“Se quitaba el alzacuellos. Entonces podía hacer lo que quería”
Víctimas relatan a EL PAÍS la crudeza e impunidad de los delitos sexuales de sacerdotes contra menores en Pensilvania durante 70 años. El horror vestía de sotana. Mary McHale, a los 17 años, se moría por los huesos de una compañera de clase. Le gustaba horrores, horrores casi en sentido literal, porque aquello, en plenos ochenta, en aquel instituto católico de Reading (Pensilvania) en el que estudiaba, la tenía hecha un manojo de nervios. Y cuando la chica en cuestión le correspondió y empezaron a verse a escondidas, ya se intuía derechita hacia el infierno. Si alguien podía escucharla, ese era el padre James Gaffney, su profesor y mentor. Un día, en el confesionario, le contó su secreto. Y así es como la historia de la primera novia de Mary, a la que 30 años después recuerda perfectamente, ya nunca fue la historia de esa primera novia, sino la historia del padre James, hoy de rabiosa actualidad, rabiosa, también, en sentido literal.