No hablan como mafiosos, no se visten como mafiosos, no se comportan como mafiosos, pero sí son mafiosos.
No visten marcas de ropa europea ni conducen coches de alta gama. Pueden ser vecinos de un docente de universidad privada o de un viceministro del gobierno en un barrio de clase media alta.
Es la nueva generación de narcos colombianos que no tiene nada que ver con el estereotipo que encarnó como nadie Pablo Escobar, quien murió hace casi 25 años.
Son gente mucho más formada que la que fundó el negocio hace más de cuatro décadas, capaz de moverse con solvencia entre las clases altas y pasar debajo del radar de las fuerzas antidroga mundiales con asombrosa habilidad.
¿El secreto? Bajo perfil, solvencia en el mundo financiero, pocas o ninguna excentricidad y, fundamentalmente, creer ciegamente en que el dinero puede persuadir más que las balas.
¿Qué eran los “traquetos“?
En Colombia, algunos le llaman “traqueto” al narcotraficante e incluso se habla de la “cultura traqueta”, que son los hábitos, términos y símbolos que se forjaron desde los primeros años del cartel de Medellín y de Cali.
Escobar era, en ese sentido, el “traqueto” por excelencia.
Salió de una familia humilde con escasa formación académica, pero dotado de una ambición e iniciativa que lo llevaron a ser considerado el narcotraficante más famoso de la historia en pocos años (solo Joaquín “el Chapo” Guzmán le podría disputar ese sitial).
Llegó a ser senador de la República, presumió su enorme fortuna desde Las Vegas hasta las playas de Río de Janeiro.
Tuvo un zoológico propio con especies importadas desde Estados Unidos y África, colección de autos clásicos y una hacienda bautizada con el nombre de la ciudad en la que nació el padre de Al Capone: Napolés.
Acompañaba su talante excéntrico con su implacable carácter sanguinario que lo llevó a ofrecer un puñado de dólares a todo aquel que mate a un policía en Medellín o a estallar un avión en pleno vuelo.
Por todo eso se convirtió en el hombre más buscado del mundo entre finales de los 80 y principios de los 90.
Falleció cercado por fuerzas de seguridad en diciembre de 1993, después de declararle la guerra el Estado y, según más de uno, estar cerca de ganarla.
Bajo su sombra se forjó toda una generación de “traquetos” ansiosos de ser el nuevo “Patrón” con el derroche, excesos y asesinatos como banderas. Ninguno lo logró (o al menos ninguno de los que llegó a ser descubierto).
La transición
A partir de la extinción de los poderosos carteles de Medellín y de Cali hubo una readecuación en las dinámicas del negocio del narco, explica Hernando Zuleta, director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas (Cesed), de la Universidad de Los Andes de Bogotá.
Desde ese momento, en la década del 90, el cultivo de hoja de coca se multiplica en territorio colombiano y los grupos armados como las guerrillas y los paramilitares entran en el negocio de lleno.
También es el momento en el que los carteles mexicanos toman el control del mercado estadounidense de cocaína y la paulatina aparición en Colombia de un nuevo tipo de narcotraficante.
“Surgen nuevos actores en la etapa de distribución de la droga que aprendieron algo: en el pasado la visibilidad de los grandes carteles fue la que los destruyó“, explica Zuleta a BBC Mundo.
El experto apunta que estos nuevos narcos colombianos se caracterizan por su bajo perfil y “porque a primera vista no son sospechosos”.
“No son individuos que andan en grandes carros y se pueden mezclar fácilmente entre gente de alta sociedad”, señala el investigador.
Zuleta añade que “claramente son urbanos, con contactos cercanos con la mafia mexicana, pero que pueden pasar desapercibidos”.
“Son gente formada que, desde la forma de hablar, dan la señal de ser gente educada. Eso les permite codearse con cualquiera. No se visten de manera muy vistosa, pueden ser un vecino de cualquier barrio de clase media alta que maneja un carro normal“.
Por lo que se ha logrado saber hasta ahora, indica el investigador, por lo general están vinculados a sofisticadas redes empresariales.
“Pueden pedir un crédito en el banco y usar ese dinero para financiar un cargamento en conexión con capos mexicanos. Maquillan esos acuerdos con viajes de negocios a México porque es verosímil que un colombiano diga que viaja a México para exportar productos”, indica.
Zuleta concluye que se trata de “mafiosos que no parecen mafiosos“.
Los “invisibles”
Los “éxitos” en lucha antidroga alcanzados en Colombia en la primera década de este siglo, a la par del empoderamiento de las organizaciones mexicanas que se apropiaron del mercado estadounidense, llegaron a hacer creer que el narcotráfico finalmente estaba por ser derrotado en el país sudamericano.
Sin embargo, de acuerdo al informe “La nueva generación de narcotraficantes colombianos post-FARC: ‘Los Invisibles'”, escrito por Jeremy McDermott, del centro de investigación de crimen organizado Insight Crime, este diagnóstico optimista fue apenas un espejismo.
“Los narcotraficantes colombianos han aprendido que la violencia es contraproducente para el negocio. La nueva generación de traficantes ha aprendido que el anonimato es la mejor protección y que la plata es muchísimo más efectiva que el plomo“, destaca el estudio.
Otro aspecto que resalta el informe es que esta nueva generación les cedió a los mexicanos el mercado de Estados Unidos, todavía el mayor consumidor mundial de cocaína, pero no como una señal de debilidad sino como un hábil movimiento mercantil.
“El tráfico de drogas hacia el mercado estadounidense no es un buen negocio. Los traficantes tienen un alto riesgo de ser interceptados y extraditados. (…) Los precios al por mayor oscilan entre US$20.000 y US$25.000 por kilo. Los colombianos prefieren poner sus ojos en Europa, donde un kilo de cocaína vale más de US$35.000, en China (US$50.000) o Australia (US$100.000). Los riesgos allí́ son menores y las ganancias mayores”.
Los narcos colombianos que son parte de la nueva generación, resalta McDermott, “hoy no tocan nunca un kilo de cocaína y mucho menos una pistola 9 mm chapada en oro“.
“Sus armas son un teléfono móvil encriptado, una variada cartera de negocios establecidos legalmente y un íntimo conocimiento de las finanzas mundiales”.
¿Qué puede hacer Colombia?
La gran interrogante que surge es cómo combatir a mafiosos que son expertos en pasar por debajo de todos los radares.
Para Zuleta, las labores de inteligencia se han vuelto más importantes que nunca.
“El hecho de que sepamos que esto está sucediendo es porque ya se atrapó a algunos. Eso se logra con inteligencia y colaboración internacional. Las fuerzas de inteligencia de Estados Unidos, Colombia y México tienen que actuar juntas”, señala.
No es la primera vez que el narcotráfico muta dado que, según varios expertos, es el rubro con mayor capacidad de adaptación e iniciativa en el mundo.
“Ahora no hay nadie que puede estar libre de sospecha y hacer labores de inteligencia será más costoso”, indica Zuleta.
Para el experto, queda una vez más en evidencia que la lucha contra las drogas como se ha planteado sigue lejos de ser efectiva.
Y lo más probable, según él, es que cuando se logre encontrar a los “invisibles”, aparezca otro modelo de “traqueto”. Otra generación.