En años recientes, la mercancía que se promueve como “natural” ha dado brillo a un mercado deslucido de alimentos, bebidas y productos de consumo empaquetados.
Los consumidores, cada vez más recelosos con los productos excesivamente procesados o repletos de químicos, están pagando precios exorbitantes por las mercancías naturales, que van desde jugos de frutas hasta cereales, champús y toallas húmedas para bebés.
Sin embargo, como lo muestra una serie de demandas y esfuerzos de defensa del consumidor, algunos consideran “naturales” sustancias como la metilisotiazolinona, un químico conservador.
El problema, a decir de grupos de consumidores e incluso de algunos fabricantes, es que no hay una definición jurídica ni regulatoria de lo que significa la palabra “natural”.
El debate hace eco, en muchos sentidos, de la disputa en la década de los noventa en torno a la palabra “orgánico”, cuando los productores de alimentos estuvieron prestos a usar el término de forma laxa y los consumidores frustrados trataron de encontrarle sentido.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos, abocado a la tarea de crear un programa “orgánico”, se vio incomodado por consumidores, productores, fabricantes y estados mientras elaboraba una definición, lineamientos y un proceso de certificación.
Hoy, mientras los reguladores están sopesando si deben o no definir el término “natural”, la falta de claridad durante la última década ha dado lugar a un ambiente irresponsable y contencioso.
Por una parte, están las empresas dispuestas a sacar partido de la disposición de los consumidores a pagar precios más elevados por los productos naturales al colocar etiquetas con la leyenda “Totalmente natural” en sus envases.
Por la otra, está un grupo de abogados de los demandantes —a los que se conoce como “la barra de abogados de los alimentos”— que en los últimos tres años han entablado más de trescientas demandas que buscan tener calidad de demanda colectiva. Estas demandas incluyen acusaciones de tergiversaciones, tan solo en las etiquetas de los alimentos, del término “natural” y otras descripciones.
Cada vez más, las demandas van más allá de los alimentos y se centran en bienes de consumo como las toallitas húmedas para bebé y los productos de limpieza.
“Las demandas que vemos solo son una fracción de las reclamaciones que se hacen”, comentó David T. Biderman, socio de Perkins Coie, quien defiende a las empresas de alimentos en las demandas colectivas. Tras bambalinas, mencionó Biderman, los abogados de los demandantes envían cartas a las empresas y amenazan con presentar demandas por las etiquetas que, según argumentan, son engañosas o violan las leyes de protección al consumidor. Esas cartas, explicó el abogado, por lo general se rechazan, desaparecen o se resuelven con un pequeño pago.
Las demandas son necesarias, o una molestia, dependiendo de a quién se lo pregunten.
Los defensores dicen que, a falta de una reglamentación clara, estas demandas protegen a los consumidores y señalan diversos casos en los que los fabricantes han alterado sus etiquetas. General Mills, que enfrentó por lo menos dos demandas federales que alegaban que sus barras de granola Nature Valley contenían ingredientes artificiales, sustituyó las etiquetas que antes decían “100 % natural” por unas con la leyenda “Hechas con avena integral 100 % natural”.
Según los abogados, las corporaciones han estado renuentes a permitir que un caso vaya a juicio y a arriesgarse a que surja la definición de “natural”, puesto que se podrían establecer normas que los fabricantes tendrían que cumplir. En consecuencia, los jueces han llegado a acuerdos, desestimado y, más recientemente, aplazado el conjunto de demandas presentadas durante la década pasada, en espera de que los reguladores intervengan con una definición.
Kim Richman, abogado de los demandantes, dijo que sus clientes —entre los que se encuentran consumidores y grupos sin fines de lucro— “participan en litigios con conciencia social para nivelar el terreno de juego en contra de las corporaciones estadounidenses, dado que la supervisión gubernamental no es lo suficientemente estricta”.
Sin embargo, los críticos dicen que una buena parte del dinero de los acuerdos va a los bolsillos de los abogados de los demandantes y no beneficia monetariamente a los consumidores.
Los críticos también argumentan que algunos abogados presentan demandas de manera automatizada —cortando y pegando acusaciones casi idénticas en demandas contra varias empresas— y en el proceso presentan casos no muy bien fundamentados que corren el riesgo de socavar a los que sí lo están.
Los consumidores quedan atrapados en las arenas movedizas de lo natural y lo artificial. Incapaces de confiar en las etiquetas que llenan los anaqueles de las tiendas, a los compradores no les queda más remedio que analizar las letras pequeñas al reverso del empaque y tratar de descifrar términos como metilisotiazolinona, el conservador sintético que se encuentra en algunos productos de cuidado personal y de la piel. Además de los alimentos, las normas que regulan las promesas en la publicidad de champú y detergente de ropa son todavía más turbias.
Sin embargo, tratándose de términos de uso común como “natural” o incluso “saludable”, las agencias del gobierno de Estados Unidos que supervisan los alimentos, las bebidas y la publicidad se han tardado en establecer una definición.
A finales de 2015, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA) pidió su opinión a los consumidores y a la industria para saber si deberían definir y regular la palabra “natural” en las etiquetas de los alimentos.
Recibieron más de 7600 comentarios. Algunos consumidores querían que la palabra se desterrara de todas las etiquetas de alimentos; otros pedían que el término se definiera en términos sencillos.
Los abogados dicen que mientras los reguladores establecen una definición, los consumidores, los fabricantes y los abogados seguirán haciendo malabares con lo que no es tan natural.