En la ficción solemos buscar verdades eternas sobre nuestro mundo y percepciones atemporales sobre la condición humanas… o evadirnos un rato de la realidad.
Pero, a veces, en el intento por lograr estos objetivos, los novelistas recurren al futuro como escenario. Y, aunque pocas veces, consiguen predecir el porvenircon una precisión asombrosa.
Desde su escritorio, son capaces de imaginar y adivinar, por ejemplo, cómo viajarán, se relajarán y se comunicarán las generaciones venideras.
Y en el caso de John Brunner, un autor de ciencia ficción que creció en una época en la que la palabra ‘inalámbrico’ todavía significaba solo la radio, la precisión de lo que imaginó es, cuando menos, asombrosa.
En su novela “Stand on Zanzibar” (Todos sobre Zanzíbar), publicada en 1968, por ejemplo, retrató cómo sería la vida en 2010, y acertó en su pronóstico sobre la tecnología portátil, el Viagra, las videollamadas, los matrimonios entre personas del mismo sexo, la legalización del cannabis y la proliferación de los tiroteos en masa.
Igualmente cautivador e incluso más instructivo es el proceso mediante el cual Brunner construyó esta sociedad de su futuro y de nuestro presente.
Nacido en 1934 en Preston Crowmarsh, un pueblo de Oxfordshire (Reino Unido) bañado por el Támesis, John Kilian Houston Brunner tenía solo seis años cuando descubrió la ciencia ficción.
Como explica el profesor Jad Smith en su amplio estudio “John Brunner”, debido a la Segunda Guerra Mundial la familia se mudó a otra región inglesa, Herefordshire.
En el caos de la mudanza, una rara edición de su abuelo de “La guerra de los mundos“, de Herbert George Wells, terminó en la sala de juegos del pequeño John.
Brunner lo devoró y desde ese momento, como explicaría más adelante en una breve autobiografía, quedó marcado por ese género.
Con nueve años no solo leía ciencia ficción sino que también escribía (en concreto, la historia de un marciano llamado Gloop).
Con solo 17 años consiguió que se imprimiese una historia suya de una página, llamada “The Watchers”, y todavía no había cumplido los 18 cuando hizo su primera venta a una revista de Estados Unidos.
Ya entonces había dejado la escuela privada, ya que le habían concedido una beca en Oxford para estudiar escritura.
Sin embargo, el miedo al fracaso lo perseguía, y en los años siguientes su asombrosamente prolífica carrera tendría muchos altos y bajos.
Para él, un buen día de trabajo no era tal si no había escrito al menos 5.000 palabras en su máquina de escribir eléctrica Smith Corona, y los seudónimos le permitieron contribuir con múltiples historias a la revista de ciencia ficción Science Fantasy.
Trevor Staines, Keith Woodcott, John Loxmith y Henry Crosstrees Jr: todos eran Brunner. En total, su catálogo cuenta con más de 80 novelas y colecciones de cuentos.
A los 20 años, Brunner publicó una nota en la sección de anuncios del London Weekly Advertiser y así conoció a su esposa, Marjorie Sauer, una mujer divorciada 14 años mayor que él. Cuatro meses después de conocerse, se fueron a vivir juntos.
Hasta que murió, Sauer fue crucial para la carrera de Brunner. Le hizo de gerente e incluso trabajó ocasionalmente como jardinera para ayudarlo, porque, si bien Brunner a los 30 años había vendido alrededor de dos millones de libros de bolsillo en todo el mundo, llegar a fin de mes en el mercado de ciencia ficción era un desafío constante.
Y, aunque incursionó en la poesía, la fantasía y el horror, e incluso en la ficción erótica, la ciencia ficción era lo que le gustaba de verdad. Era, según afirmó, “por excelencia la literatura de las mentes abiertas“.
Predicciones certeras
La literatura de Brunner está cargada de ideas. Trabajó con algunos de los grandes temas de su época: inteligencia artificial, racismo, drogas, medio ambiente, viajes espaciales y alta tecnología.
Él y Sauer fueron miembros activos de la Campaña para el Desarme Nuclear, para cuyo himno Brunner incluso escribió la letra.
Alimentaba su poderosa imaginación (que le provocaba unas vívidas pesadillas) con publicaciones como New Society y The New Scientist, y si bien algunas de sus predicciones aparecen ahora como clichés de la ciencia ficción, otras demostraron ser acertadas.
Por ejemplo, en su novela de 1962 “Listen! The Stars!” hacía referencia al ‘stardropper’, un adictivo aparato reproductor multimedia portátil.
En 1972, publicó una de sus novelas más pesimistas, “The Sheep Look Up”, que profetiza un futuro arruinado por una contaminación extrema y una catástrofe ambiental.
Y en su novela de 1975, “The Shockwave Rider”, aparecía un pirata informático antes de que el mundo supiera lo que era. También preveía la aparición de virus informáticos, algo que los primeros científicos informáticos descartaron como imposible. Incluso acuñó el uso de la palabra “gusano” para describirlos.
Brunner se ganó muchos aplausos. Si bien no era del gusto del escritor británico Martin Amis, muchos otros elogiaron su creatividad, sus ingeniosas conspiraciones y su agudeza filosófica.
Además, ganó casi todos los premios de ciencia ficción importantes, incluido el Premio Hugo a la mejor novela de ciencia ficción, que nunca había obtenido un británico.
Sin embargo, se granjeó una reputación de quisquilloso.
Hacia la mitad de su vida gran parte de su trabajo ya no entraba en imprenta en Reino Unido, y se vio obligado a vender su casa de Londres y mudarse a Somerset (Reino Unido).
También tenía problemas médicos, y la muerte de su mujer en 1986 supuso un golpe doloroso.
La bola de cristal
Actualmente, su nombre es poco conocido más allá de los aficionados a la ciencia ficción, y es recordado principalmente por “Stand on Zanzibar”. Ambicioso y formalmente experimental, se trata de un ‘thriller’ de ciencia ficción que describe un mundo que se enfrenta al control de la población.
Brunner declaró que para el año 2010 la población mundial sería de 7.000 millones de personas (se equivocó solo de un año: esta cifra se alcanzó en 2011), y en el mundo de su libro los gobiernos habían reaccionado a este aumento de gente con leyes draconianas basadas en la eugenesia, es decir, recurrían a la genética para determinar a quién se le permitía tener hijos y a quién no.
Los protagonistas de la novela son dos compañeros de piso de Nueva York.
Se trata de Donald, un chico con pretensiones de ser lo que en la cultura estadounidense se conoce como WASP (blanco, anglosajón y protestante) pero que en realidad es un espía, y de Norman, un ejecutivo afroestadounidense.
La trama se basa en una intriga política internacional en torno a un gran avance en tecnogenética, que es el uso de la ingeniería genética para crear una súper raza.
Y eso en un contexto en el que el extremismo no deja de extenderse. Las armas está a la orden del día: en los últimos cuatro meses se produjeron tres asesinatos en masa en los EE.UU. La política se volvió muy partidista y los fanáticos religiosos recurren frecuentemente a la violencia.
El oráculo del momento es Shalmaneser, la primera computadora clasificada como ‘megacerebro’, y existe una exitosa red social que permite a las organizaciones periodísticas publicar noticias y recibir comentarios en tiempo real.
Aunque dividió a los críticos cuando se publicó, “Zanzibar” se convirtió en un clásico de la ciencia ficción New Wave, más conocida por su estilo que por su contenido. Es, en realidad, una lástima.
Cuando, en noviembre de 1967, apareció un extracto de la novela en la revista New Worlds, un editorial afirmó que era la primera novela de su campo que creaba, con todo lujo de detalles, “una posible sociedad del futuro”.
Es curioso ver en qué se equivocó Brunner. Supuso, por ejemplo, que los EE.UU. habrían descubierto por fin cómo proporcionar atención médica barata para todos los habitantes para 2010.
Otras imprecisiones son pistolas que disparan rayos, campamentos mineros submarinos y la existencia de una base lunar.
Y, sin embargo, y a pesar de los errores, esa “sociedad futura” nos parece bastante familiar hoy en día.
Y es que Brunner también tuvo aciertos: describe una organización muy similar a la Unión Europea, convierte a China en el mayor rival de Estados Unidos, los teléfonos tienen acceso a una enciclopedia al estilo de Wikipedia, los documentos salen de impresoras láser y Detroit es una ciudad fantasma cerrada y funciona como incubadora de un nuevo tipo de música extrañamente similar al movimiento de techno de Detroit de los años 90.
Pero, ¿cómo lo consiguió Brunner? Para empezar, pasó casi tres años leyendo sobre temas muy variados, desde el papel de la herencia genética en las enfermedades hasta los vínculos entre la población y la violencia urbana.
También pasó un mes en Estados Unidos en 1966, en el que visitó Los Ángeles, San Francisco, Chicago y Nueva York.
Luego, rompiendo con su rutina habitual de trabajo, en lugar de delinear la trama llenó 60 páginas con pensamientos antes de elaborar un primer borrador.
A medida que avanzaba, ideó una serie de “ejercicios de pensamiento paralelos” para generar ideas. Tal como describe Smith, se imaginó a un viajero de la época victoriana en la década de 1960, y luego pensó en cómo les explicaría todo, desde el teléfono hasta la revolución sexual.
Lo primero era relativamente simple, pero debido a las grandes diferencias en las costumbres culturales, tuvo que analizar a fondo innumerables supuestos culturales.
“Luego, invirtió el proceso y se preguntó a sí mismo qué podrían significar esos supuestos para el futuro, cómo los entornos actuales podrían hacernos conscientes de lo que está por venir”, explica Smith.
Por ejemplo, Brunner dio con los personajes aficionados a la violencia recreativa de la novela después de constatar la prevalencia del síndrome de Peter Pan en ambos lados del Atlántico y tras leer sobre niños que cometían actos violentos en medios de transporte por diversión.
En definitiva, es el proceso de Brunner lo que hace que las predicciones de “Zanzibar”, que parecen sacadas de una bola de cristal, sean tan fascinantes: llegó a ellas tras observar cuidadosamente, escuchar y leer.
Todo eso, claro, sumado a una imaginación prodigiosa.
Brunner miraba hacia el futuro, pero fue solo sumergiéndose de lleno en el presente cuando pudo verlo con una claridad desconcertante. Así fue como convirtió su máquina de escribir en una máquina del tiempo.
El escritor murió en 1995. ¿Y saben dónde? En una conferencia de ciencia ficción.