Salvador Dalí y Gala son dos de las personas más mediáticas de la historia del arte. Desde que se conocieron en 1929 fueron fotografiados miles de veces en casi todos los actos en los que participaron; tanto en inauguraciones de exposiciones, como en encuentros con personalidades del mundo político, social y cultural de Nueva York, París, Londres, Roma, Madrid y Barcelona. A Dalí y a Gala les gustaba aparecer en los diarios, en las revistas y en la televisión. El pintor concedió cientos de entrevistas, porque sabía que los medios de comunicación eran un gran aliado para poder vender sus obras. Durante años, Gala coleccionó estas imágenes en álbumes y cajas y tras su muerte se contabilizaron más de 13.500 que acabaron en el Centro de Estudios Dalinianos de Figueres, situado junto al Teatro Museo, la última obra surrealista del pintor, que se inauguró en 1974.
Tras fallecer, Dalí y Gala han continuado apareciendo en los medios de comunicación y protagonizando exposiciones y nuevos libros. Parecería que se sabía todo de esta pareja tan inclasificable como irrepetible. Pero hay historias que han quedado al margen de sus biografías de las que no se ha escrito una sola línea ni se ha publicado una sola imagen.
Como la de Joan Figueras; una persona vinculada con la pareja durante casi cuatro décadas. Con ellos convivió, año tras año, desde abril o mayo, cuando Dalí y Gala se instalaban en su casa de Portlligat, hasta octubre o noviembre, cuando volvían a Nueva York para pasar el invierno, en el mejor lugar para vender las obras que él había pintado a lo largo del verano anterior.
La relación entre Dalí, Gala y Joan comenzó en 1948, cuando ellos regresaron de su estancia en Estados Unidos de casi 10 años. El pintor renegaba del surrealismo y estaba decidido a iniciar una nueva etapa místico-religiosa. Y qué mejor manera de hacerlo que pintando una Virgen, que sería Gala. Necesitaba a un Niño Jesús y en aquel momento Joan, que tenía cinco años, correteaba por Portlligat en compañía de su padre, Jaume Figueras, amigo de juventud del pintor que en su ausencia había participado en los trabajos para acondicionar la casa de Portlligat. Joan fue el escogido. Pasó aquel verano con ellos y repitió al siguiente, mientras Dalí pintaba La Madona de Portlligat. También en el de 1950, cuando el creador hizo la versión definitiva de esta obra; unos veranos en los que aquel niño simpático, travieso, guapo y despierto acabó ganándoselos, pese a la fama de fríos, distantes, poco afectuosos e, incluso, de odiar a los niños, que siempre ha acompañado a Dalí y Gala.
Desde el primer momento Joan convivió con la pareja de forma cotidiana compartiendo las largas jornadas de verano y entrando y saliendo de la casa y del estudio del pintor a su antojo. Comía con ellos, jugaba con Dalí a espadachines en el jardín o al fútbol en la playa y a las cartas con Gala, mientras Dalí pintaba; salían los tres a navegar, a bañarse y a tomar el sol por las recónditas calas de Cap de Creus. Joan hizo de modelo del pintor y aprendió de Dalí a dibujar. Estaba también en Portlligat cuando la pareja recibió a personalidades como Walt Disney —que le regaló a Joan un uniforme completo de jugador de béisbol y un ejemplar firmado de Peter Pan, el cuento que acababa de llevar a la gran pantalla— y miembros de la realeza como Humberto de Saboya y los duques de Windsor. También viajó a Barcelona con ellos en un montón de ocasiones, alojándose en el Ritz y acudiendo a actos públicos donde era presentado como su “ahijado”.
“El nen de can Dalí”
Ni Dalí, ni Gala, ni Joan viven, pero, de esta relación jamás contada han quedado un buen número de fotografías que permiten reconstruir esta historia que no ha trascendido nunca más allá del entorno familiar y del círculo más próximo a la pareja, sobre todo en Cadaqués. Cuando los medios de comunicación se hicieron eco a mitad de los años ochenta de que el italiano José Van Roy Dalí aseguraba ser hijo de Dalí y Gala, en Cadaqués todo el mundo tenía claro que, si alguien podía considerarse hijo de la pareja, ese era Joan. De hecho, si hoy se pregunta en esta localidad a las personas de cierta edad quién fue Joan Figueras, la mayoría responden que “el nen de can Dalí”, que era como todo el mundo conocía a Joan en Portlligat.
Entre las miles de imágenes que conservó Gala en sus cajas, en más de un centenar, inéditas, aparece Joan. La mayoría son fotografías caseras realizadas por Gala e incluso Dalí, en las que todos aparecen relajados y sonrientes, lejos de la imagen sofisticada que suelen mostrar, y siempre abrazando, mimando y halagando al pequeño. Una naturalidad que no se pierde ante fotógrafos como Francesc Català-Roca, Melitó Casals, Juan Gyenes, Daniel Farson y Charles Hewitt, que visitaron al pintor desde los años cincuenta, para ilustrar reportajes en revistas, semanarios y periódicos de la época, en su mayor parte internacionales. En estas publicaciones, si Joan aparecía junto a la pareja se le identificaba siempre como “el modelo de la Madona” y como el “hijo de un pescador de Cadaqués”, pero nada más.En verano los tres convivían, a diario, en la casa de Portlligat
Gala escogió de entre todas sus fotografías unas 300 para decorar las puertas de su vestidor que dan paso a la sala oval, su sanctasanctórum en Portlligat. Con ellas realizó un collage de la vida y de los éxitos de Dalí y de ella misma, en el que aparecen personalidades del arte, la sociedad y la política y personas anónimas que compartieron su día a día. En 11 aparece Joan, solo o en compañía de la pareja; algo que sorprende si se comprueba que, de Cécile, la hija que Gala tuvo con su primer marido, el poeta Paul Éluard, y de sus tres nietos, no escogió ninguna foto.
La relación entre Dalí, Gala y Joan también ha quedado reflejada en un buen número de cartas y postales cruzadas entre la pareja y el joven inéditas también, que hasta ahora habían pasado desapercibidas para los investigadores. Se conservan en casa de los familiares de Joan Figueras, en el Centro de Estudios Dalinianos y en archivos y colecciones particulares. Las misivas están escritas por el pintor y por Gala, en castellano, catalán e italiano, o todo mezclado y fueron enviadas desde América, Roma o París. En todas es evidente la proximidad entre la pareja y el joven, al que en muchos de los casos le anuncian su llegada a Cadaqués, le adelantan los regalos que le van a llevar o le preguntan por las clases de francés a las que la madre lo apuntó, por ser el idioma que se hablaba en can Dalí. En la gran mayoría le piden que no se olvide de ellos y, sobre todo, que les escriba más. En una, Gala, incluso, le dice que tiene su foto sobre el tocador de su habitación en Nueva York y que Dalí y ella hablan de él casi todos los días.
Dalí y Gala tenían planes para Joan. No solo quisieron que viajara a Estados Unidos para que estudiara allí y viviera con ellos durante los inviernos, algo a lo que los padres de Joan no accedieron. El pintor también quería que protagonizara alguno de sus proyectos. Lo explicó en cartas y postales a Joan, a sus padres y a los medios de comunicación. Tras el regreso de su etapa americana, no paró de darle vueltas a la idea de hacer una película místico surrealista, El alma, de la que quería que Joan fuera el protagonista. A los periodistas incluso les dijo: “He comenzado a darle clases de interpretación”. La película no llegó a realizarse, como tantas otras en las que estaba inmerso Dalí en esos años, pero el pintor anunció, en varias ocasiones, el inminente comienzo del rodaje e, incluso, que el filme iba a participar en el Festival de Cine de Venecia.
Con el paso del tiempo, la relación entre Joan, Dalí y Gala no desapareció. A los 16 años, el joven comenzó a trabajar con su padre en la empresa que este tenía como pintor de brocha gorda. Su nueva actividad le impedía pasar tantas horas junto al matrimonio, pero él siguió acudiendo, casi a diario, a la casa de Portlligat cuando estaba allí la pareja, de modo que se convirtió, junto al hombre para todo que fue Arturo Caminada, en el único vínculo de la pareja con el exterior. En el estudio del pintor de Portlligat, el dibujo de una cruz que aún puede verse en una de sus paredes no es de Dalí, sino de Joan. Durante años, en la parte inferior del papel estaba apuntado el teléfono de la casa de Joan donde se le llamaba cada vez que era necesario. “Que venga el nen. Que los señores quieren verle”, decía de forma lacónica el personal de servicio de Portlligat a quien cogiera el teléfono.Cientos de fotos y cartas hablan de este episodio nunca contado
A los Dalí no les gustó que Joan tuviera novia y menos que fuera de Barcelona porque pensaron que acabaría en la capital lejos de ellos. Pero cuando Joan les aseguró que se quedaría a vivir en Cadaqués, la relación continuó tras casarse y convertirse en padre poco después. En los años setenta, durante los trabajos de acondicionamiento del teatro de Figueres para convertirlo en el Teatro-Museo, el pintor incluso ofreció varias veces a Joan que fuera su primer director, pero él lo rechazó.
Pese a la distancia y el control que marcaban, cada vez más, los secretarios con el entorno de la pareja, Joan continuó al lado de ambos hasta que Gala falleció en junio de 1982 y Dalí se trasladó al castillo de Púbol, comenzando su encierro y aislamiento. Como no podía ser de otra manera estuvo en la ceremonia que se celebró en Cadaqués y en la del Teatro-Museo Dalí de Figueres tras fallecer el pintor el 23 de enero de 1989, siempre en un segundo plano.
Ni contada ni publicada
Joan, a diferencia de otras personas vinculadas con el pintor, como el coleccionista Albert Reynolds Morse, Amanda Lear, acompañante de Dalí durante 15 años y los secretarios, John Peter Moore, Enrique Sabater y Robert Descharnes, no contó nunca o publicó su relación con el matrimonio. Por suerte, quedan personas que pueden aportar luz para reconstruirla: familiares de Joan y del propio Dalí, personal de servicio de Portlligat, compañeros de escuela y amigos de toda la vida de Joan, así como vecinos de Cadaqués.
Mercè Cabanes, la esposa de Joan desde 1966 hasta que este falleció en 1999 a los 57 años, conserva en su casa de Cadaqués cartas, fotografías y postales, dibujos realizados por Dalí y coloreados por Joan y otros dedicados por el pintor. También conserva algunos de los regalos que tanto Dalí como Gala le trajeron de Estados Unidos al pequeño y luego a sus dos hijas, además del recuerdo de cientos de historias y anécdotas que su marido le contó de su relación con el matrimonio.
—Cuando falleció Dalí, vino un periodista de una revista francesa a casa y le dijo a Joan si quería contar su historia a cambio de mucho dinero, pero él se negó. Decía que les debía mucho a Dalí y a Gala porque había recibido mucho de ellos, como la educación que sus padres nunca hubieron podido darle. Incluso decía que Dalí le había dado mucho más afecto y cariño que su padre.
—¿Y cree que ahora Joan hablaría de esa relación?
—Ahora sí, porque han pasado ya muchos años y es bueno que se conozca esta historia. La pena es que casi todos sus protagonistas ya no están, porque han fallecido y no pueden contarla ellos.
El niño secreto de los Dalí, libro de José Ángel Montañés, se publicará el 2 de noviembre en Roca Editorial.