la opresión de las mujeres”.

¿Un hombre y una mujer en los 60 juntos en ese ensamblado raro para entonces? El modelo Sartre-Simone de Beauvoir tenía resonancias, pero en la práctica sabemos que el desbalance seguía (y sigue) siendo enorme, mucho más en los países periféricos, incluso en la Cuba revolucionaria, sobre todo en las dos puntas de las tareas humanas: la esfera del poder y la del trabajo doméstico, y en los estadios intermedios. Ni siquiera, en los famosos y convulsionados setentas, la perspectiva de género era compartida por las parejas militantes.

Bellucci lo explica así: “Llegados los setentas, el peso simbólico que representó la familia nuclear sufrió ciertos corrimientos de su lugar protagónico de generaciones anteriores, en favor de la pareja hombre/mujer. Ésta pasó a adquirir un estatuto de compromiso por excelencia en el ágora pública, relacionando lo afectivo con el compromiso político e intelectual. Así, surgieron íconos de trascendencia que configuraron ejemplos a replicar. Sin saberlo, nuestra dupla Isabel Larguía/ John Duomulin anticipó en la Cuba revolucionaria ese modelo, propio del ascenso de época. Ambos configuraron un caso peculiar: a diferencia de otros pares del Norte, su marco de inspiración fue abocarse a la problematización del trabajo doméstico. En este terreno inaugural articularon las tensiones entre feminismo y marxismo, con las implicancias y complejidades que constituía”.

Theumer agrega: “Creo que Dumoulin-Larguía operaron como una dupla intelectual comprometida a la Cuba revolucionaria en un contexto de intensificación del conflicto de clase. Como tales, empujaron los límites del marxismo y feminismo desde esa extraordinaria coyuntura histórica. Hoy día me resulta imposible pensar en la dupla monumental Che Guevara-Tania sino es desde la sombra de Larguía-Dumoulin. Quiero decir, dentro de sus sociovisiones históricas, el proyecto de construcción de un ‘hombre nuevo’ y una ‘mujer nueva’ no podían restringirse a la incorporación de las mujeres a la educación, progresivos puestos de trabajo en la economía ni al entrenamiento en armas sin desmontar el trabajo invisible, el trabajo del hogar no-remunerado con el que han cargado las mujeres. No es casual que vieron con buenos ojos el Nuevo Código de Familia de 1975, mediante el cual Cuba propició la igualdad de trato entre varones y mujeres al tiempo que derogó leyes de pseudoprotección del trabajo femenino. Código que, por cierto, en 2019 será reformado y, esperemos, esté a la altura de su anterior al reconocer derechos a las personas LGBT”.

En relación a la génesis del trabajo, y de cómo se conformó esta otra dupla Belluci-Theumer, el investigador de Conicet cuenta: “Me encontraba escribiendo sobre los vínculos entre el reconocimiento del trabajo doméstico y el trabajo sexual. Fue en ese contexto que Mabel me insistió en la contribución de Isabel Larguía. Cuando supe que ella era de mi región, Santa Fe, me entusiasmó investigar sobre su contribución y cómo es que la había realizado desde Cuba a finales de los 60. Mabel me propuso que escribamos juntas, aspecto que no dudé considerando su aliento inicial y su trayectoria en historia de las mujeres y feminismo. Además, ella conoció a Larguía durante sus años en Argentina”.

Fue en 1988, cuando la pareja de intelectuales volvió a Buenos Aires. “En ese año, conocí a Isabel en la Subsecretaría de la Mujer donde yo trabajaba, bajo la conducción de Zita Montes de Oca -comenta Bellucci-. Vivíamos muy cerca, de allí estrechamos una amistad y empezamos a militar juntos en diferentes espacios. Al fallecer Isabel yo seguí viendo a John hasta su partida a Estados Unidos. Siempre me quedó rondando la idea de escribir una biografía política de esta pareja tan singular. Recién esa idea toma forma cuando edito Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo. Allí aparece un capítulo dedicado al libro Las mujeres dicen Basta, compilado por la histórica feminista Mirta Henault, en 1972, en el cual reproduce el famoso ensayo de Larguía-Dumoulin, Hacia una ciencia de la liberación de la mujer, firmado solo por ella”.

Una vez más, por exigencias las editoras, fue firmado por Larguía sola el artículo Contra el trabajo invisible en el número Liberación de las mujeres: año cero, de la revista Partisans, de 1972. La primera versión firmada por los dos fue Hacia una concepción científica de la emancipación de la mujer, publicada por Casa de las Américas.

En 2017 Bellucci se pone en contacto con Theumer y con familiares de Larguía, “y ahí empezó a rodar la madeja”, dice. Luego vendrá el viaje a Cuba en busca de nuevas pistas. La escritura del libro y el premio del FNA. Bellucci agradece: “Pablo Vommaro y Nicolás Arata, autoridades de Clacso, escucharon mi propuesta y gustosos aceptaron publicarlo”.

Desde la Cuba revolucionaria explica con detalle la teoría de Larguía/Dumoulin. El libro puede leerse, entonces, como una puerta que abre el universo de esa pareja que se adelantó a su tiempo. Y, también, como un acto de justicia. Una forma de hacer visible aquel trabajo invisible, cincuenta (o cientos de) años después.