Con 17 años, Álvaro (nombre ficticio a petición de la víctima) no tenía clara su orientación sexual: “Quería probar cosas nuevas para ver qué era lo que realmente me gustaba”. En ese proceso de experimentación acabó en un chat en el que, sin necesidad de registrarse, conocía a gente para practicar sexo online. Casi siempre se conectaba a la misma hora. Así empezó a coincidir con un chico al que “no le gustaba enseñar”, pero sí pedir: “Yo grababa vídeos y él me decía con voz qué hacer”. Lo que en un principio le parecía un juego inocente, pronto se convirtió en una pesadilla. El chico con el que había estado chateando le empezó a chantajear: le pedía que le dejara 50.000 euros dentro de una papelera o difundiría todo el material.

Lo que le ocurrió a Álvaro, que ahora tiene 18 años, no es un caso aislado. Se denomina sextorsión y es una forma de chantaje mediante el cual una persona coacciona a otra para realizar acciones en contra de su voluntad. “Lo más común es que el atacante se gane la confianza de la víctima hablando con él y durante todo este tiempo se vaya haciendo con contenido delicado de la persona. Una vez que tiene el material, amenaza a la víctima con su distribución”, explica Sara G. Antúnez, abogada penalista de Stop Haters, la primera asociación española sin ánimo de lucro para luchar contra el hostigamiento en Internet.

Los atacantes, cuyo principal objetivo es conseguir dinero, “se aprovechan del miedo que generan en la víctima” al decirle que tienen en su posesión imágenes íntimas y que las van a difundir por toda la red. El chico con el que Álvaro chateaba le hacía capturas de pantalla a los vídeos que recibía: “Me mandaba mis propias fotos y me decía que le pagara y que si se lo contaba a alguien o lo denunciaba, colgaría todo en Internet y mandaría fotos a mi casa”. Pero Álvaro no tenía dinero suficiente. “Le suplicaba que no me pidiese tanto y le decía que iba a trabajar y a ahorrar, así que me decía que le compensara con más imágenes sexuales y yo lo hacía”, afirma el joven, que reconoce haber cedido en muchas ocasiones “porque estaba cagado de miedo”.